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Alfonsina Maldonado: La niña que quería ser amazona

Ama a los caballos desde niña y su sueño es competir en equitación a nivel internacional representando a Uruguay. Luego de grandes desafíos y esfuerzos se prepara para llegar a los Juegos Olímpicos de Río 2016
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03 de diciembre de 2014 a las 13:49

Desde muy pequeña tuvo un sueño y no paró hasta lograrlo. Quería llegar a ser una amazona y competir para representar a su país. El deporte fue su fuente de inspiración, su vocación, su motor de desarrollo y de su crecimiento personal. Desde los 14 años compite en equitación pero una vez que conoció la técnica de adiestramiento (dressage) supo que era eso en lo que quería especializarse. “La equitación se basa en el adiestramiento. Para poder saltar, tenés que conocer al caballo. Uno tiene que saber trabajar los ritmos del animal: el trote, el galope. Es una de las disciplinas más difíciles”. Se necesita la mayor comunicación entre el jinete y el caballo. Cuando tenía 20 años decidió dejarlo todo: su casa, su familia y sus amigos e irse a vivir a Europa, a hacer su sueño realidad. Actualmente vive en Portugal en una finca rodeada de caballos, en donde entrena todos los días. Su próxima meta es clasificar a los Juegos Olímpicos que se realizarán en Río de Janeiro en 2016. “Tengo esperanzas de poder llegar, estoy practicando mucho y tengo la suerte de contar con uno de los mejores entrenadores del mundo”.

Un sueño para olvidar el dolor

Alfonsina Maldonado nació en el departamento de Florida, el 9 de diciembre de 1984. Seis meses después su vida cambiaría para siempre. El 1º de mayo viajó junto a sus padres, Jorge y Marisa, y su hermana mayor Mabi a Montevideo a visitar a unos amigos. Esa noche había tormenta, y la casa se había quedado sin electricidad. Marisa acostó a Alfonsina en uno de los cuartos y dejó encendida una vela. Al rato sintieron que la bebé lloraba. Sus padres corrieron al cuarto pero cuando llegaron ya estaba todo en llamas. La quemadura fue de primer grado en todo el lado izquierdo de su cuerpo (incluida su cabeza). Finalmente el saldo fue la pérdida de su mano izquierda. “Siempre digo que fue ahí donde comenzó la historia de mi vida. Estuve 32 días en coma y los médicos no creían que fuera a sobrevivir”, relata Alfonsina. Durante un año y medio vivió dentro de una burbuja (ya que era parte del tratamiento) y hasta los 5 años estuvo internada en la Unidad de Quemados del Hospital Militar. “Los tratamientos eran realmente invasivos e intensos. Viví prácticamente en un coma inducido porque los calmantes eran tan fuertes que quedaba totalmente inconsciente. Imaginate que te hagan tres raspajes al día, que tengas inyectado el suero en el cuello o en el pie, y que te alimenten por sondas, todo esto siendo una bebé”. Alfonsina recuerda los primeros años de vida dentro de un hospital. A veces le daban días libres porque sus padres tenían a Mabi, su hermana, y debían volver a Florida a verla. Además, tenía que aprender a hablar y a caminar. “Me daban muy pocos días para estar en mi casa y otra vez al hospital. ‘Vacaciones cortitas’ me decía mi doctor”. Con 5 años comenzó a ir a la Escuela Rural número 105, Costas de Arias, en el departamento de Florida. Y aunque quedaba cerca de su casa tenía que ir a caballo. Los tratamientos seguían y muchas veces debía volver al hospital. Allí los maestros la visitaban y le dejaban tareas para que no perdiera las clases. “En la escuela rural no tuve problemas de discriminación porque éramos todos vecinos y nos conocían. Pero en el liceo me sentía observada y juzgada”.

Los tratamientos eran realmente invasivos e intensos. Viví prácticamente en un coma inducido porque los calmantes eran tan fuertes que quedaba totalmente inconsciente

Alfonsina cuenta indignada que hasta el día de hoy siente que la discriminan. “La verdad es que me da mucha impotencia y por eso considero que es muy importante generar conciencia en la gente. Que me falte una mano no es motivo para que me miren todo el tiempo. Hoy la gente no se involucra, no ayuda a nadie, y eso me da mucho dolor y rabia”, dice afligida. Pero esa discriminación no impidió que Alfonsina siguiera estudiando. Cursó tres años en la Escuela de Avicultura de Florida, donde se graduó con el título de Técnico Agropecuario y luego llegó a Montevideo con la ilusión de estudiar en la Facultad de Veterinaria, pero no le gustó y se iba de las clases para poder montar. Entonces hizo un curso de chef, ya que le encanta cocinar, sobre todo cosas dulces, y paralelamente realizó un curso en la Escuela de Equitación del Ejército Uruguayo para ser instructora de equinoterapia. A raíz de su accidente, Alfonsina tiene que hacer deporte de por vida ya que la piel de los quemados tiende a encogerse. “Si yo no mantengo activo el brazo se me encoje y el dolor es más agudo del normal, del que tengo siempre”. Asegura que siente dolor las 24 horas del día y que hace seis meses iban a intervenirla de urgencia pero finalmente postergaron la operación. “Por ahora me voy salvando, pero creo que toca, algún retoque toca”.

