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Alejandro Foglia: navegar el sueño

Comenzó a los 4 años, con su padre y su familia. Salían a navegar, iban hasta la isla Gorriti, se bañaban, pescaban. Horas y horas sobre el agua germinaron una pasión por la vela que fue el motor con combustible ilimitado que todavía impulsa
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28 de enero de 2014 a las 18:27

Comenzó a los siete años en optimist; a los 15 pasó a láser que lo llevó a Atenas, Beijing y Londres; el año pasado inició la clase Finn, con el foco en Río 2016 y el sueño del podio Olímpico.

¿Cuándo timoneaste tu barco por primera vez?

Con Optimist, tenía 7 años, en uno de los veranos en Punta del Este. En ese momento la escuela la dirigía Ernesto de Francesco, que también era profesor de matemática. Un fenómeno. Se ve que la docencia le enseñó una pedagogía muy especial. Hay cosas que me mostró que puedo enseñarle a otros. Hasta el día de hoy lo veo y sigue siendo un referente.

¿Y tu primera competencia?

A los 8 años, me acuerdo perfecto. Había una regata en la escuela de vela, al participar te acreditaba la “licencia” (brevet) para navegar solo y correr regatas en cualquier sitio. Esa regata la gané, me acuerdo que en la entrega de premios estaba (Luis Alberto) Lacalle.

¿Ese fue el primero de muchos triunfos?

Más o menos, en el Optimist nunca anduve muy bien. Es un barco muy chiquito, con una vela pequeña. Yo me desarrollé rápido, estaba grande y pesado y me jugaba en contra. El peso y la dependencia de las condiciones climáticas fueron el gran obstáculo que Alejandro tuvo que enfrentar desde los 8 años hasta los 15, cuando tomó la decisión de cambiarse de categoría y pasar al láser, la disciplina que le permitió ir a tres Juegos Olímpicos. Sin embargo, expresa que nunca se sintió frustrado: “Me gustaba estar ahí, navegar, estar en el agua, no me hacía mucho la cabeza con los resultados; lo hacía porque me divertía, nunca lo tomé como una competición. Sabía que era un loco grande y que en algún momento iba a cambiar de categoría”. Entre sus logros como timonel de Optimist se destaca un tercer puesto por equipos en el Sudamericano de 1998 en Cartagena. “Me acuerdo que cuando ganamos nos tiramos todos al agua, el tercer y cuarto puesto fue contra Brasil, estuvo buenísimo ganarle”. Más allá de los resultados, seguía sin saber si la navegación lo acompañaría toda la vida. “No sé si era una convicción o era algo que lo hacía y me gustaba. No sabía si me iba a dedicar o no, no me lo planteaba. Estaba ahí, sabía que me gustaba el mar, el viento, sentir el agua. Los otros deportes me gustaban mucho, pero no pensaba si esto iba a ser lo mío”.

El láser, la madurez y los Juegos Olímpicos

¿Cómo fue el paso a laser?

Comencé con Adolfo “Fito” Carrau. Él se estaba matando para ir a los Juegos Olímpicos de Sídney y lo seguí de cerca. Él tenía 25 años, yo 16. Y con los Juegos te empezás a emocionar. Siempre soñé con los Juegos Olímpicos, miraba las competencias, prendía la tele y me los tragaba. No podía creer lo que sería juntar a todos esos deportistas en una misma villa, participar era un sueño increíble.

¿Por eso comenzaste con el láser, sabías que algún día irías a los Juegos Olímpicos?

En realidad no, me cambié de categoría por el peso y seguí navegando porque me gusta. Nunca me planteé que si hacía tal cosa iba a ir a los Juegos Olímpicos. Yo soy más de mirar el día, disfrutar todo lo que se puede y aprovechar al máximo. Si las cosas tienen que venir, van a venir.

