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Crónica del fracaso

El largo calvario de un grupo de uruguayos para entrar a la República Democrática del Congo
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28 de abril de 2016 a las 05:00
"¿Amakuru?", dije con una sonrisa a los dos niños que me miraban fijo. "Ni meza", respondió uno de ellos con timidez. Estiró su mano para tomar la mía, me miraba como hipnotizado. No es común encontrarse con un "muzungu" (persona blanca) en las calles de Gisenyi, y mucho menos uno que sepa preguntar "¿Cómo estás?" en kinyarwanda, el idioma local.

Era mi cuarto día varada en el pueblo de Ruanda, a pocos metros de la frontera con la República Democrática del Congo (RDC). Estaba allí junto a otros 13 civiles, por un error de cálculo del Ejército Nacional, que invitó a un grupo de periodistas a conocer su trabajo en la Misión de Paz de Naciones Unidas pero no tramitó la visa de ingreso al país africano en tiempo y forma.

Haber aprendido palabras básicas para comunicarme con la población local o el tipo de cambio de francos ruandeses a dólares, eran símbolos claros de que me estaba adaptando a la vida en Gisenyi, y que la esperanza de cruzar a Goma –ciudad donde se encuentra el Batallón Uruguay IV– era cada vez menor.

Malas noticias

Ruanda
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Hasta el miércoles 13 de abril, Ruanda no era más que una corta escala en mi camino hacia la RDC. Un grupo de civiles, en su mayoría periodistas, bajamos esa tarde junto a unos 200 militares uruguayos en el aeropuerto de Kigali tras 16 horas en un vuelo charter de Ethiopian Airlines.

Seguimos en un micro el viaje que nos llevaría al corazón de África, contentos como escolares de excursión.

Ya en la frontera, casi a medianoche, los militares formaron y cruzaron a pie sin problemas. Los civiles, en cambio, esperamos unos 40 minutos bajo una fina capa de lluvia y la mirada incómoda de tres aduaneros armados. Malas noticias: no podíamos pasar. El problema, nos dijeron, era que el jefe de migraciones congolés, que tenía en su poder una carta autorizando nuestro ingreso, estaba dormido.

Pasaríamos la noche en un hotel de la zona. A la mañana siguiente, ni bien se despertara el sujeto en cuestión, nos vendrían a buscar para cruzar a Goma.

Hoy no cruzamos, mañana sí

Ruanda
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Al día siguiente, sobre el mediodía, todavía no teníamos noticias de nuestro cruce de frontera. Almorzamos en un restaurant tipo buffet y de tarde salimos en grupo a recorrer la ciudad y las orillas del lago Kivu, limítrofe entre Ruanda y la RDC.

Gisenyi, de poco más de 100.000 habitantes, es un balneario para ricos. Las calles más cercanas a la costa del lago están repletas de grandes casonas, hoteles y restaurantes. Pero rumbo al Centro el asfalto se convierte en tierra mojada por las lluvias recurrentes y las casonas en pequeños comercios de toda clase y color. La ciudad combina texturas, olores y ritmos de África con la prolijidad y limpieza de países europeos.

De nuevo cayó el sol y la frontera cerró: otra noche en Ruanda. "Hoy no cruzan, pero mañana sí", nos repetían.

El viernes tres periodistas visitamos la oficina de migraciones de Gisenyi para renovar la visa de Ruanda, que vencía al día siguiente. Le explicamos la situación a un funcionario y él nos dio un folleto informativo. La primera buena noticia en varios días: si nos quedamos hasta cinco días pasados el vencimiento de la visa, no habrá ninguna pena. Si, en cambio, la demora es de entre 6 y 15 días, se deberá abonar una multa de 20.000 francos ruandeses, es decir, unos 28 dólares.

Esa tarde, cuando ya era evidente que tampoco cruzaríamos a Goma, recibimos la visita del general Juan Saavedra. Relató las diferentes acciones que el Ejército tomaba para autorizar nuestro ingreso a la RDC, incluído el trámite de una visa urgente. Los ministerios de Defensa y Relaciones Exteriores estaban al tanto y haciendo las gestiones correspondientes.

Saavedra admitió que no haber tramitado las visas en tiempo y forma era un error que provenía de Montevideo y no del contingente uruguayo en Goma. Dijo que tenía fe de que cruzaríamos la frontera al día siguiente, un sábado, por la mañana, o el lunes a más tardar. Una periodista preguntó si había plan "b". Dijo que no.

Ver también: Catorce uruguayos llevan una semana varados en Ruanda

Vacaciones forzadas

Ruanda
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Ya domingo, todavía en Gisenyi, asistimos a una misa en la Carmel Chapel de la iglesia pentecostal de Ruanda con un coro memorable, jugamos al fútbol en la calle con un grupo de niños, compartimos guiso en el mercado con tres mujeres envueltas en sus kangas coloridas y con nuestras manos comimos tilapia-un pescado típico de la zona- y lo acompañamos con cebolla, papas fritas y una cerveza Primus. Ya sentía a la ciudad como mi casa.

