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A soñar, que se acaba el mundo

La La Land: una historia de amor es un formidable antídoto contra la realidad
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18 de febrero de 2017 a las 05:00
El cine es el gran escape. Para eso está la caja negra en la que emerge la linterna mágica. Para saltar a otro universo donde ya no obre el azar sino la certeza de que la vida es una maravilla. Desde que se supo cómo manipular la imagen en movimiento comenzó a trabajar la fábrica de sueños, el escape perfecto.

Es cierto que el cine también documenta y que puede ser la arcilla para desarrollar un arte mayor, que a la vez deslumbre y mueva a la reflexión, pero el cine por excelencia es una dimensión momentánea de felicidad y, cuando todo sale bien, esa felicidad puede llegar a ser muy intensa y dejar un recuerdo muy placentero.

Desde hace poco más de un siglo esa felicidad ha acompañado a la especie a lo largo y ancho del planeta. Nos hemos dejado encerrar en ensueños deliberados para vivir esa catarsis. Para vivir un par de horas de libertad de la realidad asfixiante.

Tanto ha cambiado desde que los hermanos Lumière mostraran esas imágenes nerviosas de los obreros saliendo de la fábrica y el tren que se acerca, que se podría pensar que el efecto no es el mismo. Sin embargo, el cine sigue cumpliendo la función que mejor le va, la de tomar prestada el alma del espectador y sacarla a pasear un rato.

De forma muy interesante, el éxito de la película no radica en el virtuosismo de la danza y la música sino en la manera tan eficaz de apelar a la nostalgia

Es un trato que requiere el consentimiento del espectador, por supuesto. Requiere de fe y entrega por su parte. Es probable que en la mayoría de los casos sea mucho pedir de parte de los realizadores e intérpretes, pero el milagro se produce una y otra vez desde hace poco más de un siglo. La fe se renueva.

A diferencia de otras técnicas de narrar una historia, como el teatro y la literatura, el cine es capaz de generar una ilusión magnífica de realidad. A eso se ha abocado la industria con una gran dedicación de recursos técnicos y la aplicación de mucho talento. De esa forma hemos sido capaces de vivir historias reales y ficticias, de haber estado ahí, de sentir el drama y la emoción de forma estremecedora.

Una reiteración curiosa a lo largo de la historia del cine es la comedia musical. Digo curiosa, porque es muy clara la artificialidad del método, en el cual los personajes que hasta hacía un momento podían pasar por reales se convierten en miembros de una gran coreografía en la que todo está evidentemente ensayado. Es una dimensión en la que el espectador es avisado de que se trata de un espectáculo.
Hollywood usó y abusó de este artificio, aunque cada tanto parecía que estaba agotado. Normalmente la comedia musical se ha basado en el talento de músicos, cantantes , coreógrafos y bailarines, y ha llegado a extremos sublimes en diferentes épocas.

Ahora el milagro se produjo una vez más, con La La Land: una historia de amor. De forma muy interesante, el éxito de la película no radica en el virtuosismo de la danza y la música sino en la manera tan eficaz de apelar a la nostalgia. Todas y cada una de las imágenes remiten a una dimensión fantástica: la felicidad. Aunque no esté presente, se puede sentir su aroma a través de toda la cinta.

Damien Chazelle, su director, conoce la técnica. Supo ambientar una historia de amor y ambición en la ciudad de los sueños, La La Land, y cada número musical remite a un paraíso perdido y reencontrado, para deleite del espectador.

Damien Chazelle supo ambientar una historia de amor y ambición en la ciudad de los sueños, La La Land

En este caso la máquina de los sueños funciona de tal manera que somos capaces de disfrutar de esa dimensión como si fuera posible y eso sin Fred Astaire ni Cyd Charisse.

En un mundo real tan implacable como el que vivimos y seguiremos soportando, es un gran consuelo poder escapar a una dimensión tan disfrutable. Son tiempos ideales para ser olvidados. La La Land ofrece 128 minutos de sublime ilusión. Por eso se merece la lluvia de estatuillas que obtendrá en la gala del 26 de febrero.

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