Pero en algún momento le agarrás el gusto a la competencia…

Sí, de a poco... Salís a competir afuera, te medís con los mejores y de repente ves que tu diversión te puso a tiro. Ahí vinieron muy buenos resultados, en el 2000 metí un tercer puesto en un sudamericano junior, y al año siguiente un primer puesto acá, en Punta del Este, y en el 2002 gané de nuevo. Ahí empezás a motivarte un poco más. Casi sin darse cuenta, Foglia se había puesto a la altura de los mejores del mundo. De hecho en el Sudamericano del 2001 compitió con Carrau y terminó como mejor uruguayo. Así, en el 2004 llegó a Turquía en un campeonato que otorgaba plazas para Atenas 2004. Por primera vez en la historia clasificó Uruguay a la flota de oro, la que pelea por el podio. “Fue increíble, primera vez que Uruguay se mete en la flota de oro y, lo que es mejor, la clasificación automática para los Juegos. Si bien yo la había conseguido, un mes más tarde tenía que pelearla entre los uruguayos. Ahí estábamos cabeza a cabeza con Miguel Aguerre en el campeonato nacional de Grecia”.

¿La conseguiste e igual tenías que ganarte el lugar?

Así eran las reglas. La condición que acordamos con el Comité Olímpico era que los dos íbamos a los Juegos, uno a competir y el otro como entrenador. Creo que era lo más justo, porque con Migue, a pesar de que en la cancha éramos rivales a muerte, siempre tuvimos una excelente relación, compartimos mil cuartos de hotel, gastos y horas de entrenamiento.

¿Complicado?

Sobre todo al que le toca perder… Sí, imaginate. Pero los dos somos muy tranquilos, Migue es muy buena gente, así que por suerte nunca tuvimos ningún problema.

Por las dudas te preparaste como nunca…

El comité me había seleccionado para ir a Grecia a una jornada sobre el espíritu olímpico, un evento impresionante. El campeonato nacional de Grecia era al mes de ese evento y ahí me jugaba la clasificación. Decidí quedarme en Atenas para prepararme, algo que nunca había hecho. Hacía un rato que estaba fuera de casa pero algo me decía que tenía que quedarme, que era importante. Me dije, `tenés que ir a los juegos, ya estás acá, arreglate como puedas´. Había conocido a una amiga en Grecia y le conté mi plan y le dije que tenía que buscar un hotel... para ver si me ofrecía quedarme con ella. Me ofreció ir a su casa, me dio su cuarto, la madre trabajaba en una compañía de teléfono y me regaló un celular para hablar con mi familia y hasta me prestaban el auto para ir a entrenar. La verdad que fue ideal, me ayudaron muchísimo, ese mes solo, en un hotel, hubiera sido muy distinto.

¿Seguís en contacto con ella?

Sí, nos escribimos de vez en cuando, la última vez fue para su cumpleaños y le mandé un mail, que me respondió. Sandy se llama, una fenómena. Fue terrible experiencia.

¿Y así llegaste a la competencia definitoria?

Sí, yo estaba muy bien, había entrenado mucho. Como los juegos iban a ser en Grecia ya había muchos barcos entrenando y se armaban lindos grupos. Ahí vino la regata, competimos y por suerte le pude ganar a Miguel y clasificar. Estuvo increíble, pero tampoco daba para festejar porque estaba Migue, que se había quedado a un paso, que era su sueño.

¿Cómo era el tema de los costos?

Pa, durísimo. Había que conseguir un barco para entrenar por un mes y todo salía carísimo. Lo conseguí y para no pagar el club, me acuerdo que lo escondía adentro de un callejón un poco alejado... tenía que revolverme como fuera. Puede sonar increíble, pero al día de hoy, después de haber ganado tres Juegos Olímpicos, Jano todavía debe hacer lo imposible para costear su entrenamiento y dedicación. La última gran hazaña del velista de 30 años fue justo antes de Londres 2012, cuando aceptó un trabajo que consistía en trasladar seis barcos por tierra desde Barcelona a Alemania, y luego ir a por su barco y volver para competir en el mundial y después de Alemania a Londres, en total más de 7.500 kilómetros.

