Gabriel Pereyra

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¿Te asusta la liberación de Pablo Goncálvez?

La situación procesal del famoso asesino expone preconceptos sobre la seguridad pública
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19 de junio de 2016 a las 01:00

Hace unos años ingresé a Cárcel Central para entrevistarme con uno de los represores de la dictadura que aún estaban en ese centro de reclusión y me encontré en el patio de visitas con Pablo Goncálvez. Costaba imaginar que ese joven de mirada clara que mimaba y observaba amorosamente a la bebé que tenía en brazos fuera el criminal que entre 1991 y 1993 mató a tres mujeres y se convirtió en el homicida más famoso de las últimas décadas. Tras 23 años preso llegó la hora de que Goncálvez recupere su libertad y el inminente hecho, divulgado como no se divulgan casi nunca las libertades de decenas y decenas de homicidas, ha fogoneado un poco más el miedo que ya hay en la sociedad.

Desde que Goncálvez fue a prisión, números más, números menos, unas 5 mil personas fueron asesinadas en el país. Algunos de esos homicidios fueron protagonizados por delincuentes que en un solo día liquidaron a tres, por otros que tienen tres o cuatro homicidios como mayores y otros tantos como menores y que siguieron acumulando muertes en prisión y por algunos a los que no les tembló el martillo antes de masacrar a su esposa y a varios hijos. Pero el único que recibió el mote de "asesino serial" fue Goncálvez, que mató a tres en dos años. Un mote que la crónica roja metió a fórceps porque le daba mayor entidad a la materia sobre la que informaba y daba el tono chic del estamento social donde se desarrolló aquel drama.

Y ahora, claro, hay miedo porque un "asesino serial" no es moco de pavo y saldrá libre. Sin embargo, lo único que parece destacable de este hecho es que un criminal haya cumplido 23 años de prisión (la cana completa, como se dice en la jerga), algo que no le pasa a casi ningún recluso. Y es a todas luces evidente que eso ocurrió por la famosa "alarma pública" que el hecho causó y más evidente es que esa "alarma pública" estuvo alentada por el carácter social de victimario y víctimas.

Entre algunos homicidas y sus actos hay un pasado violento, el cantegril, hogares de encierro de adolescentes, pasta base y todo un largo calvario asociado a la pobreza y la marginalidad. En cambio, nada de eso estaba presente en el caso Goncálvez. Ergo, fue todo por pura maldad. Teniendo el cielo a su alcance optó por el infierno, como si esa no fuera una opción a la que la condición humana se ve enfrentada de manera cotidiana y que apenas unos pocos, desde la filosofía o la psiquiatría, se animan a delinear con algo de tino.

Los uruguayos somos afectos a poner los miedos en lugares que no deberían estar. No hay un potencial asesino, si es que sigue siendo potencial, más quemado que Goncálvez. Por eso pude identificarlo aquel día en Cárcel Central pero no supe quién era el veterano curtido que tomaba mate con una mujer más joven o el moreno delgado que conversaba con un pibe de gorrito con visera.

La fama de los asesinos suele arrastrar con ellos a sus víctimas. Por eso el nombre de Goncálvez quedará ligado para siempre al de sus víctimas Ana Luisa Miller, Andrea Castro y María Victoria Williams.

Pero si así, a bocajarro, les digo María del Carmen Alcoba Núñez y Ximena Britos, ¿qué les dice?

A Pablo Goncalvez lo conoce y, si quiere, tiene la chance de cruzar de cuadra si lo ve venir de frente. ¿Y a Diego de León? Si lo ve venir de frente capaz que cruza de vereda o capaz que no. Yo lo tuve a un metro y medio y me dio pena, su barba rala, sus ojos de nene bobo, sus dientes podridos. A Diego de León le dicen el Cosita. En 2005, mucho más acá en el tiempo que los crímenes de Goncálvez, violó y asesinó a Alcoba Núñez y a Britos. Una vez preso se comió el corazón de su compañero de celda. Seguro que los nombres de las dos mujeres víctimas del Cosita no fueron tan repetidos ni son tan recordados como las víctimas de Goncálvez. Veo difícil que nos enteremos del día en que el Cosita salga en libertad, como no nos enteramos de que cada día salen unos 20 delincuentes de las cárceles, algunos de ellos con más muertes arriba que Goncálvez. Pero claro, no vivían en Carrasco ni ostentaron el carácter de asesinos seriales aunque los dedos de una mano no alcancen para contar a sus muertos. De alguna manera, Goncálvez, con su fama y su larga condena, ha sufrido una estigmatización social inversa a la tradicional. Pero en realidad, salvo para los familiares y amigos de las víctimas, la salida de Goncálvez es apenas una más.

Las reacciones ante la inminencia de su salida son una demostración más de la forma en que la sociedad administra sus miedos, del desconocimiento que hay sobre un sistema de Justicia que expulsa de las cárceles gente que podría competir por el cetro al más peligroso y, por encima de todo, expone los preconceptos sobre la seguridad, cargados de estigmas, de alarmas públicas generadas a veces sin sentido y de otras alarmas que permanecen apagadas cuando deberían sonar todo el tiempo.

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