Mundo > Análisis / Susana Mangana

Arabia Saudita o la tormenta de arena perfecta

El príncipe heredero, ávido de poder, realizó una fuerte purga y promueve importantes reformas
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19 de noviembre de 2017 a las 05:00
El reino de Arabia Saudita se encamina hacia cambios de profundo calado y ello tanto por razones domésticas como obligado por factores externos y una coyuntura regional retorcida.

Hace algo más de una semana el príncipe heredero, Mohamed Bin Salmán, popularmente conocido como MBS, de 32 años, ordenó la detención y la congelación de activos de algo más de un centenar de altos funcionarios del Estado, empresarios y príncipes, algunos de ellos familiares directos suyos.

El heredero demostró ser un hombre ávido de poder; no dudó en convencer a su padre, el actual rey Salmán de 81 años, para que hiciera a un lado a su primo Mohamed Bin Naif, quien fue el heredero hasta junio pasado, momento en que Arabia saudí inició su campaña de aislamiento político y comercial al vecino Qatar, con el decisivo apoyo de Emiratos Árabes Unidos.

Además, MBS es el ministro de Defensa responsable de lanzar la guerra sobre el empobrecido vecino del sur, Yemen, que tanto sufrimiento está costando desde marzo del 2015 a la población yemení enfrentada a una guerra civil y a los bombardeos de la coalición sunita liderada por Arabia Saudí.

A la fecha se calcula que hay 10 mil civiles muertos por la guerra y 2.200 bajas más producto de un brote de cólera que afecta ya a 800 mil personas según varias agencias internacionales.

La insuficiencia alimentaria amenaza a toda la población yemení (27 millones de personas), de escasos recursos, y la desnutrición infantil a raíz de la hambruna alcanza cuotas (2.200.000 niños) que debieran ser inadmisibles en nuestro siglo XXI de sofisticación tecnológica.

No obstante, el ansia de poder no es la única razón, ni siquiera la principal, detrás de la purga iniciada recientemente por MBS, la cual es considerada un "golpe" por analistas especialistas en la región de Oriente Medio como el académico francés Gilles Kepel, quien acaba de visitar Uruguay.

Arabia Saudita depende totalmente de la extracción de petróleo y advierte con temor que ante una perspectiva de caída del precio del barril, Estados Unidos y otros compradores fuertes satisfacen sus necesidades energéticas recurriendo a otros mercados y fuentes alternativas.

Por ello el heredero, muy popular entre los jóvenes de su sociedad, emprendió este ataque enérgico contra los hombres que acumulan riqueza y dirigen la espina dorsal de las finanzas, como el príncipe Walid Bin Talal, conocido en Uruguay por haber recibido al presidente Tabaré Vázquez en 2008 y ser el principal dueño del hotel Four Seasons de Carmelo.

(Facultad de Ciencias Empresariales; Coordinadora del Programa de Política Internacional; Responsable Cátedra Permanente de Islam; Depto. Formación Humanística; Universidad Católica del Uruguay; www.ucu.edu.uy)


Y es que el reino del desierto puede verse envuelto en varias tormentas de arena si no inicia reformas urgentes.

Con una tasa creciente de población –en 2017 superó los 33 millones de personas repartidos en 55% de varones y 45% de mujeres– Arabia Saudita sigue recibiendo importantes cantidades de inmigrantes que nutren su fuerza laboral en todos los sectores.

A pesar de que las generaciones jóvenes adquirieron títulos profesionales y unos pocos ocupan puestos gerenciales, lo cierto es que el príncipe MBS sabe que si no se cambian las dinámicas laborales internas, muchos de sus coetáneos exhiben un hartazgo peligroso por el hastío de no sentirse útiles y productivos en un país sumamente conservador y respetuoso de la jerarquía.

Renovación y apertura

Por ello, el comité anticorrupción que encabeza MBS da señales contundentes a los principales hombres de negocios –allí no existe conjunción de intereses– para que devuelvan parte de la fortuna que mantienen en el extranjero al reino y como advertencia para que comiencen a operar diferente, invirtiendo en la generación de empleos para saudíes.

Por otra parte, MBS también anunció planes de renovación y apertura política y cultural para un reino que cada día queda más expuesto por su rigidez y control absoluto de libertades cívicas que existen incluso entre sus vecinos, incluida una teocracia islámica como resulta Irán.

Está por verse si el cuerpo de ulemas o sabios que aconseja a la Casa Saud desde sus inicios avalará cambios, que aunque necesarios resultan bruscos para la sociedad saudí, entre ellos la flexibilización de códigos sociales y mayores derechos para la mujer.

Un gesto auspicioso fue la visita del patriarca maronita libanés, Bishara Rai, la semana pasada a Riad. Estas son razones domésticas.

Sin embargo, existen otras externas que inciden fuertemente en un reino que no puede eludir responsabilidades a nivel de liderazgo regional, habida cuenta de la superposición de conflictos existente.

La actual contienda entres sunitas y chiítas que permea a varios países en Oriente Medio inquieta a las autoridades saudíes que buscan denodadamente limitar la influencia iraní en su vecindario.

Arabia Saudita sabe que militarmente Irán es superior y que además se fortaleció en estrategia tras su participación en el conflicto sirio.

En Irak, las decisiones del gobierno de Al Abadi se consultan antes en Teherán.

Hezbolá de Líbano y los hutíes en Yemen son patrocinados por el régimen iraní y a cambio deben escuchar a sus clérigos.

La reciente renuncia del primer ministro libanés, Saad Hariri, anunciada en Riad, donde todavía permanece, resulta una maniobra que genera incertidumbre en la región.

Y es que pareciera que Arabia Saudita obligó al destacado político libanés a dimitir en una advertencia clara a Hezbolá, partido que cuenta con una guerrilla y que controla cada vez más la vida política del país.

En realidad, es una forma de denunciar la injerencia iraní en países árabes de la región.

Algo evidente es que Irán logra controlar y organizar mejor a sus satélites y la victoria que logró en Siria al mantener a su aliado Bachar al Asad en el poder le confiere una ventaja relativa sobre el reino saudí.

En cambio, las monarquías petroleras árabes no son exitosas a la hora de organizar agrupaciones islamistas que luchan contra sus adversarios.

En general, estos grupos con una visión radical del Islam terminan dándose la vuelta y mordiendo la mano de quienes los crearon.

Sólo el tiempo dirá si son cambios reales o una vía para despejar el camino de posibles opositores al ambicioso heredero.

33 millones

De personas componen la población de Arabia Saudita, cuya fuerza laboral igualmente se sigue valiendo de una importante cantidad de inmigrantes

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