Tiempo atrás, un diplomático estadounidense que antes de ocupar un alto cargo en la embajada de su país en Uruguay había vivido en Puerto Rico, me dijo que la isla, con estatus de Estado Libre Asociado, esto es, de territorio no incorporado (está bajo soberanía estadounidense pero no forma parte del territorio nacional de la Unión Americana), era la mayor vergüenza del gobierno de su país, pues los lujos de las hermosas playas y la vida nocturna propia de un lugar dependiente del turismo maquillaban la gran pobreza que afectaba a un muy alto porcentaje de los más de tres millones de habitantes. Puesto que nunca visité la isla, su comentario me sorprendió, incluso más cuando vaticinó –repito, mucho años atrás– que el día que algún fenómeno natural afectara a
Puerto Rico la ruina iba a ser gigante porque la infraestructura era tercermundista y que en este aspecto todo en la isla estaba sostenido con alfileres. La realidad le ha dado la razón. El
huracán María, categoría 4, impactó Puerto Rico el pasado 20 de setiembre con vientos de 280 kilómetros por hora. A punto de cumplirse un mes del catastrófico desastre natural, gran parte de la isla sigue sin agua ni electricidad, las góndolas de los supermercados están vacías, y los teléfonos celulares carecen de señal. Las imágenes provenientes de los noticieros resultan impactantes pues, entre otras cosas a destacar, el centro de San Juan, la principal ciudad de la isla, está oscuro y desolado, casi sin gente, y la poca iluminación que hay proviene de rudimentarios generadores eléctricos propiedad de los dueños de bares y restaurantes, quienes pronto se quedarán también sin combustible para poder seguir alimentándolos. La situación resulta patética comparándola con la de otras partes de EEUU, como Florida y Houston, que este año fueron asimismo afectadas por huracanes y donde la normalidad volvió a la realidad en poco tiempo. Quienes por mucho tiempo han venido diciendo que los habitantes de Puerto Rico (95% de los cuales habla español) son tratados como ciudadanos de tercera por el gobierno federal estadounidense, tienen en la estela de efectos de María, el huracán, la prueba para hacer concluyentes sus argumentos.