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Arcades y flippers en Uruguay

Mientras la vieja industria de las maquinitas se convierte en un negocio de la nostalgia electrónica en todo el mundo, dos coleccionistas uruguayos se aprietan entre decenas de flippers que compraron y restauraron pacientemente; en tanto, los propietarios de los históricos salones de arcade sostienen sus negocios, pero con una nueva lógica
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14 de abril de 2016 a las 05:00

[Por Matías Castro]

Tan colorido, encantador y atrapante como cruel, el universo de lo que todos conocemos como maquinitas está teñido por la nostalgia de un pasado que quedó apenas unos pasos atrás. A pesar de que jugadores, comerciantes y fabricantes de flippers y videojuegos siempre han estado pendientes de los últimos avances de la evolución digital, la mirada afectiva hacia la primera experiencia con ellos es parte sustancial del asunto.

El precio de lo único

Un primer vistazo por Mercado Libre arroja el dato de que es posible comprar flippers en distinto estado de conservación por cifras que van desde los $52 mil a los $81 mil. En el portal OLX se ofrece el flipper de los Rolling Stones (de 1979) por $100 mil y como barato (dentro de estos parámetros) el de Time Warp, del mismo año, que se vende a $24 mil porque está roto. Por su parte, el de Batman en buenas condiciones de pintura y funcionamiento cuesta 2.300 dólares y los de Indiana Jones y Los Locos Addams que, según coinciden varias fuentes consultadas son los más cotizados, se han vendido en Uruguay por 4.500 y hasta 5.000 dólares.

Los arcades o videojuegos de cabina valen mucho menos y casi no aparecen entre las ofertas. Una maquinita decorada con los motivos del juego Street Fighter, pero que contiene el Tekken 2, cuesta 650 dólares. Más o menos por ese mismo importe se puede comprar una sin decorados pero modificada para contener 1.500 juegos y no uno. La gran diferencia entre los arcades y los flippers es que estos últimos llegaron a Uruguay con todas sus piezas originales, mientras que los primeros eran armados acá y lo que se compraba en el exterior eran solamente las placas, las palancas y las ranuras de las fichas. Es decir, los videojuegos de cabina fueron casi siempre una suerte de monstruo de Frankenstein del entretenimiento criollo, excepto por aquellas cabinas que incluían armas y asientos tipo simuladores de vuelo. Las de este tipo, si todavía están en el país, no parecen estar a la venta. Según una fuente del negocio, a comienzos de este siglo casi el 90% de los flippers y juegos del país fueron vendidos a compradores de Estados Unidos.

Artesanos de la nostalgia

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El repaso por los portales de venta abre las puertas a un pequeño universo de coleccionistas de flippers a escala nacional y con estándares de precios estadounidenses. Los videojuegos de cabina en Uruguay no tienen coleccionistas a la vista, probablemente porque como objetos eran más bien genéricos.

Ahora que los años dorados quedaron atrás, pero no muy lejos en el tiempo, la sorpresa de la innovación pasa más bien por cómo se repara y reconstruyen las maquinitas entre la nostalgia, la artesanía, el ingenio y la pericia técnica. Así se vive en todo el mundo y también en Uruguay.

Luis Daniel tiene 47 años, vive y trabaja en Lezica dedicado a reconstruir las cosas que le apasionan. Se ha convertido en el principal restaurador de flippers de Uruguay, además de ser un gran coleccionista, ya que posee 70 máquinas en su casa. En la entrada y junto a la puerta, hay esqueletos de autos de todo tipo y algunos aparentemente nuevos, como testimonio de su trabajo de reparación de vehículos. Ya sea reparando vehículos o resucitando pinballs, prefiere trabajar solo y prestar delicada atención a los detalles.

En el comedor de su casa los flippers se aprietan y limitan el espacio, porque hay 12 en pocos metros cuadrados; pero la circulación se vuelve aun más complicada en una segunda casa que tiene a pocos metros, donde las máquinas ocupan literalmente todos los espacios disponibles y dejan estrechísimos pasos para transitar. La otra parte de la colección está en un pequeño galpón al que no se puede entrar por la cantidad de flippers que hay, aunque Luis Daniel asegura que puede sacarlos sin problema cuando lo precisa.

Cuenta que su primer oficio fue la taxidermia, que aprendió por su cuenta a los 11 años, y que el segundo fue la carpintería, cuando era adolescente. A los 19, cuando ya tenía su primera hija, compró su primer auto de colección: un Buick Skylark de 1968 que pertenecía al empresario Robin Henderson y que pagó con un largo trabajo de carpintería que hizo para Buquebus. De ahí en adelante no pudo frenar su afición y su colección llegó a formarse por 55 autos, entre los que había una limusina, un Lincoln, un Jaguar, un Pontiac, un Mustang y un Cadillac. Hasta que un día se cansó y vendió casi todo en Brasil.

Hace cuatro años fue con su novia a Canelones para comprar una rocola usada. El vendedor tenía entre sus cosas un flipper de Space Invaders —una rareza derivada del célebre arcade homónimo— que tentó a Luis Daniel más que la rocola y terminó en su casa. A partir de ese momento, la pasión por coleccionar se combinó con sus conocimientos de carpintería y electrónica, más lo que iba aprendiendo por internet, y los flippers empezaron a multiplicarse. Restaurados y rotos se fueron acumulando rápidamente y llegaron a ser los 70 que tiene hoy, casi todos arreglados y en funcionamiento, aunque poco visibles.

