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Gabriel Pereyra

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Amodio Pérez, el aire huele a venganza

Otros traidores, cuyas acciones fueron incluso peor que las del ex tupamaro, viven como un vecino más en Uruguay
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01 de septiembre de 2015 a las 05:00
Jorge Guldenzoph fue un integrante del Partido Comunista. Detenido durante la dictadura pasó a colaborar con la Dirección de Información e Inteligencia. Apodado "El Charleta" y vinculado hoy a la secta Moon, fue denunciado por haber torturado y violado a una presa política. En 1975 y 1976, Guldenzoph recorría 18 de Julio señalando gente.

Un exintegrante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) lo vinculó con la desaparición del dirigente Ary Severo Barreto, presuntamente trasladado desde Argentina a Uruguay junto a su familia en un tercer vuelo de la muerte. Este hombre dijo que Guldenzoph usaba perros para martirizar a los detenidos. Guldenzoph vive en Uruguay como un vecino más. Nunca fue procesado.

Mario Arquímedez Píriz Budes traicionó al MLN mucho antes que Héctor Amodio Pérez. De hecho, Amodio dice que los militares lo pusieron a "ordenar los papeles" con las declaraciones de Píriz Budes. Alias "El Tino", Píriz Budez fue, a juicio del expresidente José Mujica, mucho más dañino que Amodio Pérez. Píriz Budes vive en Rivera como un vecino más. Nunca fue procesado.

Son decenas los que, como Guldenzoph o Píriz Budes, entregaron gente durante la dictadura. Ninguno tuvo la "prensa" ni construyeron en su entorno el "mito" que el MLN levantó en torno a Amodio. Hoy, con el paso de los años, podemos comprender por qué los tupamaros convirtieron a Amodio en una de sus principales mentiras. Servía para exorcizar un montón de pecados, algunos horrendos. Había que inventar un monstruo que nadie pudiera superar, así el resto parecía menos horroroso, sus actos menos deleznables. Los hechos del pasado han puesto a la Justicia ante situaciones de difícil resolución. Reconociendo esto, en más de un fallo quedó expuesta o al menos bajo sospecha una evidente politización de algunas sentencias. "Con pruebas como esta ningún juez me procesa a un chorro", dijo hace un tiempo un alto oficial de la Policía en relación con uno de los procesamientos de militares por violaciones a los derechos humanos.

Y le tocó el turno a Amodio Pérez. Privación de libertad, le pidió la fiscal. Privación de libertad. Y con prisión. Los tupas lo habían condenado a muerte. Llegó al país en un momento en que esa condena era extemporánea. Pero no contaba con que así como la guerra es la continuación de la política por otros medios, en ocasiones, la Justicia es la continuación de la guerra por otros medios. ¿Cuál es el límite al que un ciudadano temeroso de ser torturado puede llegar con el objetivo de no ser martirizado? ¿Hasta dónde habría llegado la fiscal si una horda de anormales tomaba de rehén a su marido y le pedía colaboración? ¿Cuánto cuesta a los magistrados ponerse en el lugar del otro? ¿Cuánto boliche, cuánta calle y sentido de la Justicia (no conocimiento de la ley) tienen los magistrados de este país?

Los tupas lo habían condenado a muerte y no pudieron ejecutarlo. Antes de venir, Amodio no midió bien que soplan vientos que hace tiempo sacuden la balanza a la Justicia. Una cosa es la actitud condenable que Amodio pudo asumir en el pasado. Otra es este espectáculo triste, preocupante, donde la libertad de la gente se coarta como si fuera cualquier cosa. Es triste y preocupante, pero, una vez más, el aire huele a venganza.

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