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Crónica de una conmoción

Terrenal, de Mauricio Kartun, se presenta mañana en el Solís con una propuesta avasallante
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14 de marzo de 2016 a las 05:00
Uno de los recursos que los periodistas suelen evitar al escribir es el uso de la primera persona. Particularmente es algo que intento dejar de lado cuando opino sobre una obra de teatro, pero hay ocasiones en las que se hace necesario romper las reglas propias y ajenas. Sin duda, el visionado en Buenos Aires de Terrenal. Pequeño misterio ácrata, la magnífica obra de Mauricio Kartun que este martes y miércoles se presenta en el Teatro Solís, es una buena ocasión. Tengo que decir, sin ánimo de exagerar, que es una de las obras de teatro que más me conmocionaron en la vida.

Ya pasaron meses desde aquel domingo en el que me acerqué al Teatro del Pueblo, en la capital argentina, para ver esa historia sobre Caín y Abel del conurbano bonaerense, que me habían recomendado como lo mejor de la cartelera porteña. Se quedaron cortos. Los primeros cinco o diez minutos fueron de cierta perplejidad ante la poética de Kartun, esa forma única que tiene el creador, de 69 años, de unir las palabras de manera popular y erudita a la vez, y de recuperar la musicalidad del verso dotando a su obra de una potencia estética y emocional.

Dramaturgo preocupado por la dialéctica entre las clases sociales y crítico con la clase dominante, Terrenal es el trabajo que le sigue a lo que Kartun denominó el "tríptico patronal", integrado por El niño argentino, Ala de criados (ambas obras estrenadas en Uruguay, la primera en 2008 y la siguiente en 2010) y Salomé de chacra.

Como el autor reconoció en entrevista con Jorge Dubatti, Terrenal es su obra más patronal: "El non plus ultra patronal. Su mito de origen". Es Kartun reviendo los cimientos de un statu quo que se ha adoptado como el único posible, pero que lleva en su vientre la semilla de su potencial aniquilación. El resultado es sublime.

Como en sus últimas obras, Terrenal requirió de largos períodos de investigación, escritura y ensayo. En los pasados diez años Kartun ha conseguido que sus trabajos se mantengan dos años en cartel (tres, en el caso de Ala de criados) y ha obtenido numerosos reconocimientos, entre ellos el profesorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. Con Terrenal, además, logró lo que nadie había conseguido: ser el primer dramaturgo en obtener el premio de la crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires, galardón que recibió en 2014. Nada raro para un autor que es, ante todo, un poeta.

El germen de Terrenal surgió hace veinte años, un domingo de excursión en Benavídez junto a sus hijos (uno de ellos es Julián, hoy actor cómico conocido por Cualca). Fiel a su estilo, Kartun anotó la idea en una de las múltiples libretas donde colecciona imágenes sugerentes. El dramaturgo vio a dos hombres, físicamente similares, en un camino de tierra y separados por un trecho. Uno de ellos vendía isoca (larva del escarabajo), el otro lombrices. Los imaginó como hermanos y rivales.

Pero no fue hasta que leyó el libro Los mitos hebreos, de Robert Graves y Raphael Patai, que asoció esa imagen a la historia de Caín y Abel, y a su relación con la idea de propiedad versus el impulso nómade.

Terremoto actoral

De vuelta a la butaca del Teatro del Pueblo, la primera hora de Terrenal fue de un deleite inolvidable ante la presencia de un texto inteligente, lleno de capas, local y universal a la vez, cómico, mordaz, crítico, dramático, contestario y conmovedor. El dúo de Caín y Abel, interpretado por Claudio Martínez Bel y Claudio Da Passano, fue sencillamente magistral, con los actores imbuidos de la particular poética y devenidos encarnaciones de esa cebolla deshojada convertida en texto.

Reminiscencia quizás a los siete años en los que Kartun trabajó en el puesto del mercado de Abasto de San Martín, Caín es un productor morronero, la personificación del deseo de pertenencia, ese al que le gusta levantar muros y colgar el cartel de propietario a todo lo que ve. Abel es su némesis, un vendedor de isoca de espíritu nómade, para quien es mejor habitar el mundo que intentar apropiarse de él. La estética del payaso Tony, torpe y bobo, y el Pierrot, romántico e idealista, los definen aun más en esa lucha fratricida que termina por moldear la humanidad. El nombre Caín traducido significa posesión; el de Abel significa nada.

Cual Vladimir y Estragón en Esperando a Godot, ambos esperan y comparten la desolación del padre ausente. Pero en Terrenal, Godot-Dios finalmente llega y se origina un terremoto argumental y actoral.
Se trata de Tatita (Claudio Rissi), ese dios de las pampas con acento del noroeste argentino, de indumentaria guacha y gusto por la fiesta, moldeado a la imagen de Horacio Guaraní, según reconoció el propio Kartun. Lo de Rissi, que obtuvo el premio ACE en 2014 al mejor actor de teatro alternativo por este papel y al que muchos recuerden por su rol en Los simuladores, es estremecedor. El monólogo final del intérprete tras el asesinato de Abel, en el que Kartun se despacha con su visión del mundo, tiene tal nivel de intensidad y de entrega que debe ser uno de los momentos más sublimes que vi sobre un escenario.
"La miseria no es pelear. Miseria es matar al par. El uno crece de a dos. El dos peleando es armonía. Es vuelo. El uno solo crece monstruo. Pájaro de un ala sola. Como vos. Te amputaste un ala. Juntos podían ser ángel y mirate, terminaste gallina bataraza".

La belleza de Terrenal se trasmutó en una reacción física: sentí primero un escalofrío, luego el cuerpo entero se convirtió en una masa de calor y después lloré. Sin parar, sin lograr que la vergüenza me diera una tregua. Cuando las luces se encendieron y me paré a aplaudir a esos tres monstruos que se erguían enfrente de mí no pude dejar de llorar. Me pregunté por qué estaba en ese estado, si por la poesía, si por la maldita herencia de Caín, si por esos actores que dejaban la piel en la obra hasta convertirla en harapos. Aún no lo sé. Solo sé que quiero volver a verla.

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