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Arrancó la campaña en EEUU

¿Quién gana? ¿Quién pierde? Las derivaciones de las convenciones partidarias
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31 de julio de 2016 a las 05:00
Pareciera una recta final, un último trecho, dado lo larga que es la selección de los candidatos en Estados Unidos. Pero en realidad, es recién ahora, pasadas las convenciones partidarias, que da formalmente inicio la campaña presidencial, el banderillazo de largada.

En el Partido Republicano, Donald Trump (cuándo no) tuvo un arranque un tanto accidentado. Su esposa Melania leyó un discurso plagiado de otro que había dado en su momento nadie menos que Michelle Obama. Chris Christy, rival del magnate en las primarias y ahora su acérrimo defensor, se paró en el podio de Cleveland haciendo el papel de fiscal acusador. La acusada era, por supuesto, la candidata demócrata, Hillary Clinton, de quien Christy hablaba cual si fuese una imputada por homicidio agravado. "¿Culpable o inocente?", preguntó Christy, al final de su improbable alegato, ante la multitud enardecida. "¡Culpable!", gritaban todos a coro. Y también a coro: "¡Métanla presa!".

Ben Carson, otro de los derrotados por Trump en la interna republicana, elaboró una rebuscada pirueta oratoria para terminar relacionando a Hillary con el mismísimo Lucifer. Y durante los cuatro días que duró la convención republicana se mantuvo como telón de fondo la sentencia tumultuaria repetida una y otra vez: "métanla presa, métanla presa...".

Aquello fue un espectáculo bastante grotesco. El viejo partido de Lincoln convertido en una turba en trance de linchamiento. Pero al final vino el dueño del circo a poner orden. Trump pronunció un discurso potente en Cleveland, demoledor con la realidad de Estados Unidos y su política exterior, y muy convincente para muchos norteamericanos. Tan es así, que tuvo un rebote de 10 puntos en las encuestas, para colocarse en los días posteriores a la Convención Republicana por encima de su rival.

Los demócratas en Filadelfia armaron un show mucho más civilizado y convencional; aunque los partidarios de Bernie Sanders estuvieron a punto de aguarles la fiesta y les dieron más de un dolor de cabeza.

El primer día deslumbró el discurso de Michelle Obama, una pieza oratoria perfecta (mérito de su escritora en las sombras), ejecutada con igual perfección, mérito de la primera dama. Bill Clinton, como siempre, dio un muy buen discurso. Pero la estrella del gran convite —como suele serlo cuando de perorar se trata— fue Barack Obama.

El presidente es un orador formidable, de esos que asoman en la política cada medio siglo, capaz de rasgar en las fibras más recónditas del alma estadounidense. Y el miércoles por la noche le dio a Hillary una carta de recomendación verbal insuperable, que seguramente le haya granjeado a la candidata demócrata un valioso impulso en los sondeos. Y si finalmente gana en noviembre, mucho se lo deberá a este discurso de Obama.

La propia Hillary tampoco desentonó en su alocución. Cubrió absolutamente todas las bases, golpeó donde había que golpear y tuvo la altura suficiente para no descender al fango regado desde la vereda de enfrente.

Sin embargo, Hillary no entusiasma. Podrán decirse muchas cosas de Donald Trump, pero cuando habló en la convención de su partido, aquello fue una euforia desenfrenada como pocas veces se ve en estos eventos. Hillary no despierta eso ni por asomo. Se la percibe como una especie de personificación del establishment, y tiene serios problemas de credibilidad. La gente simplemente no le cree. Ha cambiado tantas veces de opinión, de postura, de discurso, tan rápido y sobre asuntos tan basales, que es vista como alguien capaz de decir lo que sea con tal de que la voten.

Y es en ese sentimiento antiestablishment del llamado "hombre blanco cabreado", desempleado o subempleado, víctima de los rezagos que inevitablemente –al menos, de momento– dejan la globalización y los avances tecnológicos, donde Trump teje su madeja de apoyos entusiastas.

Por estos días ha tenido gran repercusión un artículo publicado por el célebre cineasta de izquierda Michael Moore, en el que vaticina que Trump será el próximo presidente de Estados Unidos. El agudo análisis del documentalista llega a esa conclusión al dar por hecho que el magnate va a ganar en los estados del llamado "Rust Belt", el cinturón industrial, la región más afectada por el desempleo y la depresión económica, que comprende a los estados de Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin. Se trata de la cuna del "Made in USA", hoy depredada por los efectos de la economía global, la inteligencia artificial y las dinámicas propias de la sociedad del conocimiento.

La matemática de Moore cuenta con que (como se espera) Trump se alce en noviembre con todos los estados que ganó Mitt Romney en las elecciones de 2012, cuando obtuvo en total 206 votos del Colegio Electoral. A eso, el cineasta le suma los 64 de estos estados del "Rust Belt", y da el número mágico de 270 votos electorales que se necesitan para llegar a la Casa Blanca.

Sin embargo, no es tan sencillo. Esos cuatro estados votan tradicionalmente a los demócratas en las presidenciales; y tanto en Michigan como en Wisconsin las encuestas lo ubican a Trump a la zaga por más de cinco puntos. Es posible que gane en Ohio y en Pensilvania; pero me sorprendería que se llevara los cuatro. Si lo hace, es porque arrasa en otros varios estados demócratas; con lo cual alguno de estos seguramente dé lo mismo. No creo que esa región por sí sola –como sostiene Moore– defina una elección reñida.

Hay, empero, una posibilidad, y mucho más factible, de que el magnate neoyorquino sí triunfe en una elección muy cerrada. Esto es, si gana Florida, además de Ohio y Pensilvania. En tal caso, Michigan y Wisconsin no importarían. Los 29 votos electorales de Florida, sumados a los de Ohio y Pensilvania, le darían a Trump 67. Más los 206 mencionados de Romney, son 273. Ya está. Y en estos tres estados, sí que ambos candidatos están cabeza a cabeza. (Honor a quien honor merece, esta última matemática no es mía, sino del Wall Street Journal.)

Habrá que estar muy atentos a lo que suceda en esos tres estados. Y tal vez más que Michigan y Wisconsin, habría que fijarse en Virginia y Colorado. Ahí Trump también puede dar la sorpresa. Pero aún queda mucha tela por cortar. Cualquier cosa puede ocurrir de aquí al 8 de noviembre.

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