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Cinco mitos sobre Shakespeare

El llamado escritor más grande de la literatura en inglés ha cargado con varias teorías que vulneran su magnificencia
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12 de septiembre de 2015 a las 05:00
La creación de mitos sobre William Shakespeare es tan común que en el inglés hasta tiene su propio nombre, bardolatry. Ha sido así desde hace siglos.

El festejo celebrado a lo largo de 1769 llamado Shakespeare Jubilee y organizado por el actor David Garrick sentó las bases para la noción moderna de que Shakespeare era el escritor inglés más grande de cualquier época. En sus días, sin embargo, Shakespeare simplemente era considerado uno de los grandes escritores de su generación.

Dado que los talentos de Shakespeare son tan bien valorados, tendemos a inventar mitos sobre su vida y su trabajo solo para justificarlos. De hecho, derribar estos mitos, como los académicos han tratado de hacer en los últimos 35 años, no significa desvalorizar al autor y nuestra apreciación de él. Al contrario: abre nuevos caminos para entender sus trabajos y su relación con la cultura que los elevó.

Él no escribió sus obras

La película de 2011 Anónimo, de Roland Emmerich, que llevó al cine la teoría de que el conde de Oxford, Eward de Vere, fue el autor de las obras de Shakespeare, le brindó un aire fresco a este mito. Incluso el celebrado actor shakesperiano Derek Jacobi cayó preso de este rumor: "Creo que el hombre de Avon, conocido como Shakespeare se convirtió en la facha del decimoséptimo conde de Oxford", dijo.

Shakespeare, sin embargo, fue un conocido dramaturgo, actor y copropietario de teatros. Una conspiración tan elaborada, que implicaría la conspiración de un sinfín de actores, escritores, impresores, editores, funcionarios y vecinos, seguramente habrían salido a la superficie 200 años antes de 1805, cuando James Cowell supuestamente escribió sus dudas en un manuscrito llamado Algunas reflexiones sobre la vida de William Shakespeare. De hecho, el académico James Shapiro publicó recientemente que el texto de Cowell es una falsificación producida después de la década de 1840. En ese entonces se registraron nuevos descubrimientos sobre el escritor, por ejemplo, que acumuló granos durante una hambruna que provocó muchas muertes. Tales hallazgos resultaron desagradables a los victorianos, que veneraban la nobleza que veían en la obra de Shakespeare. Así es que decidieron buscar otro autor más noble.


De hecho, casi toda la negación sobre el legado de Shakespeare se basa en la creencia de que la grandeza de sus obras no se refleja en lo que se sabe de la vida del autor. Esta idea se basa en la falacia de que es posible conocer la verdad del carácter de una persona por las ficciones que crea, una idea tan poco fiable como lo era en la época victoriana. Es mucho más probable que las referencias contemporáneas a él, como las escritas por Francis Meres en 1598, significan lo que querían decir: que William Shakespeare, actor, dueño del teatro y, sí, acaparador de cebada, fue un reconocido y admirado autor.

No fue educado

El Primer folio contiene un poema introductorio por Jonson, rival creativo y comercial de Shakespeare. Jonson le indica al dramaturgo muerto que su reputación artística está asegurada: "Aunque tenías poco latín y menos griego". Este comentario, junto con el hecho de que Shakespeare no asistió a la universidad, se ha leído como que el escritor era o un autodidacta brillante o un fraude conocido. No era ni uno ni lo otro.

Para Jonson, un neoclásico de renombre, el latín de Shakespeare puede haber sido poco, pero eso no quiere decir que careciera de educación. Si su formación era como la de aquellos de un nivel socioeconómico similar, Shakespeare probablemente asistió a la Escuela de Gramática gratuita del rey en Stratford. Tristemente, los registros de la escuela no sobrevivieron, pero por los registros de las escuelas similares, es probable que el autor haya estudiado latín, gramática, retórica, literatura y la lectura de los libros de texto humanistas del Renacimiento, así como textos latinos clásicos escritos por Cicerón, Ovidio, Séneca y Virgilio, entre otros. Probablemente habría tenido que hablar latín en clase, y traducir textos latinos en inglés y luego de vuelta al latín. Las obras de Shakespeare, en particular Trabajos de amor perdidos y Las alegres comadres de Windsor, dramatizan la vida y lecciones del aula de la escuela de gramática isabelina y a lo largo de su obra se muerta conciencia de ese plan de estudios.

