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Cameron juega con fuego

El premier británico se puso en un brete con la propuesta de plebiscitar la salida de la UE
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02 de febrero de 2013 a las 20:30

El primer ministro británico, David Cameron, ha desatado unas fuerzas muy difíciles de controlar en el Reino Unido y en su compleja y delicada relación con la Unión Europea (UE). Su reciente discurso en el que anunció un referéndum para 2017 sobre la permanencia de su país en la Unión, ha levantado ámpulas en toda Europa, donde desde hace días no se habla de otra cosa.

Los voceros del gobierno alemán han hablado sin cortapisas de un “chantaje” británico para continuar obteniendo excepciones en el seno de la UE. Los editoriales y espacios de opinión en los diarios de la Europa continental han respondido con indignación al anuncio del premier británico. Y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le ha dejado claro al propio Cameron que la ruptura pondría en peligro la llamada “relación especial entre Washington y Londres”.

Pero el primer ministro no parece alterarse y quiere dejar abierta la posibilidad a lo que en medios políticos de Londres ya se conoce como “Brixit” (contracción de fonemas derivado de las palabras Britain –Gran Bretaña– y exit –salida–). Cameron se ha dejado copar la agenda de su relación con Europa por los euroescépticos del Partido Conservador, que desde hace años quieren romper con Bruselas. Y si bien el ala moderada de su partido no pretende una salida de la Unión, sí se propone renegociar toda la relación con el continente. Se trata de dos tipos de euroescepticismo; pero que habla a la claras de las reservas que tienen todos los tory hacia la vieja Europa, que hoy por hoy muchos en el Reino Unido consideran un lastre. En ese sentido, se puede decir que Cameron escucha las voces de su partido.

Lo curioso es que a principios de los años 70, cuando el Reino Unido se incorporó a la Comunidad Económica Europea (CCE), los escépticos eran los laboristas; y fueron entonces los tory los pro europeístas que promovieron el ingreso al bloque. Esa dicotomía se empezó a resquebrajar en los 80 con Margaret Thatcher, quien sostenía que “del continente nunca ha venido nada bueno”. Esto dividió a los conservadores entre los que se oponían a la incorporación y los que decididamente la apoyaban. Pero desde la crisis del euro en 2008, esa interna tory se ha desvanecido; y lo que prevalece hoy entre los conservadores británicos es un fuerte escepticismo con meras diferencias de matices.

Los laboristas, en cambio, han recorrido el camino inverso. De la dura postura inicial contra el ingreso a la CCE, han pasado a ser hoy los más europeístas, sobre todo después del triunfo del New Labor con Tony Blair en 1998 y su discurso pro Europa.

Pero el euroescepticismo parece ser hoy un sentimiento imparable en todo el Reino Unido. Una amplia mayoría apoya el retiro total de la Unión Europea, y el resentimiento hacia el continente se hace sentir en las redes sociales, en la omnipresente prensa tabloide y en el poderoso sector financiero.

Siempre ha habido entre los británicos una extraña relación de amor y odio con el continente, pero los deseos de ruptura se han exacerbado a partir de la crisis del euro y, a esta altura, nada podría detenerlo salvo una recuperación milagrosa de los países de la periferia que se vislumbra por lo menos complicada.

En general, los escépticos británicos alegan que la relación con la UE le cuesta muy cara a Gran Bretaña, que el mercado único le ata las manos a su sector empresarial (acusan a Bruselas de proteccionista y estatista) y que las políticas migratorias de la Unión han llenado el país de inmigrantes de todos los rincones del planeta. Es hora de cortar las pérdidas y romper amarras, sostienen.

Ese sentimiento ha sido azuzado durante años no solo desde el ala dura de los conservadores en el Parlamento, sino también por algunos partidos de extrema derecha y grupos de presión nostálgicos del Imperio Británico, que han pretendido instalar la idea de que la grandeza de la vieja Albión se ha perdido en gran parte por su incorporación a Europa. Son argumentos que no resisten el menor análisis, pero que en un contexto de crisis europea e influencia disminuida, toca algunas fibras en el hondo orgullo de la hegemonía británica.

Con todo, los conservadores no van tan lejos en sus argumentos. Más bien se limitan a señalar los citados problemas políticos, económicos y sociales de pertenecer a la UE y plantean un Estado con libertad de acción en lo comercial, que, entienden, en el mundo globalizado de hoy los convertiría en un polo económico al estilo de Singapur en las costas de Europa.

Más allá de las desventajas reales de la Unión Europea y sus problemas actuales, las alternativas que se plantean ante una eventual Brixit no parecen muy viables. Pero han calado en la opinión pública inglesa; y si el referéndum fuera hoy, ganaría la salida de la UE.

Cameron juega con eso, y con lo que la promesa del plebiscito le puede beneficiar con miras a las elecciones de 2015. Pero parece, sin duda, jugar con fuego.

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