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A la guerra pero juntos

Nueva Zelanda es rugby. Rugby son los All Blacks. Y los All Blacks son el Haka. Pero detrás de esa pasión y esos alaridos hay algo mucho más fuerte: la muestra viva de una fusión cultural extraordinaria
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02 de marzo de 2015 a las 20:31

Los bares repletos y la multitud alborotada frente a las pantallas gigantes, siempre con una cerveza en la mano, son una señal de que los guerreros de camiseta negra están en la cancha. El transporte público gratuito para llegar al escenario donde juegan los All Blacks asegura que los turistas lo tengan como una actividad obligatoria. Las ciudades anfitrionas se revolucionan y los espectadores revientan los estadios.

El momento más emocionante de la noche se vive antes de comenzar el partido, cuando se ejecuta la obra que todos los espectadores quieren presenciar. El público forma parte de una especie de ritual cuando los guerreros neozelandeses se acercan a la mitad de la cancha. Un silencio aturde en el coloso y el capitán dirige a sus soldados, que se encorvan y golpean los muslos y el pecho, al ritmo de esta danza de guerra tribal que cantan a gritos. Los flashes de las cámaras se multiplican en las tribunas mientras los jugadores entran en trance al entonar el “¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka Ora! ¡Ka Ora!”.

La danza maorí Haka es reconocida a lo largo y ancho del mundo por ser un ícono de los All Blacks, equipo nacional de rugby de Nueva Zelanda. Creada en 1810 por el jefe de la tribu Ngati Toa, el Ka Mate es una demostración de orgullo, fuerza y unidad. Utilizada por los guerreros maoríes cuando se enfrentaban al enemigo, con el fin de intimidarlos, hoy recorre el planeta a través de la selección número uno del International Rugby Board. Este deporte es como una religión en Nueva Zelanda, por todo lo que implica esta selección y también por ser la principal herramienta de marketing del país.

Una pista de la identidad nacional

El conquistador elimina a los nativos, cambia los nombres de sus ciudades, redistribuye sus tierras, establece una nueva imagen nacional, pone fecha de “descubrimiento” y borra el pasado. Esa es la regla de las conquistas del mundo. Y Nueva Zelanda es la excepción que la confirma.

El himno de Nueva Zelanda se canta en dos idiomas. El Haka atraviesa los estratos sociales y los colores de piel. La sociedad es una sola cuando la ovalada se pone a picar. Pero no se trata de un paréntesis en la realidad del país, sino otra prueba de su gran inclusión social.

Google Maps parece hackeado. Hacer zoom en Nueva Zelanda resulta confuso. El país de bandera azul con estrellas rojas, como la de Gran Bretaña y de Australia, tiene ciudades con nombres que no pueden ser en inglés. Whangarei, Tauranga y Whakatane no deberían convivir con Christchurch, Wellington o Queenstown, pero parece que sí. El mapa del país más aislado del mundo transmite su historia y su cultura ni bien se bosqueja un viaje por sus tierras; es la prueba visible de una armonía social casi perfecta.

Esta doble influencia también se aprecia al aterrizar: las azafatas de la aerolínea entregan los formularios migratorios y, además de en inglés, están escritos en idioma maorí. A continuación, por todos lados se escucha Haere Mai, que significa bienvenido en la (otra) lengua oficial de Nueva Zelanda.

Sus islas son resultado de la fusión de una cultura predominantemente británica y el legado de las tradiciones indígenas ancestrales de la región. Olvidados durante un siglo, los maoríes recuperaron ciertos derechos en las últimas cinco décadas y en la actualidad se encuentran incorporados a la sociedad de forma plena.

Un hombre alto, robusto de piel color café con leche, pelo oscuro y labios carnosos, atiende la biblioteca pública del centro de Auckland, la ciudad más grande del país. Si el hecho de tener tatuajes fuera un obstáculo para acceder a un puesto laboral en Nueva Zelanda, el número de desocupados sería récord mundial. Pero en el país no importa la cantidad ni la ubicación; el bibliotecario tiene muchos y sobresalen los del mentón y las mejillas.

Aotearoa, que significa “tierra de las grandes nubes blancas” en maorí y es la denominación indígena de Nueva Zelanda, tiene pobladores nativos de 56 tribus distintas entre sus 4,5 millones de habitantes. Si bien el censo de 2013 determinó que los maoríes representan el 15% del total de neozelandeses, la influencia de estos aborígenes es mucho mayor. La minoría más grande del lugar tuvo un papel protagónico en la historia, juega un rol clave en el presente y constituye un pilar de la identidad del país.

