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Miguel Arregui

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Brasil, el Paraíso en veremos

Uruguay subsiste a espaldas de un gigante embrollado
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22 de marzo de 2017 a las 05:00

En 1941, refiriéndose a Brasil como "la tierra del futuro", el escritor austríaco Stefan Zweig escribió: "Si el Paraíso existe en algún lugar del planeta, no podría estar muy lejos de aquí". Pero poco después, en 1942, creyendo que los nazis se apoderarían del mundo, él y su esposa se suicidaron en una ciudad del Estado de Rio de Janeiro. En cierta forma fue una metáfora de la suerte de Brasil, al menos hasta ahora: una eterna promesa, con ciclos de auge y derroche seguidos siempre, puntualmente, por grandes catástrofes embadurnadas de fiesta y corrupción. Es una caricatura, ciertamente, que exagera ciertos rasgos; pero contiene algo de verdad.

Enano atormentado

Uruguay, un pequeño país nacido de las discordias de sus grandes vecinos, tiene en ellos, a la vez, oportunidades y severos límites.

En lo que va del siglo XXI la economía uruguaya ganó terreno ante Argentina (como se vio en la entrega anterior en este blog): su producto, que era 15 veces menor hace una década, ahora es solo 9,7 veces inferior. Incluso el PBI per cápita de Uruguay superó al de Argentina, un hecho de gran valor simbólico.

A Uruguay también le está yendo mejor que a Brasil, al menos por ahora, aunque solo a partir de 2014, cuando se agotó el larguísimo ciclo de auge brasileño que se inició en 1993.

Brasil es por lejos el principal actor de la región debido a su tamaño. Si bien su desarrollo per cápita es marcadamente menor al de sus vecinos del sur, su economía más que triplica a la de Argentina y supera al menos 31 veces a la de Uruguay. Pero Uruguay y Argentina dependen menos ahora de Brasil que un par de décadas atrás. La corriente comercial del Mercosur, que fue muy poderosa intrazona en la década de 1990, luego se orientó también hacia China, un gran demandante de materias primas (mineral de hierro, celulosa, carnes, soja, cereales).

Uruguay comenzó a exportar soja a partir de 2002-2003, pues hasta entonces era un rubro completamente marginal. Y desde 2007-2008, con la puesta en marcha de la fábrica de Botnia, se convirtió en un gran productor de celulosa. La matriz productiva del país varió sustancialmente, y también sus mercados. La revolución provino de las agro-industrias, en tanto cada día pierde peso la industria tradicional (con algunas excepciones puntuales, como farmacéuticos y químicos).

Los vecinos continúan siendo los principales demandantes de servicios, como el turismo, y de ciertos alimenticios, como las compras brasileñas de arroz, lácteos y malta. Pero China se afirma como principal destino de los bienes uruguayos, con 22% del total en 2016 (carnes, soja, celulosa). Le siguen Brasil (18%), Países Bajos (7%), Estados Unidos (6%), Argentina (5%) y Alemania (4%).

Las exportaciones uruguayas hacia Brasil y Argentina cayeron de más del 50% del total en 1998 a 23% el año pasado.

De todas maneras, pese a los grandes altibajos, los dos vecinos seguirán siendo decisivos para la suerte de Uruguay, como lo ha sido desde el fondo de la historia. La inversión de ese origen es muy fuerte en todos los sectores productivos, y son de origen brasileño buena parte de las principales industrias exportadoras (frigoríficos, curtiembres, arroceras, cerveceras).

El frenazo brasileño

Brasil se estancó en 2013-2014 y cayó abruptamente en 2015 y 2016. Pero durante un largo período de más de dos décadas, que atravesó los gobiernos de Itamar Franco, Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, la economía y las condiciones de vida de su población mejoraron en forma sostenida. El fin de la hiperinflación y la estabilidad política y económica gestada en los años '90 abrió las puertas a los gobiernos del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT). El ciclo del PT se desarrolló en medio del gran auge internacional de las materias primas, lo que aseguró su suceso. Pero cuando el auge se disipó, el Estado estaba desnudo y sin blanca.

Brasil, que pareció un modelo a seguir, es ahora un ángel caído.

En mayo de 2016 el conservador Michel Temer asumió la Presidencia del país y cerró el largo ciclo del PT el gobierno, iniciado el 1º de enero de 2003. El frenazo de la economía, los desajustes presupuestales, el saqueo del sector público y la parálisis del gobierno sirvieron de excusa para desplazar a Dilma Rousseff mediante un juicio político.

