Opinión > EDITORIAL

Alto costo del desorden fiscal griego

La crisis se gestó desde la década de 1990, cuando sucesivos gobiernos de Atenas se lanzaron a un gasto público desmedido y sin control
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07 de julio de 2015 a las 00:02

Por ineficiente, descuidado y corrupto estoy arruinado, así que vengan a salvarme si no quieren que los contagie. Este es el reclamo del gobierno socialista de Grecia a la Unión Europea (UE) y al Fondo Monetario Internacional (FMI), todos enfrentados a una crisis que se arrastra desde hace cinco años y que se agravó con el rechazo griego, en el referéndum del domingo, a las duras condiciones propuestas para un nuevo rescate. El final es incierto, ya que ambas partes se niegan a más concesiones. Empiezan igualmente nuevos tironeos negociadores para evitar el quiebre de la eurozona de moneda única.

La crisis se gestó desde la década de 1990, cuando sucesivos gobiernos de Atenas se lanzaron a un gasto público desmedido y sin control, incluyendo clientelismo partidario en medio de denuncias de corrupción. Aunque el déficit fiscal trepó a un insostenible 15% del Producto Interno Bruto (PIB), Grecia lo ocultó apañando las cuentas públicas y asegurando que era de solo el 3,7%. Cuando el Banco Central Europeo (BCE) y el FMI se apercibieron del engaño en 2010, iniciaron programas de rescate para evitar el desmembramiento de la eurozona. Desde entonces aportaron créditos por US$ 268 mil millones a la economía griega, a cambio de que el país impusiera un severísimo ajuste fiscal. Grecia prometió hacerlo. Pero una y otra vez omitió cumplir todos sus términos, en medio de un creciente desempleo, una economía en recesión y un sistema bancario al borde del colapso.

Las resultantes convulsiones sociales propulsaron al gobierno al partido de izquierda Syriza. Su líder y primer ministro, Alexis Tsipras, se embarcó en un tira y afloje con el BCE y el FMI, que se negaron a seguir volcando fondos en el barril sin fondo de la ruina griega sin garantías de corrección. La última propuesta de las dos instituciones para seguir ayudando incluía nuevas restricciones fiscales draconianas. Tsipras las rechazó y dejó caer al país en default. Pero decidió dejar la decisión final a los votantes que, como era previsible, rechazaron condiciones que empeoraban aún más sus paupérrimas condiciones de vida.

La crítica situación es, en buena parte, culpa de la propia UE. Fue durante décadas modelo de integración. Pero su expansión a virtualmente toda Europa incluyó naciones con economías frágiles, debilidades estructurales y otras asimetrías, todo lo cual cuestionó haber implantado el sueño de la moneda única. Algunos países cayeron en la crisis iniciada en 2008 pero lograron recuperarse mediante severos ajustes fiscales. Lo hicieron España, Irlanda e Italia. Pero Grecia, fiel a su historia antigua, siguió viviendo en un Olimpo ficticio de engaños y despilfarro.

Se abre ahora un período de incertidumbre. La UE, liderada por Alemania y Francia, y el FMI probablemente esperarán a que la debilidad del sistema bancario griego, que no puede devolverle sus fondos a pequeños ahorristas, agudice las protestas sociales y obligue finalmente a Tsipras a aceptar las últimas exigencias de sus acreedores. Pero bajar la cabeza sería la muerte política del gobierno. Una de las partes tendrá que ceder si se quiere evitar que Grecia salga de la eurozona. Esta opción supone para los griegos aislarse del mundo en su desorden fiscal. Más grave aun es que debilitará al euro y tendrá serias repercusiones adversas en los mercados financieros y comerciales en gran parte del mundo. Para la UE, esta situación es también un claro fracaso de sus modelos de ajuste realizados sin normativa clara. Grecia ha sido una dura lección también para Europa.

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