Marie Labib no cocinó ningún pastel para la Navidad copta este año. No puede olvidar las imágenes del sangriento atentado contra una iglesia en El Cairo, y vive angustiada cada vez que uno de sus hijos sale de casa.
"Nadie siente la alegría de la fiesta; no he preparado ningún pastel y apenas hice una limpieza a fondo". Sentada bajo una imagen de Jesús, en su vivienda del acomodado barrio de Maadi, Marie no esconde su miedo por los miembros de su familia. "Soy presa del miedo cada vez que uno de mis tres hijos sale de casa".
Esta madre de familia de 47 años afirma que pidió a sus dos hijas que escondan la cruz que llevan colgada del cuello para "no exponerse a posibles agresiones".
El 11 de diciembre, un atentado suicida reivindicado por el grupo yihadista
Estado Islámico (EI) golpeó en plena celebración a la
iglesia copta de San Pedro y San Pablo, contigua a la catedral copta de San Marcos, en El Cairo, y dejó 28 muertos.
El ataque provocó profunda preocupación en la minoría copta, que sigue siendo la comunidad cristiana más grande de Oriente. Los coptos constituyen el 10% de los 92 millones de egipcios.
Sus miedos se acentuaron por el asesinato, el lunes pasado, de un vendedor de vinos copto de Alejandría, que fue degollado por un hombre, al parecer, por motivos religiosos.
"No me siento segura. Tengo algo así como la sensación de que alguien puede matarme pensando que su acción lo acercaría a Dios", admite a su vez Marina Naji, empleada de banco de 25 años, una de las hijas de Marie Labib.
"Pero lucho contra el miedo y no voy a esconder la cruz que llevo pues forma parte de mí", agrega, desafiante.
Los coptos fueron objeto de numerosos ataques durante estos últimos años, incluido uno en la Nochevieja de 2011 en el que murieron 21 de ellos en una iglesia de Alejandría. Docenas de ellos fueron víctimas de ataques anticristianos.