Nacional > VIOLENCIA Y NARCOTRÁFICO

Así surgieron las bocas de pasta base en Montevideo

Dueños de las prisiones comenzaron a proferir amenazas de muerte contra autoridades y policías ante el anuncio del gobierno de que cortará los celulares
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02 de noviembre de 2012 a las 22:47

Autoridades del Ministerio del Interior, oficiales y, sobre todo, policías que trabajan en la dirección de Cárceles fueron amenazados de muerte por reclusos que se resisten a que sus celulares sean cortados mediante un dispositivo tecnológico que el gobierno compró a esos efectos.

Fuentes oficiales dijeron que en reuniones de la cúpula ministerial se acordó mantener conversaciones con los presos líderes para adelantarles la medida, y también con el resto de la población carcelaria, para que supiesen que esto no implicaría que quedasen incomunicados con sus familias, ya que se colocarán teléfonos públicos en cada penal.

Pero quienes reaccionaron con violencia no quieren los teléfonos para comunicarse con sus familiares, sino para mantener funcionando el gran negocio del narcotráfico que hoy tiene su cuartel general en los mayores penales del país, donde están recluidos capos de alto vuelo internacional y narcotraficantes locales que son los que se han convertido en un dolor de cabeza para las autoridades. La práctica habitual de permitir a los presos utilizar celulares como una forma de descomprimir las siempre tensas prisiones –y también de mantener intervenidas las comunicaciones de algunos reclusos con el exterior– se empezó a complicar cuando la Policía advirtió que los narcotraficantes vernáculos habían dado un salto cualitativo en su accionar y, emulando a colegas más poderosos de otros países, comenzaron a utilizar sicarios a quienes daban órdenes de ejecutar a sus enemigos desde adentro de los penales. Ello, sumado a la ausencia de líderes en las calles de los barrios periféricos y a la escasez de droga, completó un cóctel que disparó la cifra de homicidios y de ajustes de cuentas a la mexicana.

La génesis
Este punto frágil y peligroso en que se encuentra el narcotráfico local comenzó a gestarse, según definen los expertos, hace más de una década, en el año 2000. Por entonces, a través del denominado Plan Colombia, el gobierno de Estados Unidos destinó miles de millones de dólares a combatir el narcotráfico en esa nación caribeña. El primer resultado se obtuvo sobre los precursores químicos necesarios para convertir la hoja de coca en cocaína. Los cultivadores suelen entregarle al distribuidor final la hoja procesada hasta obtener la pasta base, y el distribuidor, gracias a los precursores, la transforma en cocaína.

Ante la ausencia de precursores en Colombia, los carteles empezaron a sacar del país y también de Perú y Bolivia la sustancia en su etapa de pasta base para que, fuera de fronteras, sus socios culminaran el proceso.

Algunos lo hicieron y así aparecieron los primeros laboratorios en Buenos Aires y en dos o tres oportunidades en Montevideo. Pero otros traficantes encontraron en la pasta base un negocio redituable en sí mismo. Así comenzó a llegar a Uruguay desde Buenos Aires y en 2002 esa nueva modalidad de tráfico se cruzó con la crisis económica que, al igual que con otros mercados de la economía, hizo estragos en el mundo del narcotráfico.

Muchos vendedores –impactados además por las grandes requisas de cocaína y marihuana que registró la Brigada de Drogas– quedaron sin rubros para poder pagar sus deudas y se pasaron con armas y pertrechos a la pasta base que, según la Policía, por entonces empezó a circular por todo Montevideo, sin respetar zonas ni barrios.

Y circuló de la forma en que circulaba la droga por entonces, al estilo delivery: el consumidor pedía y el distribuidor llevaba.

A medida que el país fue saliendo de la crisis y los consumidores recuperaron su poder adquisitivo, los que pudieron regresaron lentamente al consumo de cocaína.

La pasta base, más barata y ya instalada en el mercado, se fue replegando hacia los barrios periféricos y allí se produjo un cambio que modificaría el mapa no solo del narcotráfico, sino de la seguridad pública en general: el surgimiento de bocas de venta o, dicho de otra forma, la territorialización del tráfico al menudeo. El vendedor ya no entregaba a domicilio, había que ir hasta él para obtener esa droga que se consume rápido, de impacto fugaz y que se empezó a pagar no solo con dinero sino con objetos, en general robados por los consumidores que fueron arrastrados por la adicción al terreno del delito.

Una década después de instalada en el mercado, la pasta base modificó costumbres, comportamientos delictivos, acciones policiales y hasta la legislación que ahora busca penar más severamente a quienes trafiquen con ella.

Pero los expertos sostienen que mientras el mercado de la cocaína y la marihuana sigue en auge de la mano del crecimiento económico, el de la pasta base se ha estancado y empezó a tener una lógica interna propia, muy diferente a la que le imprimen a su trabajo los grandes narcotraficantes que, a pesar de ser violentos y también perpetrar ajustes de cuentas de proporciones, ven el asunto desde una perspectiva más empresarial.

Los vendedores de pasta base quedaron entrampados con clientes que son harto complicados. “El de pasta base es un consumidor de tiro corto, porque su cuerpo no soporta mucho tiempo un alto ritmo de consumo y en sus etapas finales es un problema para el propio narcotraficante: le roba, lo amenaza, le dice que si no le fía, lo va a denunciar. Algunos ajustes de cuentas son en realidad escarmientos a consumidores que se dieron vuelta”, cuenta un oficial antinarcóticos.

El policía dice que a pesar de la territorialización del tráfico es imposible hacer un mapa del mismo en base a supuestos liderazgos porque en este negocio de la pasta base “el reinado es fugaz”. La Policía reconoce en traficantes como Luis “el Betito” Suárez o “el chelo” Parizzi a personas con incidencia dentro de la cárcel que controlan a bandas de decenas de integrantes en diversos barrios y con poder de enviar sicarios, pero también advierten que la fidelidad de sus “perros” es muy débil. “Si a uno le falta droga, sus intermediarios cambian de amo y se van con el que tenga droga”, dijo un policía.

Y en estos momentos hay poca droga en la calle. Y eso trae problemas, sobre todo porque “los perros” que actúan en las calles no siempre hacen lo que sus líderes les ordenan. “A veces se creen más la película, son jóvenes, están armados y todo les importa poco”.

En ese contexto inscribe la Policía la ejecución de un narcotraficante del Cerrito de la Victoria, familiar del Betito, a quien le robaron la droga que tenía en su casa.

Cada caída de una partida de droga o el robo de un narco a otro es un drama para el afectado porque pierde todo y le resulta muy difícil rehacerse. Por eso las bandas diversificaron el negocio y cuando no hay droga se hacen de dinero a través de la rapiña. De hecho, de ese mundo proviene el Betito, que fue rapiñero antes de ingresar al narcotráfico.

Con 29 años de edad conoció en el penal a los narcotraficantes colombianos, a quienes les dio protección, y aprovechó sus consejos y los contactos que estos tienen en el exterior, una pieza clave para que los traficantes locales puedan acceder a quien vende la droga en Argentina, Bolivia o Paraguay, de donde provienen la pasta base, la cocaína y la marihuana.

La cárcel es la cocina de todo. Y la Policía quiere cortar la comunicación con el exterior. Y temen que en vez de silencio haya ruido.

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