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De Marqués de Sade a Cincuenta sombras de Grey

Un repaso por las grandes creaciones literarias eróticas de todos los tiempos permite comprobar que la época define al texto y así entender el éxito actual de la trilogía de E. L. James
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13 de febrero de 2015 a las 19:54

Porno para mamás, erotismo de autoayuda, remedio para parejas aburridas, culto a la sumisión femenina, peligroso manual para hombres, cuento de hadas sin pies ni cabeza, obra de arte del marketing... Todo se ha dicho ya del éxito literario más importante de la década, Cincuenta sombras de Grey, de la escritora inglesa E. L. James.

El fenómeno, que en principio puede ser incomprensible dada la escasa calidad literaria de la trilogía protagonizada por Anastasia Steele, no lo es tanto si se repasa el camino de los últimos bestsellers a nivel mundial.

Se trata de productos elementales que no requieren de ningún esfuerzo intelectual para su comprensión, dirigidos a un público específico que parecía estar esperándolos: la saga de Harry Potter acaparó el mundo infantil; la de Crepúsculo, el adolescente, y la trilogía de Grey, el universo femenino adulto.

Los 40 millones de ejemplares vendidos por un libro mediocre son el reflejo exacto de una época difícil de definir. Se trata de un momento en que la gente hace lo que quiere (o cree hacerlo), mientras la crítica patalea pero nadie le hace caso y las fronteras se borran cuando el público de Finlandia hace lo mismo que el de Perú o Sudáfrica.

El reciente estreno de la adaptación cinematográfica de la primera novela de la trilogía de James repite el ciclo como un reloj atómico: éxito apabullante de espectadores en todo el mundo y crítica feroz de la intelectualidad ante una película pobre y previsible, que además aligera el contenido sexual del libro para adecuarse a la moral de Hollywood.

Este último detalle no es menor porque evidencia lo falso de todo el asunto, lo poco revolucionario de una obra que, ya sea desde el papel o el cine, no cuestiona ni aporta nada para atacar el status quo. Es simplemente reflejo, inocuidad, espejismo, pan para hoy y hambre para mañana.

No siempre fue así. A lo largo de la historia el sexo, el erotismo y el amor han sido un excelente camino para denunciar las cuitas del mundo, de la especie de un tiempo determinado.

Erotismo era el de antes

Si bien se atribuye a Luciano la escritura del libro pornográfico más antiguo, Los diálogos de las cortesanas, ya es posible ver en La Ilíada, de Homero, destellos de erotismo y pasión. Basta recordar el rapto de Helena o el cariño inmenso que le tiene Aquiles a Patroclo.

También de los inicios de la literatura se puede citar la obra de Aristófanes Lisístrata, que cuenta cómo una huelga sexual de mujeres logra acabar con una guerra.

Los griegos no eran muy puritanos como tampoco los romanos, famoso por sus orgías y su preocupación por el tema amoroso. Esto se evidencia en El arte de amar, de Ovidio, un magnífico manual de consejos para las relaciones amorosas.

Tampoco escaparon al morbo los chinos, que doscientos años antes de Cristo editaban manuales sexuales anónimos. Los indios hicieron lo propio y, en el siglo IV, le dieron una bofetada al mundo occidental con el Kamasutra.

Más difícil para los autores eróticos resultó la Edad Media, que preconizó el amor cortés y castigó los desvíos severamente; la literatura estaba al servicio de ese ideal.

Pero el Renacimiento, con el Decamerón de Bocaccio como obra primeriza y pionera del período, supuso una explosión de libertad que cuestionaba el pasado reciente y peleaba contra la censura sufrida durante siglos.

En España no es menor la publicación de La Celestina, de Fernando de Rojas. Con gran habilidad y sin alejarse demasiado de los cánones de la época, lograba tocar asuntos espinosos y presentaba con gran fuerza la figura de la alcahueta, es decir, del intermediario.

De todas formas, el personaje más inolvidable que surge en esos siglos es Don Juan, fruto de la pluma de Tirso de Molina, que después emigraría y se convertiría en un arquetipo europeo.

Significativa también es la obra del Marqués de Sade, quien durante la Revolución francesa y aun después publicó textos como Los 120 días de Sodoma. La palabra sadomasoquismo le rinde tributo a este espíritu libre y rebelde, que logró que su apellido se convirtiera en sustantivo gracias a un montón de crueldades sexuales.

Los ingleses respondieron con Fanny Hill, de John Cleland, considerada la primera novela pornográfica de las islas. Pero también advino el puritanismo, que persiguió ese y otros libros con frenesí.

En el siglo XIX el romanticismo fue una especie de bálsamo para las pulsiones sexuales, pero también indujo numerosos suicidios en pos de un ideal utópico. Las obras en este período pierden el contenido sexual extremo en favor de piezas más mesuradas como Madame Bovary, de Gustave Flaubert.

Ya en el siglo XX hay obras rupturistas y de excelente calidad literaria como El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, de Henry Miller, o Lolita, de Vladimir Nabokov.

Rumbo a las sombras

Historia de O, de la escritora francesa Pauline Réage, publicado en 1954, es el antecedente más parecido a Cincuenta sombras de Grey. No solo por ser obra de una mujer, sino también porque allí se cuenta la historia de una fotógrafa de modas que por amor a su amante entra en una fraternidad sadomasoquista, por la que voluntariamente recibe todo tipo de castigos.

En esa misma década ya descolla la escritora española Corín Tellado, la reina de la novela rosa, una mujer más erótica que lo que el franquismo podía tolerar y que debía contenerse en cada párrafo para escapar a la censura. Sus 400 millones de libros vendidos apabullan y la colocan en un pedestal que la trilogía de E. L. James difícilmente podrá alcanzar. Por suerte.

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