De todos modos dice ser un coleccionista abierto, que no quiere esconder lo que tiene y, de hecho, se interesa por hablar con un colega del que ha escuchado historias pero al que nunca vio. Le han dicho en más de una oportunidad que se trata de un aviador que tiene una colección casi como la suya.

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El aviador nos espera en Malvín Norte, donde tiene su colección repartida en dos locales. Se llama Fabián, tiene 44 años y compró sus primeros dos flippers hace 14 años, más o menos cuando se produjo la última gran oleada de cierres de salones en Montevideo. Uno de los locales donde tiene su colección es el garaje de su familia, un espacio grande en el que hay 13 flippers en funcionamiento. El otro está dentro de la carpintería de su padre, donde construyó un entrepiso para instalar su depósito principal y taller, en donde trabaja con paciencia de artesano sobre aparatos que cualquiera daría por muertos.

Del mismo modo que hizo Luis Daniel, Fabián aprendió por su cuenta, investigando en internet, probando una y otra vez, leyendo manuales y aplicando lo que sabe de electrónica y carpintería. De hecho, ha llevado esta experiencia un paso más allá y la aplicó a su trabajo diario como instructor de aviación en Melilla, y está construyendo un simulador de vuelo. En su oficina del aeropuerto tiene el flipper de Los Picapiedra, gran atracción para sus colegas y alumnos. En su casa tiene solamente el de Volver al Futuro y una elegante mesa hecha con el tablero de otro flipper que hizo junto a su esposa. Su colección suma casi 60 máquinas, muchas desarmadas o a la espera de ser reparadas el día que pueda, porque se trata de una tarea que demanda muchísimo tiempo y paciencia.

Auge, decadencia y resurrección

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No todo el progreso tecnológico ha sido negativo para esta afición, porque así como los fabricantes de estas máquinas tuvieron un rival imbatible en las consolas de videojuegos y las computadoras, los coleccionistas tienen en internet un gran aliado. A través de eBay y Amazon es posible comprar piezas originales para flippers, como figuras de plástico, rampas, paletas, vehículos y luces.

En los años de oro (entre 1980 y 1990), Uruguay tenía carpinteros y pintores especializados que armaban las cabinas de los videojuegos, técnicos en electrónica que instalaban los circuitos de cada novedad que entraba al país, y otros técnicos que se dedicaban a reparar los flippers. El local Bowling Center (en 18 de Julio y Ejido), un negocio familiar que con sus 70 años de vida es el más antiguo de la ciudad, tiene hasta hoy sus técnicos propios.

Aunque algunos locales de maquinitas todavía funcionan con fichas, los de los shopping, como Play Time, Play Ground y Mundo Cartoon, operan con tarjetas magnéticas que se recargan con dinero. Uno de sus propietarios, que hace más de 30 años trabaja en el rubro, dice que las maquinitas van detrás de la gente; así que cuando el público buscó los shopping como lugares seguros y prolijos, los juegos reaparecieron allí. El sentido de estos salones cambió radicalmente, porque dejaron de ser un lugar al que se iba especialmente para convertirse en un servicio más que busca retener por más tiempo a los visitantes del shopping.

Todo se transforma

Un estudio de 1984 aseguraba que la industria del videojuego de salones en Estados Unidos en 1982 había facturado más dinero que las del cine y la música juntas. En ese momento también opacó a la de los flippers, que ya empezaba su lenta caída después de haber tenido su pico de facturación en 1979, cuando generó casi tanto dinero como Hollywood. A pesar de eso, los locales de arcade han sido perseguidos y, por ejemplo, en Chicago, donde históricamente estuvo el centro de la industria, fueron prohibidos durante tres décadas hasta 1973.

En Uruguay también tuvieron sus problemas, con un recordado cierre de locales que duró varios meses en 1982 y un intento de regularización municipal en 1993, que llevó a la clausura de muchísimos salones. Para algunas fuentes, esta última acción habría sido el disparo que dejó agonizando al mundo de las maquinitas en Uruguay. Pocos años después, al igual que en el resto del mundo, fueron opacadas por la difusión masiva de las consolas como la PlayStation y la mejora de las computadoras, que permitieron mejores juegos al alcance de más gente. El mundo de los coleccionistas creció y se fortaleció en internet y los jugadores tuvieron una nueva oportunidad gracias a los emuladores de los juegos clásicos, como el Mame (emulador para PC y tableta) o el iCade para iPad. Lo mejor de toda esta nueva etapa es que no se necesita haber vivido con conciencia los años de 1980 o incluso de 1990 para poder disfrutar de su renacimiento.

Lo que queda

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Fuera del mundo privado de las colecciones, en la actualidad los flippers y las maquinitas se pueden encontrar en shopping centers, salones de fiestas, oficinas y en varios balnearios, donde las fichas caen principalmente durante el verano.

La realidad del hemisferio Norte no es radicalmente distinta a la nacional, con la diferencia de que aparecen algunos salones y museos de arcade prolijamente cuidados y en funcionamiento. Se trata de recintos para la nostalgia y el deslumbramiento que ya no son lugares de refugio para las tardes aburridas, sino que son el destino de peregrinaciones, como también lo son las convenciones.

En Estados Unidos, donde las convenciones y festivales se hacen sobre casi cualquier tema, hay eventos de flippers de todos los tamaños y, según la web Pinside, este año habrá por lo menos 37. En el sitio Pinball News se encuentra un calendario de torneos y eventos para todo el año tanto en Estados Unidos como en Brasil, Polonia, España, Bélgica, Alemania, Holanda, Canadá, Italia e Inglaterra..

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