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Aprendiendo de Bill Gates

Su fundación deja algunas enseñanzas en tiempos en que el 56% de los europeos creen que sus gobiernos deberían centrarse exclusivamente en las cuestiones domésticas
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17 de febrero de 2017 a las 05:00

Por Bjorn Lomborg*

Todos –desde las autoridades electas y los burócratas hasta los votantes y los contribuyentes– pueden aprender de la fundación de beneficencia más grande del mundo sobre un gasto efectivo en desarrollo. Y estas lecciones son particularmente relevantes en un momento en que el 56% de los europeos creen que sus gobiernos deberían centrarse exclusivamente en las cuestiones domésticas y dejar que los países receptores se ocupen de sus problemas como mejor puedan (la oposición a la ayuda es inclusive mayor en Francia, Polonia, Italia, Hungría y Grecia).

El periódico dominical de mayor circulación del Reino Unido recientemente lanzó una petición instando a poner fin al gasto en ayuda reservada (por un equivalente del 0,7% del ingreso nacional). Antes de su victoria electoral, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hizo campaña en contra de “enviar ayuda extranjera a países que nos odian”, haciéndose eco de una opinión generalizada de que hay que recortar la ayuda. EEUU asigna menos del 1% del presupuesto federal a la ayuda, pero el norteamericano promedio cree que esa cifra es 31 veces mayor.

La Fundación Bill & Melinda Gates gasta más cada año en ayuda para el desarrollo que la mayoría de los gobiernos ricos. A diferencia de los gobiernos elegidos, que enfrentan prioridades contrapuestas, que van desde cuestiones diplomáticas hasta el sentimiento de los contribuyentes, la Fundación Gates puede centrarse en lo que mejor funciona. Esto no puede resultar más evidente que en el boletín anual que acaban de divulgar Bill y Melinda, en el que le explican al empresario Warren Buffett en qué se invierte la donación de US$ 30.000 millones que le hizo a su fundación –el mayor regalo que alguna vez haya recibido de una sola persona–. Ellos se concentran en tres áreas específicas de inversión: vacunación, contracepción y alimentación.

Las tres han sido estudiadas en profundidad por economistas especializados para mi grupo de expertos, el Centro de Consenso de Copenhague, que investiga las intervenciones y políticas con las mayores posibilidades de mejorar el mundo.

La inversión en vacunas es una decisión muy fácil. La cobertura de un paquete básico de vacunas infantiles es, actualmente, la más alta en la historia, en 86%. La mayoría de los niños del mundo hoy están protegidos contra el sarampión, el tétanos, la tos convulsa, la difteria y la polio, lo que salva 3 millones de vidas por año. La brecha entre los países más ricos y más pobres es la menor de la historia.

Sin embargo, todavía hay mucho por hacer. Los investigadores del Consenso de Copenhague calculan que por unos US$ 1.000 millones anuales se podría ampliar los programas de vacunación para prevenir la neumonía y la diarrea infantil, salvando otro millón de vidas al año. Esta investigación demuestra que cada dólar extra que se invierta en vacunas generará un bienestar humano equivalente a US$ 60. Como señala Melinda Gates, salvar vidas de niños es “el mejor negocio en filantropía”.

La contracepción es otra área donde las cifras hablan por sí solas –y donde se ha registrado un progreso considerable, en gran medida por el liderazgo de la Fundación Gates–. Pero más de 200 millones de mujeres todavía carecen de acceso a la contracepción moderna. Lograr un acceso casi universal a la planificación familiar implicaría un costo anual de US$ 3.600 millones; pero permitir que las mujeres ejerzan un mayor control sobre el embarazo se traduciría en 150 mil muertes maternas menos y en 600 mil niños huérfanos menos, mientras que el dividendo demográfico impulsaría el crecimiento económico. Los beneficios para la sociedad tienen un valor que supera 120 veces el costo.

Mejorar la alimentación para un niño también es una inversión considerablemente buena. Los niños raquíticos no solo no pueden desarrollarse físicamente; también quedan rezagados respecto de sus pares mejor alimentados en el desarrollo de capacidades cognitivas. Les va peor en la escuela y llevan vidas adultas más pobres. El análisis de costo-beneficio demuestra que cada dólar invertido en intervenciones alimentarias en los primeros 1.000 días de vida de un niño puede redituar beneficios por un valor aproximado de US$ 45. En algunos países, este retorno puede llegar a US$ 166 por cada dólar invertido.

El análisis para el Consenso de Copenhague demuestra que cada dólar del dinero de Warren Buffett invertido por la Fundación Gates en vacunación, contracepción y alimentación genera un retorno por un valor de US$ 45-120. Buffett es famoso por sus inversiones astutas, pero este retorno –en términos de desarrollo– es tan fenomenal como cualquier logro empresario.

Allí reside la lección para los gobiernos. La Fundación Gates tiene una mirada atenta puesta en inversiones importantes que puedan lograr resultados sorprendentes a un bajo costo. Si no podemos reparar todo de golpe, deberíamos empezar por donde el beneficio fuera mayor.

Comparemos esto con la estrategia de desarrollo de las Naciones Unidas. Sus Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) –la agenda importante que determinará la asignación de billones de dólares de inversión en ayuda de gobierno en los próximos 15 años– incluyen 169 objetivos de desarrollo complejos e inmanejables.

Sin duda, la alimentación, la inmunización y la contracepción están cubiertas en los ODS. Pero se pierden en medio de una plétora de otros objetivos que, al volverse demasiado detallados –y perder el foco–, terminan mencionando la importancia del turismo sustentable y del acceso a jardines en zonas marginales para la gente discapacitada. Estos por cierto son temas importantes; pero se supone que los ODS ofrecen señales para las inversiones más vitales. En esta asignatura, reprueban.

Ese fracaso presenta un verdadero motivo de preocupación, porque centrarse en las áreas que marcan la mayor diferencia implica más vidas salvadas. Los ODS reemplazaron a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que abarcaban ocho promesas claras y simples como reducir la pobreza global a la mitad, disminuir la mortalidad infantil y hacer que los niños vayan a la escuela. Los ODM salvaron por lo menos 21 millones de vidas.

Sería reduccionista y equivocado sugerir que el sector privado triunfa en materia de ayuda para el desarrollo y que el sector público fracasa; muchos de los mayores éxitos de la Fundación Gates han resultado de asociaciones con gobiernos. Pero el argumento más convincente para sustentar y aumentar la inversión en ayuda para el desarrollo es centrarse primero en las mejores inversiones. La estrategia de la Fundación Gates debería servir de inspiración.

*Director del Centro de Consenso de Copenhague y profesor visitante en la Escuela de Negocios de Copenhague.

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