Los primeros JJOO

Entonces llegaron los primeros Juegos Olímpicos. Un objetivo en sí mismo. Alejandro cuenta que no tenía expectativa alguna, que fue a Atenas a descubrir qué era eso de los Juegos Olímpicos. Recuerda que la realidad superó la expectativa por mucho. Ver las culturas, los distintos deportistas en el comedor: desde un gigante que tira bala hasta una diminuta gimnasta, que muestra la preparación exacta para cada disciplina. Atenas pasó, Jano quedó en el puesto 34 de unos 43 barcos, pero el sueño estaba cumplido. Le sirvió para vivir la experiencia y agarrar rodaje, porque él ya sabía que volvería. Fueron cuatro años de Atenas a Beijing donde cambió la forma de preparación por completo. Recibió una beca del Comité Olímpico, que suponía el 25% de los gastos, otro 25% a expensas propias y de su familia y el 50% de apoyo del club, el Yacht Club de Punta del Este que estuvo desde el inicio. Se preparó como nunca antes, corrió más campeonatos y una vez más logró la clasificación directa. La vela era más que un hobby, tenía apoyo, podía prepararse mejor y en el primer mundial que se otorgaban plazas, clasificó: ganó su primera regata y dejó a Uruguay en noveno lugar.

Y llegó Beijing…

Tenía muchas expectativas, me había preparado muy bien, pero me di cuenta de que las condiciones eran muy adversas. Casi no había viento y me jugó muy en contra. Al final quedé en el puesto 17, que tuvo gusto a poco porque me ganaron rivales que había vencido en otros campeonatos. No supe manejar el estrés, la presión de los medios. Cuando la cabeza no está bien, el resto no alcanza y me di cuenta de que había perdido foco. La cabeza y la experiencia pesan mucho más que el físico. Son menos competidores, los errores se pagan muy caros.

Por lo menos tuviste el honor de ser el abanderado de Uruguay…

Eso fue increíble. Uno de los mejores recuerdos de mi vida. No puedo explicar lo que se siente estar ahí, con la bandera en la mano, no podía borrarme la sonrisa de la cara. Me eligieron por el compromiso frente al deporte, la conducta y los resultados. Cuando terminó el desfile, nos dejaron en el medio del estadio y no podía creer lo que era mi camisa, parecía que la hubiera hundido en agua.

Lo mejor estaba por venir

Jano volvió de Beijing con el puesto 17 bajo el brazo. Con los estudios estaba a mitad de camino, luego de cursar un año de ingeniería, se dio cuenta de que no le gustaba y se puso a estudiar educación física. En el 2008 completó tercer año, y después le metió hasta quedar a cinco materias de recibirse. Entonces decidió irse a España.

Me imagino lo contentos que estaban tus padres…

(Risas) Son esas cosas que decís, es ahora o nunca, igual que en Atenas... Y me fui. Allá estaban todas las condiciones para prepararme y además había conocido a una chica, Andrea, con la que empecé a proyectar un futuro. Entonces me la jugué.

¿Cómo conociste a Andrea?

En el 2007, estaba en Barcelona caminando por la calle, le pedí instrucciones para llegar a una casa que habíamos alquilado y de atrevido le pedí el teléfono para hacer algo... y dos años más tarde me mudé con ella. Allá tenía todo para hacer el circuito más tranquilo, evalué otras opciones y me fui. Estuve dos años con ella, fui muy feliz, pero es complicado compaginar una relación con tanto viaje y entrenamiento. Los juegos de Londres eran mi prioridad. Entrené muchísimo, sin descuidar los estudios, que revalidé lo que pude y continué. Como había empezado a estudiar, quería terminar. Las cosas que se empiezan no pueden quedar a medias, por mucho que cueste. Terminé en julio de este año. Fue un alivio terrible. Irónicamente, estar cerca, entrenar mucho y rodearse de los mejores no alcanzó para lograr una clasificación tranquila. Su relación con Andrea se había deteriorado muchísimo, y cuando el corazón no está bien a la cabeza le cuesta todo el doble. Después de todo, el deporte es un estado de ánimo. “Ese período previo hasta Londres fue un desastre. En el mundial de Perth quedé en la flota de plata, también estuvieron los juegos panamericanos, en los que me comí el garrón del cuarto puesto. Soñaba con el podio y me quedé a segundos. Esa calentura me alimentó para lo que vendría”.

Así que dejaron con Andrea y te viniste a Montevideo.

Sí, estuve entrenando acá y en Mar del Plata con Julio Alzogaray, un argentino que conozco hace mucho. Había muchas regatas, fue muy intenso, pero sentí que mejoraba cada día, para llegar lo mejor posible a Londres.

La preparación dio sus frutos.

