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Comunismo de mercado
Comunismo y economía de mercado son, por definición, sistemas tan antagónicos como irreconciliables, excepto para China, que acaba de profundizar su desdoblamiento estructural.
La condición natural de los regímenes comunistas, que desaparecieron con el derrumbe soviético y apenas sobrevive a los tumbos en Cuba, es manejar con absolutismo todas las actividades de un país, tanto en el campo político como en lo económico y lo social, eliminando la actividad privada que caracteriza a la libertad de mercados. Pero China ha inventado el comunismo de mercado.
Lo introdujo gradualmente el reformador Den Xiao Ping en 1978, luego del desastroso manejo económico de Mao Ze Dung, y acaba de ser vigorizado por el gobernante Comité Central del Partido Comunista.
Los nuevos planes, presentados por el presidente chino y secretario general del partido único, Xi Jin Ping, responden a necesidades de la economía pero confirmaron que el gobierno mantendrá su estricto control en el campo político.
Para no dejar dudas, se anunció la creación de un “comité encargado de la seguridad del Estado”, presumiblemente para disuadir e impedir las ocasionales demandas de la creciente clase media y núcleos estudiantiles de mayores libertades civiles. Pero las cosas son diferentes en el área económica.
Aunque el Producto Interno Bruto (PIB) aumentó un robusto 7,5% en el primer semestre de este año, representa una desaceleración luego de mantenerse en más del 10% durante una década. El decaimiento es consecuencia de menor producción del agro, que cayó de 50% al 33%, en tanto que las exportaciones bajaron del 38% del PIB en 2007 a 26% en 2012. La preocupación china viene por dos lados. Una es aumentar el consumo interno. La otra es incrementar sus exportaciones, que cayeron por las crisis en Estados Unidos y Europa, principales compradores de bienes chinos.
En pos de esas metas, el Comité Central aprobó varias medidas para alentar la actividad privada. Una es la instalación de una zona de libre comercio en Shanghái, en la que el yen será libremente convertible y habrá plena libertad para el movimiento de capitales. Otra decisión trascendente es abrir a la competencia sectores que hasta ahora estaban sólidamente controlados por el Estado, como los ferrocarriles, el transporte aéreo, las finanzas, la energía y las telecomunicaciones. Se adelantó también que habrá reformas en el restrictivo sistema actual de propiedad de la tierra y en la limitación de permisos de residencia y acceso a servicios públicos de residentes rurales que emigran hacia las ciudades.
Los cambios hacia el retorno al alto crecimiento serán graduales, como es usual en China. Pero tendrán enorme impacto en el resto del mundo, ya que el desarrollo de muchos países depende de la demanda de la segunda economía del planeta.
Las reformas anunciadas serán, a medida que se concreten, beneficiosas para todos como reactivadoras del comercio internacional. El efecto del mayor consumo interno como motor del crecimiento debería alcanzar también a Uruguay, exportador voluminoso de productos del agro hacia un mercado voraz y que tiende a abrirse más, tanto internamente como hacia afuera.
Aunque el comunismo sigue presente en el plano político, el realismo del gobierno chino lo está abandonando en forma creciente en lo económico por las ventajas notorias de la libertad de mercados.
