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¿Debemos tratar de sacar provecho de nuestras pasadas glorias?

Compartir logros con los demás puede ser señal de mediocridad
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01 de marzo de 2017 a las 05:03
Por Lucy Kellaway
Financial Times

Dos hombres están nadando en una piscina en Los Ángeles. Mientras descansan entre vueltas, uno de ellos anuncia que tiene 90 años. Entonces infla su diminuto pecho y dice: "Yo antes era juez". El otro hombre es Michael Kinsley, el periodista estadounidense quien comparte el cuento en su nuevo libro La Vejez: Una guía para principiantes. El punto del relato es su patetismo. Lo que el hombre mayor hizo al referirse a su antigua importancia fue aumentar la impresión que estaba tratando de disipar: que sus buenos días ya habían pasado.

Este cuento suscita una pregunta más general: ¿Es correcto sacar provecho de nuestros pasados triunfos profesionales? Y si lo es, ¿cuándo comienza a ser patético? Parece haber diferentes reglas para diferentes personas. Si eres tan famoso como Bill Clinton, puedes seguir regodeándote en tu antigua gloria más o menos indefinidamente. Siempre y cuando seas un buen orador la gente seguirá pagando por escucharte hablar sobre tu antigua grandeza muchas décadas después. De otra manera el tiempo es tan limitado que es prácticamente inexistente. En general el mundo deja de prestarle atención a cualquier logro en el instante en que pasa del presente al pasado. El mismo día que dejas un trabajo las invitaciones dejan de llegar. No sólo porque la gente teme que tu experiencia se disipará rápidamente, sino porque si ya no estás en tu trabajo, toda la atención se desplaza instantáneamente a la persona que te reemplazó.

A pesar de esto, las personas siguen aferradas a sus éxitos pasados como mecanismo de comunicación. Si esto es una buena idea depende de dos cosas: ¿Es relevante, y es digno? La respuesta a la segunda pregunta invariablemente es que no lo es. En su perfil de Twitter, George Osborne muy apropiadamente no dice que fue Ministro de Hacienda de Gran Bretaña. Jack Welch rehúsa mencionar que fue el temido y venerado jefe de GE. Sólo David Cameron se presenta como quien era: ex Primer Ministro del Reino Unido. Habría sido más digno si se lo hubiera callado. En su caso, ya sabemos lo que era y no necesitamos que nos lo recuerde.

Con respecto a las personas cuyas previas carreras se nos han escapado, no nos impresiona que nos lo informen. Cuando conozco a alguien en una fiesta que anuncia que es ex BBC o ex McKinsey, siempre se me cae el ánimo. Igual cuando leo perfiles Twitter donde se malgastan preciosos caracteres diciendo que alguien era antiguo asesor de Deloitte o ex Google. Se podría decir que esta información es relevante. Estas organizaciones tienen procesos de selección competitivos y si alguien pudo sobrevivirlos, tiene que ser un punto duradero a su favor. No estoy tan segura que ése sea el caso.

Mucha gente mediocre logra entrar en grandes organizaciones, donde no les va bien y se marchan. Y tienden a ser los que lucen con mayor entusiasmo los emblemas de sus antiguos jefes. Al fin y al cabo no es nada diferente del juez en su traje de baño. Si alguien le da mucha importancia a su pasado, eso sugiere que su presente no es gran cosa. Nuestra idea tradicional de una carrera es que es un firme camino hacia arriba, lo cual significa que no debería haber necesidad de mencionar un antiguo trabajo ya que el actual debe ser aún mejor. Cuando Cameron era Primer Ministro no necesitaba andar recordándole a todo el mundo que había sido publicista. Aunque muchas carreras (incluso la de Cameron) ya no terminan en una nota alta, seguimos encontrando patética cualquier caída. La única excepción es con respecto a los atletas.

La biología dicta que han pasado su mejor momento cuando el resto de nosotros estamos en la flor de la vida, y por esa razón los perdonamos. Si el ex juez en la piscina hubiera declarado que alguna vez ganó una medalla Olímpica, dudo que su compañero de natación habría sentido el menor patetismo.
En mi caso, ya me he hecho una promesa. Después de setiembre, cuando haya dejado el periodismo y sea una aprendiz de maestra de matemáticas, nunca le diré a nadie en las fiestas que yo alguna vez fui columnista de FT. Cumplir esta promesa será fácil: en mi nuevo trabajo estaré tan cansada que quizás nunca más vaya a una fiesta. Hay una lección más seria en todo esto. Si nuestros logros cuentan tan poco cuando pertenecen en el pasado, quizás no sea sensato venerarlos con tanto entusiasmo en el presente.

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