Pasión por los caballos

Desde muy pequeña le decía al cirujano cada vez que la iba a curar que cuando fuera grande iba a ser jinete e iba a representar a Uruguay. “Él me sentaba a upa y me decía: ‘Bueno pero para eso tenés que dejarte curar’ y yo le ponía el brazo en la bandeja”. Alfonsina pasó por 17 cirugías plásticas que llegaban a durar hasta ocho horas. “En cuatro o cinco cirugías no me pudieron operar ya que hacía fiebre porque quería andar a caballo. Me acuerdo que me tenían que llevar al Parque Rodó para que pudiera subirme a algún petizo y recién ahí podían comenzar con la intervención”. Su relación con los caballos siempre fue muy estrecha. Su familia vivió toda la vida en el campo, por lo que ella desde que tiene memoria sabe montar y los días en los cuales le daban “vacaciones” del hospital se pasaba cabalgando. Concurría a la escuela a caballo e incluso a los 13 años iba a montar al cuartel de San Ramón. “Todos íbamos a caballo a la escuela porque teníamos que cruzar el campo y hasta un arroyo. Los días que llovía no había clases porque el arroyo estaba crecido”, recuerda. Desde el momento en el que Alfonsina le dijo a su cirujano que quería ser jinete, comenzó su sueño. Sueño que persiguió toda su vida para llegar a ser una amazona olímpica y poder representar a su país. “Creé un sueño para olvidar el dolor”, cuenta mientras se le llenan los ojos de lágrimas.

La verdad es que me da mucha impotencia que me discriminen y por eso considero que es muy importante generar conciencia en la gente. Que me falte una mano no es motivo para que me miren todo el tiempo. Hoy la gente no se involucra, no ayuda a nadie, y eso me da mucho dolor y rabia

Su carrera por perseguir un sueño

Cuando era adolescente montaba y competía por el cuartel de San Ramón, siempre en categorías normales, no paralímpicas, a pesar de que le faltaba una mano y de que nadie creía que pudiera hacerlo. Ya en Montevideo, practicaba en la escuela de equitación del Ejército, pero no de forma profesional. “Cuando quise comenzar a competir de manera profesional me cerraron las puertas de muchos lugares de nuestro país porque me faltaba una mano. Fue un momento que me golpeó fuerte y me lastimó mucho”, recuerda con angustia hoy a sus 29 años. Pero Alfonsina no renunció, ella quería que su sueño se hiciera realidad e iba a hacer hasta lo imposible para lograrlo. Ese sueño fue durante años su motivación para salir adelante, para superar todos los obstáculos que su discapacidad le ponía por delante. “En ese momento pensé que el mundo era demasiado grande como para quedarme en mi país. Estaba segura de que en algún lugar me iban a abrir las puertas y pensé en Europa, donde están los mejores, ya sea de salto o de adiestramiento”. Tomar la decisión e irse le llevó dos meses. El destino fue Barcelona y a la semana ya había conseguido trabajo. Aunque no le fue tan fácil, ya que el comentario era: “Esta chiquilina viene de Uruguay, le falta una mano y quiere trabajar”. “Recuerdo que en el primer lugar donde me presenté para trabajar les conté todo lo que sabía hacer con los caballos y les dije: ‘Solo tengo un problemita’, y les mostré mi mano y enseguida me preguntaron: ‘¿me estás diciendo que hacés todo eso con una mano sola?’ Y les pedí que me dieran una oportunidad”. Alfonsina consiguió el trabajo y durante los primeros días tres personas la supervisaban todo el tiempo. Trabajaba a cambio de casa, comida y una clase de equitación al día. Rápidamente se fue ganando el apodo de “la uruguaya que no tiene mano”. Trabajó de lunes a lunes, se levantaba a las cinco de la mañana, limpiaba los boxes de los caballos, les daba de comer, los paseaba y los preparaba para las clases. “Los primeros días tenía personas que iban a mirar cómo barría, ensillaba y ponía las monturas y las vendas. También miraban cómo montaba, saltaba y agarraba las riendas. Me observaban porque les resultaba extraño cómo podía hacer las cosas sin una mano. Hasta hoy me preguntan cómo me ato los cordones o cómo corto la carne”. Alfonsina hace todo sola desde muy pequeña porque dice que siempre fue porfiada, nunca quería que la ayudaran a hacer las cosas porque ella tenía que poder. Cuenta que es una persona independiente y muy solitaria. “Hay diferentes tipos de discapacidad. Está el que sale adelante y el que se queda, el que se queda porque se victimiza por su propia discapacidad y no es capaz de afrontar lo que le sucede. Muchas veces tiene que ver con las personas que nos rodean, que nos hacen sentir inútiles”. Cada tres meses cambiaba de lugar de trabajo porque no quería quedarse siempre en un mismo sitio. Sabía que había muchos lugares en los que podía aprender e ir perfeccionando la técnica de su entrenamiento, hasta que llegó a Yeguada del Lago en Caldes de Malavella, donde trabajó durante cinco años y conoció a Fandango, caballo con el cual se postuló para los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Allí comenzó realmente a entrenar en la disciplina paralímpica que hoy compite, llamada dressage. Es una gimnasia equina en la que el jinete y el caballo establecen un vínculo muy estrecho para poder obtener movimientos de gran precisión y delicadeza con un enorme control físico. “Es como si el caballo bailara”, dice para explicar el movimiento.

