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CSI Tupambaé

Columna de análisis en El Observador Agropecuario a cargo de Pablo Carrasco
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20 de septiembre de 2012 a las 16:47

Hay historias diminutas con la capacidad de cambiar el devenir de un país. Quién sabe si no es esta una de ellas. Los hechos son típicos de un pequeño pueblo, y para aquellos que nos hemos criado en el campo muy fácil de entender.

El abigeato es a nivel rural la expresión de la inseguridad que vivimos salvo que robarle ganado a Alejandro no fue una buena idea. Para empezar es vasco, criollo como el zapallo y a la vez veterinario con un máster en Economía. Atípicamente, vive en su establecimiento, es campero y conocedor de sus animales como nadie. En Tupambaé todos se conocen y en particular todos conocen la fama de quienes practican el abigeato. Los han visto progresar, en este caso tiene 800 cabezas, y han conocido la impunidad de su accionar porque todas las vacas son iguales y es bastante difícil probar un robo.

Los “troperos” conocen los movimientos de cada productor y por eso fue un Viernes Santo el día que el capataz llamó a Alejandro para decirle que un lote de vacas costeaban y mugían. En el acto Alejandro dijo: ¡nos robaron! Hoy, cuando todos los animales tienen un chip y una marca a fuego, robarle terneros al pie a las vacas que no tienen ni lo uno ni lo otro es algo cantado.

La orden fue separar las vacas y marcarlas con tiza para tenerlas identificadas. Alejandro tenía claro lo que iba a hacer y se arremangó para trabajar con la Brigada Especial para la Prevención del Abigeato (Bepra), una unidad del Ministerio del Interior. Un toro “perdido” hacía un tiempo apareció en el mismo momento, un toro que el ladrón había querido comprar y que sirvió de pista sobre el autor del robo. Debe saber el lector que no se puede tropear terneros recién separados de la madre si no es con un animal adulto y ese fue el mejor indicador.

Con este dato reconstruyó el camino que siguió el ganado detectando lo que siempre abunda en los viernes santos como son cazadores de mulitas y llegó así a la semiplena prueba para entrar en el campo del ladrón.

Se produce finalmente el allanamiento y el sospechoso colabora cínicamente con la Bepra para revisar el campo en un procedimiento casi de rutina para él. Alejandro tuvo que mantenerse lejos de la conversación y recorrida por orden de la Bepra. Cuando aparecen los terneros que por su tipo diferían mucho de los demás, le presentan un lote de 28 animales para que identificara los 20 robados, cosa que resultó muy fácil para alguien como él.

Estaban los terneros y las vacas identificados; sin embargo el juez pedía una prueba irrefutable de su vinculación. Alejandro convenció al juez de hacer algo nunca antes realizado que era una prueba de ADN y afortunadamente el juez accedió. El ambiente del segundo allanamiento fue totalmente diferente. Cuando el ladrón vio que la Policía empezaba a arrancar pelos de los animales se le hizo la noche. Buscó denodadamente hablar con Alejandro que se mantenía alejado y se dio cuenta de que los tiempos habían cambiado.

La prisión fue el resultado del ADN, sin embargo le advirtieron a Alejandro que el ladrón por ser “primario” era probable que en poco tiempo estuviera libre. Es así que se abocó a la tarea de resucitar viejos robos y encontró la prueba suficiente como para condenarlo por siete años.

La moraleja es obvia en cuanto a la tenacidad ejemplar de Alejandro, que no será más rico ni más pobre por 20 terneros pero dedicó el tiempo y su conocimiento como para cambiar lo que hasta ahora era una resignación generalizada. Pero además, según sus propias conclusiones, fue emocionante ver a los agentes policiales superando los costos políticos de poner presos a los troperos que vivían en la casa de al lado y ver que la Bepra se toma este trabajo muy en serio cuando se le dan los medios.

Con esta reserva moral que nos queda, que es inestimable, tal vez debiéramos empezar a encarar los problemas que tenemos en lugar de seguir reclamando y tratar de que se sepa que la tecnología también sirve para descubrir al ladrón. Felicitaciones, Alejandro.

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