De tarde fuimos todos a pasear por el lago. Partimos de Tam-Tam, un boliche en la costa al que algunos habíamos ido a bailar la tarde anterior, en dos barcos de madera con pequeños motores. El Lago Kivu tiene una gran burbuja de gas metano en el fondo, y en él habitan unos pequeños parásitos que pueden provocar infecciones a quiénes entren en contacto con el agua.

Al barco en el que iba, el Defender, se le apagó el motor. Simple: no tenía combustible. Musa, el piloto de mi barco, y su ayudante empezaron a discutir en kinyarwanda. No entendíamos lo que decían pero notamos cierta tensión. Había dos remos: uno de ellos quería remar y el otro no.

Hicieron un par de llamadas telefónicas y prometieron que el otro barco regresaría con combustible. Al rato el Defender comenzó a hacer agua. Los seis periodistas teníamos las piernas sumergidas en agua celeste con parásitos. Musa baldeaba malamente con un bidón amarillo mientras la noche caía. Nos prohibieron sacar fotos con flash y prender linternas. Alguien mencionó piratas. Al fin el otro barco llegó con combustible y nuestro motor arrancó, saludado por una salva de aplausos.

Cuando regresábamos a la costa nos interceptó un gomón con seis militares armados. No nos permitían continuar. Musa dejó de sacar agua con su bidón amarillo. Alguien le preguntó por qué. "No me puedo mover", respondió. Su ayudante discutió largo rato con los militares del gomón que, por fin, nos permitieron pasar.

En la costa de Ruanda un grupo de personas bailaba en Tam-Tam. Nos sumamos. Sonaba Gasolina, de Daddy Yankee.

Cambio de actitud

Ruanda
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Lunes: tampoco cruzamos. La explicación de Gerardo Araújo, el teniente de 28 años que nos acompañaba para brindarnos una protección discreta y casi simbólica, fue que la visa ya estaba aprobada por el departamento de Migraciones del Congo pero ahora el Ministerio de Comunicación detenía el trámite. Solicitaba información sobre cada uno de los periodistas y de nuestros planes.

El martes de tarde nos visitó el coronel Arturo Merello, quien hasta el día anterior había sido Jefe del Batallón Uruguay IV en la RDC.

"¿A qué atribuye que no nos autoricen el ingreso?", preguntó una periodista. "A un cambio de actitud del gobierno congoleño" para con la misión de ONU, respondió el coronel Merello sin dudar. Joseph Kabila, presidente de la RDC desde 2001, pidió que la ONU redujera los efectivos trabajando en el país.

El 31 de marzo la ONU definió que su misión iba a permanecer tal como estaba. Había otros problemas rondando, como una amenaza de genocidio en Burundi o el aumento de la violencia en el norte de RDC. "Por cómo está la situación hoy, de haber venido con visa los hubieran trancado por otra cosa", afirmó Merello.

Es cierto que las autoridades congoleñas no demostraron voluntad de resolver el problema de visado de forma sencilla y rápida; y que quienes conocen la coyuntura política actual pueden suponer que tiene relación al cambio de actitud. Pero ya el 4 de mayo del año pasado la embajada de la RDC en Madrid publicó un comunicado con "cambios importantes" para tramitar visados de entrada al país, como la solicitud al menos 30 días antes de viajar, o el fin del visado urgente.

La visa de Ruanda

Ruanda
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Miércoles: ya sin esperanzas, aceptamos las vacaciones forzadas en una ciudad del corazón de África. Pero horas después el teniente Araújo nos comunicó novedades asombrosas. El folleto que nos habían dado el viernes en Migraciones de Ruanda estaba desactualizado. El hombre que nos atendió ese día había sido castigado y nosotros teníamos que tramitar una nueva visa antes de marcharnos. Debíamos escribir una carta explicando nuestra situación, sacarnos una foto carné, llenar un formulario a retirar en la frontera y viajar a Kigali con todo eso para terminar el trámite.

Al rato una llamada desde la RDC dio vuelta el mapa: habían autorizado nuestro ingreso al país con una semana de atraso, justo cuando ya no nos dejan salir de Ruanda. Araújo logró que le permitieran tramitar las visas al día siguiente, desde la RDC.

Misión cumplida

Cruzamos la frontera a pie, caminando despacio bajo una lluvia descomunal, después de las siete de la tarde, la hora pico.

Del otro lado, en la República Democrática del Congo, sentimos tensión. Las personas no eran tan amigables y parecían nerviosas. El camión con el logo de la ONU y un puñado de soldados uruguayos que nos trasladaron a la base de Goma, a pocas cuadras de allí, demoró en llegar.

Estábamos en la RDC, y era tan satisfactorio como frustrante. Poco más de un día después, en la madrugada del viernes 22 de abril, iniciamos el largo viaje de regreso: primero en bus a Kigali, Ruanda, para tomar el avión y -luego de escalas en Bujumbura (Burundi) y Lome (Togo)- aterrizar en Montevideo.

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