Estilo de vida > COLUMNA / EDUARDO ESPINA

Chuck, ¿te acuerdas de mí?

Estar a solo unos pasos de Berry, el padre del rock and roll, me pareció irreal
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26 de marzo de 2017 a las 05:00
Eduardo Espina / Especial para El Observador

Ya desde la adolescencia, que hoy parece ayer nomás, me llamó la atención el hecho de que tantos artistas originales, que forman parte del repertorio obligatorio de mi vida, hayan nacido en St. Louis, estado de Missouri. ¿Por qué una ciudad en el medio mismo de los Estados Unidos, de perfil mucho más bajo que Nueva York, Filadelfia, Chicago o Los Angeles, ha dado semejante diversidad de genios creativos, siendo algo así como cuna de varias imaginaciones privilegiadas del siglo XX? Creo que la historia en pos de una respuesta comenzó cuando a los 15 años leí Almuerzo desnudo y conocí un poco la historia personal de su autor, William S. Burroughs, nacido en la ciudad atravesada por el segundo río en longitud de América, el Mississippi. ¿Por qué él, pero también Miles Davis, Tennessee Williams, T. S. Eliot, Marianne Moore, Maya Angelou, Josephine Baker, Kate Chopin y Chuck Berry, usinas de originalidad a prueba de modas y épocas, nacieron en un mismo radio, no muy separado uno del otro? Como en ninguna parte encontré una respuesta, en una decisión que el destino tomó por mí, a principios de la década de 1980 me fui a vivir a St. Louis, tal vez con la intención subliminal de ser contagiado por la magia inaudita de una ciudad que hoy me sigue a cualquier parte donde mi memoria vaya.

A la vuelta de la esquina del apartamento donde vivía había un bar y restaurante, Blueberry Hill, lugar legendario por su ambiente, que figura en varias listas de los mejores bares de Estados Unidos. Pero de eso me enteré bastante después, pues a principios de la década de 1980 el bar, fundado en 1972, todavía no tenía la fama y renombre de hoy en día. En ese entonces era un bar de uso casi exclusivo para los vecinos. Los viernes y sábados ofrecía en el sótano conciertos, casi todos de rock. Fue ahí cuando oí por primera vez en vivo a Chuck Berry (1926-2017), un viernes de noche de 1985, abril, creo. No me costó mucho sentirme parte de la casa, tal vez porque el rock and roll es el esperanto de nuestros tiempos, el único idioma capaz de hacer interactuar en perfecta armonía a sus hablantes. En cierta forma, la situación de estar a solo unos pasos del padre del rock and roll me pareció irreal, sin llegar a imaginar que la siguiente vez serviría incluso para más, para conversar con él.

Como conocía a Joe Edwards, dueño del bar, le pedí que después del concierto me presentara a Berry, pues quería hacerle una entrevista para el suplemento musical Día Pop, del diario El Día. Chuck Berry era un tipo más bien osco, de hablar poco, sin embargo escuchó con atención mi breve historia de presentación y cambió de actitud cuando le mostré un ejemplar del suplemento, en el cual aparecía una entrevista con Edwards publicada semanas antes. Fue algo así como una credencial de credibilidad. Berry me pidió si podía quedarse con el ejemplar, no para leerlo, supuse, pues no sabía español, sino para ver las fotos que le llamaron la atención. Antes de despedirnos me pidió que hablara con su representante, para fijar día y hora de la entrevista. Me dijo que me recibiría en su casa, en Wentzville, en las afueras de St. Louis. No lo podía creer. Alguien que casi no concedía entrevistas me invitaba a visitarlo.

De haber un Monte Rushmore del rock and roll, tendría grabadas las caras de Buddy Holly, Little Richard, Elvis Presley y Chuck Berry, la de este último de mayor tamaño, porque fue el más grande

Con mi amiga la fotógrafa, quien había tomado las fotos que a Berry le habían llamado la atención, llegamos en hora. No fue difícil encontrar la casa. A ambos nos sorprendió que no fuera una mansión, como las que suelen habitar estrellas de tal calibre, sino solo una residencia amplia y bien hecha, rodeada de muchos árboles, en la cual los lujos habían sido evitados o estaban bien disimulados. También nos sorprendió el ruido que hacía el timbre, como si perteneciera a una época que no es parte del pasado ni del futuro, y cuyo presente está en duda. Quien abrió la puerta nos hizo pasar a una sala amplia, cuya luz abundante llevó a mi acompañante a concluir por anticipado que era buen lugar para sacar las fotos. Pasó un rato, pasó otro, y como pasaron varios ratos seguidos, de pronto sentimos que en la casa del músico con canciones intemporales habíamos pasado a ser parte de la eternidad. Justo en el momento en que estaba por comenzar otro rato, largo como los anteriores, quien había abierto la puerta principal abrió también la de la sala y nos dijo que Chuck Berry estaba cansado y que había decidido no hacer la entrevista. Saliéndome del libreto, en caso de que hubiera uno, le pregunté, "¿pero dónde está Chuck, está durmiendo la siesta?" La respuesta fue breve y cortante: "está descansando y hoy no va a recibir a nadie". Nadie éramos nosotros, por lo que no quedó otra alternativa que irse y dejar la luz abundante de la sala para otra ocasión.

Pasó el tiempo, que es lo que pasa aunque uno no quiera, y quiso la realidad que pudiera luego asistir a otros dos conciertos de Berry, el segundo de ellos en un parque de la ciudad, en una majestuosa noche primaveral, una de esas en que la vida exclama a los cuatro vientos, "hoy me siento mejor que nunca". Al final del recital, que hizo bailar incluso a los árboles más altos, lo fui a saludar. Como era previsible, no se acordaba de la fallida entrevista, aunque me dijo que hablara nuevamente con su representante para fijar otra fecha. No lo hice. Para qué. Con haber conocido su casa por dentro y estado a metros de donde dormía la siesta era ya suficiente. Esa vez, la última que lo vi, sirvió para sacarnos una foto, en la cual ambos estamos sonriendo al mismo tiempo. Las fotos sirven para eso; para que algunas vidas encuentren sintonía al menos por un instante.

En la dura roca del Monte Rushmore están esculpidos los rostros de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln, cuatro presidentes icónicos de la historia estadounidense. De haber un Monte Rushmore del rock and roll, tendría grabadas las caras de Buddy Holly, Little Richard, Elvis Presley y Chuck Berry, la de este último de mayor tamaño, porque fue el más grande. Después de haber dedicado su vida a crear música que mejoró la vida y la hizo sentirse despierta, en su vigilia preferida, ahora descansa para siempre, sin que ya nadie venido de muy lejos intente interrumpir su siesta con cuestiones que a esta altura han dejado de importar.

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