Un hueso duro de roer

Maorí quiere decir “originario del lugar” y su significado no es en vano; la fuerza con la que estos indígenas defendieron su tierra contra los pakeha (aquel que viene de fuera del lugar) es llamativa. Tanta tradición y fuerza física llevaron a que los maoríes intentaran resistir la llegada de la Marina Real Británica con toda su potencia. Y el lado invasor lo sintió. Además de pelear y afectar al adversario con bajas considerables, intentaban negociar acuerdos para finalizar la batalla. La colonización europea no fue sencilla y esa es la principal razón por la que hoy conviven ambas civilizaciones, a diferencia de las demás tribus indígenas de la región, como las del territorio australiano, que son minorías completamente marginales y sus condiciones están lejos de cambiar.

La llave de la actual convivencia entre el pueblo indígena maorí y la población de origen europea fue el Tratado de Waitangi, firmado en 1840, en el que representantes de la reina Victoria y 500 jefes nativos acordaron la paz. El documento fundacional establecía que los británicos tendrían cierta autoridad sobre el territorio y si bien se hablaba de convivencia, los intereses europeos y los del pueblo local provocaron choques constantes. Se estima que entre la represión y las guerras de las primeras cinco décadas, los maoríes perdieron a la mitad de sus integrantes.

Las condiciones en las que se alcanzó el tratado fueron muy polémicas. Durante décadas, a raíz de que los indígenas firmaron algo que no sabían leer y que no significaba lo que les tradujeron, el pueblo maorí se ubicó en una posición poco privilegiada: perdió sus tierras y se empobreció de forma notoria. Sin embargo, a mediados del siglo XX la situación empezó a cambiar.

La creación del Ministerio de Asuntos Maoríes en 1947 tuvo como objetivo la corrección de las injusticias históricas que sufrieron los maoríes y buscó integrar esta población al sistema de salud y de educación, para poder acortar la brecha socioeconómica. En los años de 1960, además, el cambio en materia de integración y reconocimiento de la cultura maorí pasó de las declaraciones a los hechos y hubo modificaciones sustantivas en el desarrollo político, económico y social de esta minoría neozelandesa.

El tribunal de Waitangi, creado en 1975, escuchó las protestas de las tribus maoríes con respecto a sus tierras ancestrales, lo que dio comienzo a un proceso revitalizador de la cultura e idioma maoríes que tuvo como punto de inflexión la Ley de la Lengua Maorí (1987), que la establece como idioma oficial junto al inglés. En la actualidad, existen planes de inserción y apoyo a iniciativas productivas, principalmente en el turismo y la actividad forestal. El gobierno entendió que lo bueno para los maoríes era bueno para Nueva Zelanda.

Tradiciones vivas

Una ciudad de la isla norte de Nueva Zelanda llamada Rotorua es la sede principal de la cultura maorí en estado vivo. Este poblado de 60 mil habitantes (mayoritariamente maoríes) emana una vibra especial y contagia una mística ancestral. No es extraño caminar por sus calles y ver erupciones de agua y vapor como si salieran de la boca de un volcán. Un aroma particular a azufre (bastante feo) inunda la zona y abundan las piscinas de lodo, baños de aguas termales y los centros de reunión típicos de la tribu: todos decorados con muñecos de ojos bien abiertos y lengua afuera (gesto de guerra utilizado para intimidar al enemigo).

El mapa del país más aislado del mundo transmite su historia y su cultura ni bien se bosqueja un viaje por sus tierras; es la prueba visible de una armonía social casi perfecta

Rotorua es considerada el centro de la cultura turística maorí y un tour por el pueblo indígena muestra la diversidad de sus tradiciones. Al llegar, los guías saludan a los extranjeros con el hongi, el equivalente a estrechar las manos en el mundo occidental pero con una mayor cercanía corporal. Las personas se ponen cara a cara, nariz con nariz, para mostrar afecto, amor y proximidad; la tradición dice que así, respirando juntos, se consigue el ha (aliento de vida), y se establece un nexo de unión. El tradicional saludo maorí es una costumbre conocida en el mundo y las fotografías del rey de España junto a un indígena kiwi (otra forma de denominar a los nativos de Nueva Zelanda, porque así se llama su ave nacional) estuvieron presentes en las portadas de los principales diarios europeos.

El paseo continúa y es hora de ver el hangi, comida cocinada en un horno de tierra. Se trata de un método antiguo de cocción maorí, que implica cocinar alimentos en pozos calientes, resultado de los vapores que ascienden desde el suelo. Así se suelen preparar los platos de cerdo, pollo y papas que los maoríes comen con tanta frecuencia. La principal virtud de este método es que la comida nunca se pasa de cocción: si un alimento necesita tres horas y lo dejan dos días, al sacarlo sigue en el punto exacto para servir.