El resultado de Londres fue increíble, octavo puesto, segundo en la medal race. Entré noveno y sabía que si pasaba a uno llegaba al diploma. En Londres me encontré con la experiencia necesaria para sacar tremendo campeonato. Mi hermana Mariana me enseñó unas técnicas de meditación que fueron muy importantes y además, las condiciones fueron inmejorables. Cada regata era una paliza. Terminaba el día destrozado, enfocado solamente en recuperar el cuerpo. Además, me eligieron para encabezar el desfile de clausura, otra gran alegría.

Después del sueño, la dura realidad

¿Sentís que fue un punto de quiebre en términos de visibilidad y apoyo?

En apoyo de espónsores no, nada. Actualmente tengo un contrato firmado con DirecTV hasta 2016 que para mí es muy bueno, la empresa es de primera. Se hizo una campaña para Londres y después ellos quisieron seguir, querían apoyar, saben que capaz que no hay retorno, porque los deportes menores no son como el fútbol, no somos figuras públicas, pero ellos apuestan a nosotros, al deportista amateur, con valores de trabajo, esfuerzo y disciplina, que se identifican con los de la empresa. Sería bueno que muchas otras empresas tomaran este ejemplo.

¿Pensás en esto como un trabajo?

Sí, 100%. Cuando decidí enfocarme en esto, lo tomé como un medio de vida. Más allá de que todo lo que gano lo reinvierto. Yo no podría estar metido en una oficina todo el día, tengo que estar al aire libre.

¿Se puede ser deportista profesional en Uruguay?

No, es muy difícil. Se trabaja y trabaja, sabiendo que no vas a recibir nada a cambio, pero que si no lo hacés, no vas a llegar a nada. Y no muchos están dispuestos a dejarlo todo. La familia se reduce mucho, los amigos también. Necesitás descansar, vas a contra mano de lo que hacen todos, los fines de semana aprovechás para trabajar más... y si no hay una convicción fuerte, es difícil llegar.

¿Y si un hijo viene mañana para decirte que quiere dedicarse al esgrima?

Lo apoyo 100%. Le tiene que gustar. Si no le gusta realmente, que no lo intente. Esto no es para figurar, ni por la fama ni para salir en la tele... si pensás eso estás confundido. Uruguay es un caso muy especial, faltan muchos recursos para que unos pocos puedan hacer lo que les gusta y puedan dedicarse. Si bien se está mejorando, se escucha más... pero todavía queda mucho camino.

En cuanto al apoyo, ¿existen diferencias entre los partidos políticos?

No, es que no hay apoyo directo del gobierno. Ahora entre el Comité y el gobierno se creó la fundación Deporte Uruguay, que beca a deportistas para una competición específica. Para los juegos Odesur becaron a 25 deportistas. Yo no califico porque tengo la beca del Comité Olímpico. Hay otros deportistas y no pretendo que me den a mí todo.

¿Se puede decir que sos un privilegiado entre los deportistas?

Sin dudas. Yo soy consciente del apoyo. Y lo he ganado con muchísimo trabajo y con resultados. Con eso llegué a un lugar y ahora que estoy cerca, que siento que puedo llegar a más, no quiero quedarme ahí. Quiero más apoyo para prepararme mejor que para Londres.

¿Crees que el gobierno es más inclusivo, es decir, beca más gente con poco, en lugar de elegir a una elite y prepararla para que tengan chances reales de algo?

Soy consciente de que el gobierno hace lo que puede. A mí me apoyaron con un barco que costó 20 mil euros. El Ministerio de Turismo y Deporte lo compró, o sea que invirtieron y fuerte y sé que si me tengo que preparar mejor y les tengo que pedir apoyo, lo voy a tener, porque fui el mejor deportista de los últimos juegos y estoy apostando fuerte.

¿Cuáles son tus expectativas, ahora que pasaste a Finn?

Es un barco más grande, vela más grande, más apto para mi peso, voy a estar más tranquilo. No me gusta tener expectativas, todavía no he podido entrenar bien por una lesión en la espalda. Pero desde chico que tengo el sueño de subirme a un podio y ahora lo visualizo más claro. Es un sueño que quiero hacer realidad. Depende 100% de mí, pero sin apoyo es difícil llegar, sobre todo en esta categoría que demanda más.

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