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Cierta idea de Francia

Como otras veces en la historia, la vieja nación resume algunos de los grandes dilemas de Occidente
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29 de abril de 2017 a las 05:00
En sus abigarradas ciudades, Francia exhibe todas las culturas, todas las razas, todas las religiones. La cuarta parte de su población es de origen extranjero.

El viejo país católico y blanco retrocede año a año, en tanto los musulmanes representan alrededor del 10% de los habitantes. Los prejuicios, las civilizaciones atrincheradas, el terrorismo y el desempleo estimulan una soterrada reacción contra los inmigrantes y los viejos partidos.

La Presidencia del país se resolverá el domingo 7 de mayo en un balotaje entre Marine Le Pen: ultraderechista, xenófoba, nacionalista y antieuropea, y Emmanuel Macron: joven, liberal, europeísta. Él obtuvo el 23,8% de los sufragios y ella el 21,4% en la primera vuelta electoral del 23 de abril.
Marine Le Pen, una abogada de 48 años, se presenta como abanderada de los "patriotas contra los mundialistas" o globalizadores.Propone reducir drásticamente la inmigración, prohibir el velo islámico, salirse del euro, de la zona de libre circulación de personas de la Unión Europea y plebiscitar la permanencia de Francia en el bloque.
Macron, de 39 años, adepto al liberalismo económico y social, a una Francia "abierta" y "optimista", dice ser el "candidato de los patriotas contra los nacionalistas".

Como otras veces en la historia, la vieja Francia resume ahora algunos de los grandes dilemas del Occidente de mayor desarrollo relativo.

La base electoral de Le Pen se parece a la del "Brexit" británico o la de Donald Trump en Estados Unidos: obreros temerosos por sus empleos, blancos de suburbios empobrecidos o del medio rural, clases medias y bajas de menor educación relativa, los más afectados por la desindustrialización y el desempleo.

Macron, quien fue banquero y luego ministro de Economía del actual presidente, el socialista François Hollande, es mayoría entre los jóvenes, en los grandes centros urbanos, empezando por París, y en la clase media y media-alta de mayor educación relativa.

Ya en el balotaje de 2002, después de una primera vuelta con votación muy dispersa, los franceses se volcaron en masa contra Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, y a favor del conservador gaullista Jacques Chirac.
Pero ahora no hay tanto entusiasmo por repetir aquel corrimiento en favor del menos peor. Y en caso de triunfar, Macron deberá buscar mayoría parlamentaria propia en las legislativas de junio. Su sector, creado hace un año, todavía no tiene un solo representante en la Asamblea Nacional.
La primera vuelta de las elecciones francesas, el domingo pasado, significó la derrota de los dos grandes partidos de la Francia del último medio siglo: los conservadores neo-gaullistas y los socialistas. Entonces compiten por el gobierno un partido completamente nuevo, el de Macron, y una extrema derecha cada vez más fuerte y segura de sí.
Macron es compatible que buena parte de la vieja derecha, y con amplios sectores de la izquierda. Pero hay porciones importantes en ambos extremos del espectro político que no lo tragan.

La extrema izquierda y la extrema derecha, cuyos programas tienen amplias similitudes, reunieron el 41% de los votos. Demasiadas personas están exigiendo un cambio radical, aunque de signo ideológico diverso. Ellos exponen una fractura social y geográfica de Francia, a cuyas costas también arribó la ola populista.

Unos cuantos radicales de izquierda, que en primera vuelta votaron por el antiliberal Jean-Luc Mélenchon, quien obtuvo el 19,58% de los sufragios, creen que Francia marcha hacia el "fascismo", cualquiera sea el futuro presidente.

Por su parte muchos conservadores que votaron a François Fillon (19,9% de los sufragios), quien era favorito para estas elecciones pero las perdió por un escándalo de empleo a familiares, sospechan que Emmanuel Macron es el mismo presidente socialista saliente, François Hollande, con ropajes más nuevos.

El favoritismo de Macron provocó mucho optimismo en los mercados y fortaleció la moneda común europea. Pero los problemas de Francia permanecen intactos. La economía va lento por falta de competitividad, muy lejos de los Trentes Glorieuses, el periodo de 30 años entre 1945 a 1975, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el país floreció y se modernizó.

En 2014 dejó de ser la quinta economía mundial en favor de Gran Bretaña, que va mejor. El desempleo roza el 10%, los pueblos y el medio rural decaen, y muchas personas se debaten entre el miedo, la furia, la ansiedad y la radicalización política.

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