El recorrido también incluye la visita a los marae, una especie de templo y sala de reunión para los maoríes. En estos predios, pertenecientes a una determinada tribu, se establece una comunidad que, si bien no vive permanentemente allí, suele quedarse a dormir en ocasiones especiales. La sala más sagrada es el wharenui, la cual arquitectónicamente representa un cuerpo humano y está llena de tallados que referencian al pasado de la tribu. El arte maorí además es un tesoro que evidencia sus habilidades técnicas.

Maorí quiere decir “originario del lugar” y su significado no es en vano; la fuerza con la que estos indígenas defendieron su tierra contra los Pakeha (aquel que viene de fuera del lugar) es llamativa.

Durante el día, también hay muestras de baile y momentos para comprar suvenires pero resulta inevitable que surja el tema de los tatuajes, muestra pictórica móvil de la herencia y cultura de estos aborígenes. En el pasado significaban la historia de cada persona pero en la actualidad están extendidos y los diseños maoríes, en su mayoría de forma espiral, también se utilizan por motivos estéticos. El moko era el tatuaje facial con el cual el maorí se distinguía y referenciaba a su clan; los hombres maoríes se realizaban tatuajes en la cara, los muslos y las nalgas, mientras que las mujeres los llevaban en los labios y debajo de la boca hasta el mentón.

Nueva Zelanda se cuestiona el pasado y busca consolidar una identidad propia, que se palpa en cada rincón del país. El legado maorí y sus costumbres son parte de esta nación y cada día son más reconocidos

En la actualidad los maoríes mantienen sus reuniones a nivel de tribu para discutir sus principales preocupaciones. Además tienen presencia en el Parlamento de Nueva Zelanda. La voz política fue clave para regenerar su riqueza económica y bienestar social. Hoy en día, el Partido Maorí forma parte de la coalición de gobierno encabezada por el Partido Nacional, lo cual permite que las comunidades influyan en las políticas del país.

Un pabellón en cuestión

La cultura neozelandesa sobrepasa el legado británico. La mezcla de tradiciones tiene como resultado una identidad propia e incluso un deseo de mostrar las diferencias con el pasado colonial. Tal es así, que el primer ministro kiwi, John Key, realizará una consulta popular para cambiar la bandera del país.

El actual pabellón es azul y tiene en su esquina superior izquierda la Unión Jack (combinación de los símbolos de los santos patrones y actual bandera del Reino Unido) y a la derecha la Cruz del Sur (estrellas rojas con bordes blancos). Si bien la bandera de Australia (el hermano mayor) difiere por la cantidad y tipo de estrellas, la confusión es frecuente y representa una de las principales críticas que llevaron a esta votación.

El primer referéndum tendrá lugar a fines de 2015 y decidirá entre tres o cuatro diseños de bandera, que serán elegidos por un panel de expertos integrado por legisladores de todos los partidos. El primer ministro ya se manifestó a favor de la enseña negra con una hoja de helecho de color plata, presente en varios símbolos nacionales pero mundialmente conocida por ser el emblema de los All Blacks.

La extraña promesa electoral de Key, quien argumenta que Nueva Zelanda ya no está dominada por el Reino Unido, se completaría con una segunda consulta en abril de 2016, cuando se decida a nivel popular por la propuesta nueva o la actual. Más allá de lo que pueda ocurrir (las encuestas se muestran muy volátiles), el hecho es significativo por sí mismo.

Nueva Zelanda se cuestiona el pasado y busca consolidar una identidad propia, que se palpa en cada rincón del país. El legado maorí y sus costumbres son parte de esta nación y cada día son más reconocidos. Ambas tradiciones, la británica y la aborigen, conservan sus raíces pero se han mezclado de tal manera que hoy conforman una nueva raza. Las tribus indígenas han visto su papel limitado a ser quienes habitan las tierras por primera vez y las explotan hasta que llega una fuerza superior que los extermina o diezma al punto de dejarlos imposibilitados de luchar. Los relegan a su condición de minoría que se queja. Las reacciones ante estas protestas varían en cada caso pero casi siempre se limitan a subsidios económicos con los que el gobierno “lava” sus culpas colonizadoras. No son muchos los casos en los que las tribus indígenas tienen una importancia cultural relevante. Pero los hay y les hacen bien a los países que pasan ese límite. Nueva Zelanda es una prueba de ello.

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