Era un artista solitario

Se habla de Shakespeare como una figura solitaria, incluso uno con una singularidad divina, como en el argumento del crítico literario Harold Bloom que afirma que el autor inglés “inventó (el concepto de) lo humano tal como la conocemos”. Sin embargo, los estudiosos hace tiempo que reconocen que la colaboración era la regla a principios del teatro moderno.

El análisis lingüístico de Jonathan Hope de sus obras sugiere que Shakespeare colaboró con al menos tres dramaturgos, John Fletcher, Thomas Middleton y George Wilkins, en al menos cuatro obras: Enrique VIII, Los dos nobles caballeros, Timón de Atenas y Pericles, príncipe de Tiro. Un archivo de la edición del siglo XVII también registra a Shakespeare en colaboración con Fletcher en la obra perdida Cardenio, basada en la famosa novela española Don Quijote de Miguel de Cervantes.

Sobre la base del análisis estilístico y de escritura a mano, muchos estudiosos también creen que Shakespeare contribuyó en unas páginas con otra obra, Tomás Moro, que sobrevive en un manuscrito propiedad de la British Library. Además, como los académicos Simon Palfrey y Tiffany de Stern han argumentado, varios guiones fueron creados por partes. El producto final, por tanto, habría sido una colaboración entre el autor, actor y otros profesionales involucrados en la producción teatral.

Tenía un gran vocabulario

Uno de las observaciones más repetidas sobre lo que hizo a Shakespeare grande es que poseía un vocabulario extraordinario y una facilidad única para acuñar palabras. Las estimaciones de su rango de vocabulario varían entre 20 mil y 30 mil palabras, dependiendo de la forma en que se cuenten. Hasta hace muy poco, incluso estudiosos brillantes e influyentes como Stanley Wells aceptaban este mito. “Las obras de Shakespeare utilizan un vocabulario excepcionalmente grande”, escribió Wells en 2003, y “muchas de estas palabras eran nuevas en el lenguaje”.

Esto puede parecer mucho, pero las afirmaciones de “excepcionalidad” requieren contexto. ¿Excepcional en comparación con qué o quién? Hugh Craig, un estudioso de Shakespeare con experiencia en las estadísticas, publicó recientemente un ensayo que analiza las obras del autor y las de sus pares para comparar cómo eran los vocabularios de la mayoría de dramaturgos renacentistas y cuántas palabras inventaron. La vastedad del vocabulario relativo de Shakespeare lo dejó a mitad de tabla, entre Robert Greene y John Lyly, y con John Webster en lo más alto del ranking.

Primer Folio Shakespeare
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Del mismo modo –en comparación con Ben Jonson y Thomas Middleton, los únicos autores cuyo corpus se acerca al de Shakespeare en tamaño– la velocidad con la que acuñó palabras era normal. Resulta ser que la reputación del Bardo para la variedad lingüística asombrosa e ingeniosa se basa en el gran número de sus obras que sobreviven hoy, casi el doble de la de cualquier otro dramaturgo de la época. No es que utilizara o inventara más palabras que otros escritores, es que muchas de sus obras han pasado la prueba del tiempo, en gran parte debido a la innovadora colección de sus obras dramáticas, conocido como el Primer folio, un título póstumo compilado en 1623 por sus antiguos colegas y compañeros actores John Heminges y Henry Condell.

Su poesía fue para una mujer

La película ganadora del Oscar Shakespeare enamorado retrata al autor como un heterosexual romántico que se enamora de una mujer de la clase alta a quien le dedica sus sonetos floridos para proclamar su admiración. Como la investigadora especializada en género Valerie Traub ha señalado, la película pasa por alto el hecho de que los primeros 126 de los 154 sonetos de Shakespeare fueron dirigidos a un hombre amado, “Mr. WH”. La primera edición, de 1609, lo menciona como “el engendrador de estos sonetos”. Entre estos poemas están algunas de las líneas más famosas y románticas en la literatura en inglés, incluyendo: “Permitid que no admita impedimento ante el enlace de las almas fieles”, y “¿Debería compararte con un día de verano?”.

Curiosamente, el Renacimiento no concedió el mismo estigma a la atracción entre hombres que las posteriores generaciones. En un influyente ensayo, Margreta de Grazia fue tan lejos como para argumentar que el “escándalo” original de los sonetos de Shakespeare eran los 28 poemas dirigidos a la mujer sin nombre tradicionalmente llamada Dama Oscura. Su piel más oscura, De Grazia, dijo, habría sido mucho mayor barrera para un romance socialmente aceptable que el sexo de Mr. WH. Se acepte o no esa jerarquía de los escándalos, está claro que el placer de Shakespeare y su comodidad con la erótica del mismo sexo masculino superaron los de su público.

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