Ejemplo para muchos

Alfonsina se levanta todos los días a las seis de la mañana para tomar mate y, si está inspirada, escribe un libro sobre su biografía, que pretende terminar para el próximo año. Cuando su caballo termina de comer, lo pasea y le limpia el box. “Soy supercelosa de mi caballo, no me gusta que nadie me lo toque, o sea, nadie. Soy maniática, no me gusta que le hagan nada. Solo puedo tocarlo yo”. A su vez, ella tiene un gran entrenamiento físico; hace gimnasia, sale a correr todos los días y entrena junto a Zig Zag. Además, practica meditación y yoga, ya que cree que estas prácticas la ayudan a concentrarse. También prepara las charlas que luego da de forma honoraria en distintas partes de Uruguay, ya sea en escuelas, UTU, liceos o en empresas. “Me llaman por ejemplo de muchas escuelas carenciadas o de liceos en los que hay mucho bullying o chicas con problemas de anorexia”. El mensaje que siempre intentó transmitir es que la perfección no existe y que la belleza natural de una mujer se basa en su esencia y es eterna. Además, le gusta motivar a la gente para que la falta de una mano o una pierna no sea un impedimento para ser feliz.

Londres 2012

“Me postulé para Londres 2012 en la categoría grado 4 Gran Premio. Soy la única amazona de América Latina y del Sur que realiza la prueba Gran Premio”. Para recaudar fondos y poder estar en los Juegos Olímpicos vendió gorros, camisetas, pegotines, rifas y hubo empresas que la apoyaron, pero no fue suficiente. “Es uno de los deportes más caros, hay que mantener al caballo. Tiene un alimento especial, necesita un veterinario y como es un deportista necesita un masajista y herradores especiales. Los entrenadores de alto nivel son carísimos y lo más costoso en una competencia son los traslados”. Para llegar a los Juegos Olímpicos los competidores deben participar de un clasificatorio que se realiza en toda Europa. Hay competencias en Alemania, Ucrania, Suiza y hasta en Noruega. Desafortunadamente, Alfonsina llegó a tener dinero para participar en tres competencias internacionales de un total de seis, por lo que no pudo clasificar, y quedó a dos puntos del ranking. Un entrenador profesional de alto nivel cuesta aproximadamente 1.500 euros al mes y el traslado de un caballo a una competencia sumado el alojamiento y la comida, dependiendo de la distancia, puede costar entre 3.000 y 4.000 euros.

Nuevo objetivo: Río 2016

Actualmente Alfonsina se prepara para los próximos Juegos pero ya no con Fandango, quien se lesionó. Su actual entrenador es Francisco Cancella de Abreu, al que cataloga como uno de los mejores del mundo, y su nuevo caballo es Zig-Zag, Da SasaJe la “Coudelaria”, uno de los criadores más grandes del mundo de caballos lusitanos para la disciplina de dressage. “Tuve la suerte de que confiaron en mí. Me prestan el caballo para competir y representar a Uruguay pero el caballo pertenece al establecimiento. Además, tengo un superentrenador que también es juez internacional”. Alfonsina cree haber hecho todo lo que estaba a su alcance para conseguir fondos para competir y asegura que las ayudas para los deportistas en Uruguay son escasas. “Lo que intento comunicar es que, aunque lo hago porque quiero, estoy representando a Uruguay. El sacrificio es realmente gigante cuando decidís competir a alto nivel y te tenés que ir de tu país. Yo dejé todo por un sueño, por una meta, por un país, y lo hago con mucho orgullo, no estoy arrepentida de nada. Todo el dinero que gano así como las donaciones son para poder llegar a Río”. Extraña a su país pero está contenta con las oportunidades que se le dieron, ya que en Uruguay nunca lo hubiese logrado. “Lo que más extraño son las milanesas y la pascualina”, dice y vuelve a reír.

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