*Por Lucía Cohen, especial desde Nueva York
El movimiento había comenzado temprano en la madrugada del martes en el Jacob K. Javits Convention Center de Nueva York, una enorme construcción de vidrio a orillas del río Hudson. Había sido elegido por la campaña de Hillary Clinton como lugar para esperar los resultados y hablar ante los estadounidenses para representar una metáfora que la candidata había usado en los últimos meses: romper el techo de cristal con un triunfo en las elecciones de EEUU.
En la mañana se sentía el optimismo en las sonrisas y los pasos acelerados llenos de adrenalina de los miembros de la campaña demócrata. El edificio, al igual que las calles contiguas estaba rodeado de vallas protegidas por policías. Había quienes se acercaban con curiosidad a ver qué sucedía ahí adentro. A una cuadra, la cara de Clinton se multiplicaba en fotos, caricaturas, pins y dibujos, cuando el sol calentaba una Nueva York con un cielo totalmente despejado.
A las 13 horas una enorme bandera de Estados Unidos apareció detrás del escenario, y poco más tarde el logo de Clinton emergió montado en el lugar previsto para el festejo de la candidata.
El centro de convenciones, que ocupa más de seis manzanas y parece estar formada por cubos de cristal, estaba preparado para recibir a Clinton, la primera presidenta del país. O al menos eso era lo que indicaban las encuestas y el ánimo de los miembros de su campaña.
Pero el entusiasmo duró hasta que cayó la noche y, con ella, la incertidumbre. Luego la duda dio paso a la angustia con un golpe de realidad. La ventaja de Trump en estados clave era difícil de superar y los caminos hacia la Casa Blanca parecían cerrarse en laberintos sin salida. Florida fue una mala noticia. Hubo miedo por Virginia. Pero también alivio y aplausos cuando lo ganó.
Las noticias de Nevada fueron celebradas entre los invitados y cantos de "¡Hillary!" lo siguieron. Pero el mapa se teñía de rojo. Y a Trump le quedaba demasiado poco para alcanzar los 270 votos necesarios del Colegio Electoral.
Con el pasar de las horas, los corredores del edificio quedaban más calmos. Los ojos vidriosos de miembros de la campaña de Clinton evidenciaron un desenlace tan dramático como inimaginable para algunos sectores de la sociedad. La seriedad de la medianoche condujo a la tristeza. Y el baño de mujeres se llenó de lágrimas y caras irritadas. Pasadas las 12 y media ya no tenía sentido esconderlas.
A las 2 de la mañana (4 de Uruguay) el jefe de campaña, John Podesta, cerró el evento. Clinton no apareció. Y la mayoría de los invitados se fueron serios. Entonces, la barrera que impedía el paso a la zona del escenario, de invitados y de medios se cayó. Un escenario despojado vestido con banderas de Estados Unidos tenía que ser desarmado. A la salida, los policías hacían lo mismo con las vallas previstas para contener los excesos de un festejo que no fue y un hombre gritaba: "Abrazos gratis". Muchos todavía los necesitanInicio de sesión
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