La política no es justa. La política no siempre es tener razón. La política tiene resortes que trascienden la voluntad y el esfuerzo de algunas personas.
En el tema de la seguridad pública, y no sé si siendo consciente de ello, el ministro del Interior lo exteriorizó durante la interpelación en el Senado: no importan las razones de la interpelación. La ciudadanía no le hubiese perdonado a la oposición darle una carta de crédito al gobierno. ¿Quién no lo sabía antes de iniciada la interpelación?
Y ese sentimiento que Bonomi le atribuyó a sus contrincantes políticos, es el mismo que late en extendidos sectores de la población. El renunciá Bonomi -con toda su carga de inconducencia- hizo carne en una ciudadanía atemorizada por la violencia.
No importa si, como muchos creen (creemos), Bonomi está haciendo bien las cosas, al menos aquellas de fondo relacionadas con una tecnificación y profesionalización del combate a la delincuencia.
No importa si se mueve la gráfica sobre cantidad de rapiñas, que es un resumen del sistemático fracaso de todo el sistema político en su combate. El gobierno se comprometió a bajarlas un 30% (sería un salto revolucionario), Bonomi anunció que bajaron un 3%. ¿Cuál es la importancia, no en términos de gestión sino políticos, que en vez de 21.000 rapiñas vaya a haber 20.300? Incluso si bajaran un 30%. La persistente tendencia de la opinión ciudadana contra el ministro no se va a frenar por eso. En los años 90 había cinco veces menos rapiñas que hoy, pero los titulares de los diarios hablaban de una crisis de la seguridad.
Fue persistente el desgaste sobre la paciencia de la gente de un fenómeno que ha centrado su debate en el aspecto policíaco, algo a lo que Bonomi, queriéndolo o no, contribuyó. Es verdad que el ministro ha dicho que la dimensión policial de la seguridad es apenas una y ni siquiera la más importante. Que en los márgenes del sistema se cocina un caldo nauseabundo en el que deben meter la mano sociólogos, educadores, urbanistas. Pero también ha salido a explicar procedimientos policiales concretos y a recomendar a la ciudadanía cómo comportarse ante una rapiña, una tarea que debería haber realizado un técnico en la materia, como, por ejemplo, un jerarca policial.
Técnicamente el ministro se ha aferrado a unos lineamientos en los que confía y en los que confía el presidente, pero el miedo viene ganando la batalla. ¿Quién puede culpar a la gente por eso?
¿Importa la justicia en política? Ya no está entre nosotros Jorge Batlle para responder esa pregunta y contarnos cómo sufrió derrotas pírricas. Una y otra vez perdió. Una derrota política no es necesariamente una derrota personal. Quizás le esté llegando a Bonomi recorrer también el camino de la derrota, por el bien político de su partido y de su gobierno.
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