El gobierno de Temer es muy poco querido. El expresidente Lula, líder del PT, quien gobernó entre 2003 y 2010, sigue siendo el candidato más popular para las elecciones presidenciales del año que viene. Lula es más que el PT, que sufrió una derrota abrumadora en las elecciones municipales de octubre de 2016. En América Latina los líderes y caudillos suelen ser más importantes que los partidos. Pero Lula enfrenta cinco juicios por casos de corrupción y tráfico de influencias, que pueden inhabilitarlo para la competencia presidencial. "Que mis adversarios le pidan a Dios que yo no sea candidato, porque si soy candidato, voy a ganar las elecciones en este país", dijo este fin de semana en Paraíba (nordeste).

El folklorismo y la desilusión sostienen a candidatos poco convencionales, desde Marina Silva, que pasó por muchas tiendas políticas, hasta el ultraderechista Jair Bolsonaro, además de una constelación de pastores evangélicos y místicos de todo pelo.

El Brasil que viene

Michel Temer y sus aliados políticos, una amplia coalición, realizan un severo ajuste para salvar al Estado de la quiebra, reanimar la economía y salvarse a sí mismos. Pero la impopularidad está socavando la base política del presidente, cada vez más endeble. Él y su entorno también son alcanzados por las acusaciones de corrupción con dineros públicos, y se teme que intenten una suerte de auto-amnistía.

Los empresarios confían en que este año la economía pegará la vuelta. Otra vez Brasil está recibiendo atención de los grandes inversores internacionales y el dinero ingresa a raudales, aunque no tanto como durante los buenos tiempos de la era Lula. La bolsa de San Pablo aumentó casi 40% en 2016, una tasa enorme, de las más altas del mundo. Pero todavía hay demasiada incertidumbre política y un desbarajuste económico estatal. Muchos Estados están en quiebra, las empresas teclean y gobierno pide prestado para pagar su presupuesto. La deuda pública crece a gran ritmo desde 2014-2015 y seguirá creciendo antes de que los ajustes cumplan su cometido.

El desempleo promedio país llega al 12,6%, lo que significa 13 millones de desocupados en una población económicamente activa de poco más de 100 millones. Si se suma a los subempleados (personas que reclaman más horas), el 23% de los trabajadores está en la cuerda floja. La pobreza ha vuelta a aumentar con fuerza.

"Históricamente Brasil inspira optimismo, ya que tiene mucho a su favor", reseñó The Wall Street Journal en abril del año pasado. "Es una nación del tamaño de un continente, con tierra fértil, abundantes recursos naturales y un sentido profundamente arraigado del destino nacional. Su población de 200 millones es una mezcla completa, incluyendo muchos descendientes de antiguos esclavos (Brasil importó más esclavos que Estados Unidos) y olas de inmigrantes de Europa y Japón. Sin embargo, Brasil se mantuvo subdesarrollado y Estados Unidos se convirtió en una superpotencia".

Entre los factores que anclan a Brasil en el subdesarrollo se cuentan la desmesura del Estado, la pasión de hacer política incorporando millones de empleados públicos, la corrupción sistémica, la violencia y la desigualdad aguda. Una democracia madura y robusta parece imposible en medio de esas circunstancias.

El petrolão (comisiones ilegales en los negocios de la estatal Petrobras) no es una excepción sino la regla. El dinero "negro", que crea nuevos ricos y financia partidos y elecciones, sale típicamente de sobrecostos aplicados a la obra pública. Los estadios para el Mundial 2014, que costaron mucho más de lo planeado, son un monumento a la corrupción. Pero también menudea la podredumbre en todos los estamentos burocráticos para la emisión de permisos, licencias y pequeños contratos.

La investigación que barre como un tsunami a los líderes políticos debería dejar tras de sí, a la larga o a la corta, un país un poco mejor.

El caso "lava jato" rompió "la impunidad de los círculos de poder en Brasil y trajo un diagnóstico de una corrupción que está históricamente enraizada", opinó el fiscal encargado del caso en Curitiba, Deltán Dallagnol. Pero la investigación por sí sola no resolverá los problemas: "Es necesario que la población insista en iniciativas de renovación política y en reformas del sistema político y de justicia".

Un problema son la apatía y el descrédito del sistema, que, de persistir, a la larga puede vaciarlo y tumbarlo. Quienes vean por TV desde el exterior del país las manifestaciones antigubernamentales en la avenida Paulista, o las protestas frente al Congreso, en Brasilia, pueden confundirlas con una realidad más general. Pero en Salvador de Bahía (la ciudad en donde esto se escribe), que tiene más población que todo el Uruguay, no estalló ni un solo petardo cuando cayó Dilma Rousseff. La vida continúa como si nada también en los barrios ricos y en las favelas de Rio de Janeiro, aunque los empleados municipales hagan asonadas para cobrar sus salarios. Y en las cárceles del norte los presidiarios se matan, como siempre, en el marco de una guerra más general por el control del narcotráfico.

"Fora Temer", se dice aquí y allá, incluso en medio del frenesí del Carnaval carioca o bahiano, para quedar bien y calmar las malas conciencias burguesas. Y luego el baile sigue.

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