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Avispero de Medio Oriente obstaculiza planes de Trump

Conflictos tan urgentes como importantes involucrarán a la nueva administración
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20 de noviembre de 2016 a las 05:00
Superada la resaca electoral estadounidense y la sorpresa (¿lo fue ?) del triunfo de Donald Trump, se suceden los múltiples análisis políticos tanto a nivel doméstico de Estados Unidos como también de lo que será su posible actuación en materia de política exterior.

Trump ha manifestado por activa y por pasiva que su mayor preocupación será devolver grandeza y poderío económico a su América natal, generar nuevos puestos de trabajo, imponer tarifas a las empresas que fabrican partes o todo su producto en el exterior y una política de mayor contención en lo que hace a las relaciones internacionales. Sin embargo no se debe olvidar que existe una serie de conflictos que son tan urgentes como importantes y que involucrarán seriamente a la nueva administración estadounidense.

El combate en curso contra Daesh o el autoproclamado Estado Islámico en Irak, el conflicto sin fin en Siria o el atolladero de Afganistán son tres poderosas razones que pueden distorsionar los planes de Trump.

Si nos dejamos guiar por lo que han sido las soflamas belicistas durante la campaña electoral de Trump así como sus bravuconadas y su actitud desafiante no solo en Estados Unidos sino también hacia el resto del mundo, cabría pensar entonces que lejos de no intervenir en Medio Oriente el presidente Trump deberá enviar nuevas tropas a la región para intentar acabar de una vez por todas con el foco de la amenaza. Sin embargo, esto mismo es lo que buscan y provocan grupos como Daesh o como la plétora de organizaciones yihadistas radicales que retroalimentan el discurso de presidentes, calificados ahora de "hombres fuertes", como Trump o Vladímir Putin.

Es justamente ese tipo de accionar y esa actitud beligerante de intervenir en los asuntos de terceros países lo que denuncian grupos radicales que apelan a la lectura interesada del Corán para llevar adelante su proyecto de crear un califato, sea este en Somalia o Nigeria o en el Levante, Siria e Irak. Así pues, una nueva intervención militar de parte de Estados Unidos a partir de enero próximo no haría más que recomenzar el ciclo de violencia y la espiral de acción-reacción que hemos visto suceder desde hace ya unos 15 años, o sea desde el fatídico 11-S.

Aquellos que desmerecían (casi todos nosotros en el exterior) al entonces candidato Trump por bravucón, inexperto, intolerante y racista tendremos ahora que esmerarnos mucho más en el análisis porque ha quedado demostrado que el magnate devenido en político sí ha sabido interpretar las claves de su tiempo y supo las respuestas que quería oír buena parte de los ciudadanos de Estados Unidos.

Ahora bien, eso no nos garantiza en absoluto que comprenda de política internacional y de cómo jugar al ajedrez en el tablero cambiante de Medio Oriente. Es una partida ciertamente difícil; si Trump accede al deseo ya expresado del presidente ruso Putin de permitir que la familia Al Asad continúe con su régimen en Siria, enardecerá los ánimos de las monarquías petroleras. Arabia saudita, tradicional aliado de Estados Unidos y gran comprador de armamento estadounidense en la región, seguramente ponga el grito en el cielo. Por otra parte, en caso de aceptar la continuidad del régimen sirio, tendrá menos tensiones con el régimen iraní dirigido por el cuerpo de ayatolas, algo que también desagradará a Israel tanto como a las monarquías árabes del Golfo. ¿Está dispuesto Trump a desairar a Arabia Saudita? Él seguramente sí, pero sus congresistas tendrán que soportar presiones varias, desde el lobby de la industria del armamento hasta abogados lobistas que actuarán en representación de la monarquía saudita, entre otros.

Como vemos entonces se trata de un encaje de bolillos que hay que saber armar minuciosamente para no despertar el avispero.

Y en materia de otros asuntos internacionales, si con Obama fue difícil reactivar el proceso de paz entre palestinos e israelíes, con la nueva administración Trump dicho proceso parece destinado a ser enterrado definitivamente. ¿Cómo pretende el presidente Trump apoyar la resolución de la crisis de refugiados, la mayoría de los cuales proviene de países como Siria o Irak sin terminar primero con la guerra civil que desangra a Siria? Trump ha prometido –y hay que creer que cumplirá– terminar con el apoyo gratuito que Estados Unidos brinda en materia de defensa a países como Japón o Corea del Sur. Sin embargo, el ya casi presidente Trump parece no comprender que dicho apoyo no es enteramente gratuito, sino que se enmarca en el complejo juego de intereses geopolíticos a nivel mundial.

Ser el presidente de los Estados Unidos exige además de firmeza y rotundidad, flexibilidad y cintura para lidiar con muchos y muy variados problemas. Algunos de ellos suceden lejos de su casa y de la interna que ha sabido ganar en su país. Alejarse del lenguaje racista, peyorativo, discriminador e insultante para minorías y no tan minorías, como por ejemplo los hispanos de Estados Unidos, exigirá esfuerzo y nobleza de parte del presidente Trump. Por ahora pesan más las incógnitas e incertidumbres que las certezas sobre cómo iniciará su mandato.

No obstante, así como el tsunami Trump nos ha golpeado de frente, debemos recordar que finalmente el entramado de intereses y presiones que interseccionan con la administración de turno le exigirán mayor contención. Por lo menos en el discurso. Eso permitirá ver a un presidente Trump más volcado a su faceta empresarial de dirigente y no tanto al comunicador y "enterteiner" de masas que demostró ser durante la campaña electoral.

Así las cosas, mientras unos festejan otros lloran. Hombres fuertes en Medio Oriente, como Erdogan de Turquía o Al Sissi de Egipto, se alegran de su victoria. Pero Trump deberá tener cuidado. Desconocer los derechos humanos, tanto de propios como de ajenos, finalmente acaba siendo un mal camino para mantener el apoyo y el respeto, incluso de aquellos que lo votaron. Porque por más críticas que se tengan hacia Estados Unidos –y en ocasiones hay buenas razones para ello–, también es justo y necesario reconocer que es un país que ha sabido garantizar derechos de muchos, avanzado en materia de legislación. El desconcierto por el triunfo de un Trump que desagrada más fuera que dentro no debe empañar todo lo positivo que también tiene un gran país como sigue siendo Estados Unidos. Aunque parezca no importarle, es poco probable que Trump desee que se genere un mayor sentimiento antiestadounidense en el mundo.

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