Lula da Silva, acompañado por Dilma Rousseff<br>

Opinión > Análisis

Actitud peligrosa

El caso judicial de corrupción contra el expresidente Lula da Silva puede hacer un daño profundo a la democracia brasileña
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15 de agosto de 2017 a las 10:00
En estas horas todos los focos se dirigen a una Venezuela de muerte y dolor, pero no por un desastre provocado por la naturaleza, sino por la acción de un gobierno totalitario que tiñe de sangre al país. No es nada nuevo. La novedad en todo caso es que estamos ante una crisis desatada por un populismo de izquierda. Dejando a un lado el signo político, ya sabemos el final trágico de esta historia repetida mil veces en la región.

En estas horas, los focos también deberían apuntar hacia Brasil, donde las reacciones políticas al caso judicial de corrupción contra el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva pueden hacer un daño profundo a la democracia brasileña, con efectos también en la región por la influencia de la séptima economía del mundo, y la primera de América Latina, y el significado político del líder del Partido de los Trabajadores (PT).

La conquista del poder de Lula no fue un suceso electoral baladí que daba cuenta del traspaso de mando de un partido de derecha a otro de izquierda.

La llegada al Palacio de Planalto de este obrero metalúrgico y líder sindical fue un hecho político de gran envergadura: la democracia brasileña cumplía la mayoría de edad con el inédito respaldo en las urnas a un trabajador, un hijo pobre de Don Nadie, con apenas cuatro años de escuela, que llegó al sillón presidencial habiendo conocido las penurias de un hogar del nordeste del país.

Y por si fuera poco, en sus ocho años de gobierno fue la cara visible de una profunda transformación social y de una economía de un león rugiendo. El mundo se rendía a los pies de este carismático hombre de voz rasposa.

Lula se ganó un lugar en la historia política brasileña, pero la sentencia del juez anticorrupción Sergio Moro, en el marco de una megainvestigación que ha puesto tras las rejas a políticos y empresarios, que pide nueve años y medio de cárcel por los delitos de corrupción pasiva y lavado de dinero, solo por uno de seis procesos judiciales, eclipsa los méritos del primer presidente de izquierda de Brasil.

Es mucho lo que está en juego –de confirmarse el fallo en segunda instancia, no podrá presentarse nuevamente como candidato– y Lula es consciente de ello: "Cuando fui electo en 2003, tenía un compromiso de fe (...) Me decía todo el santo día que no podía equivocarme, porque si me equivocara, nunca más la clase trabajadora elegiría a alguien venido de abajo. La Presidencia de la República no fue hecha para un metalúrgico, para alguien sin diploma universitario (...)", le dijo el 11 de mayo al juez Moro.

Lula se equivocó al prestarse a jugar con las reglas políticas de gobiernos que tanto criticó; y en estas horas redobla su error con una cruzada en todo el país para cuestionar la investigación judicial en su contra.

Su actitud desafiante al acusar a la Justicia de persecución por su origen obrero y por haber defendido a los pobres durante su gestión, y su decisión de movilizar a sus huestes para evitar ir preso dañarán a la política brasileña y pueden hacer añicos los esfuerzos democráticos de los últimos 14 años.

Este oscuro y triste episodio también formará parte de la historia.

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