Gérard Depardieu en "Bienvenido a Nueva York"

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Depardieu se devora la Gran Manzana

El regreso de Gérard Depardieu a Nueva York encarnando a un personaje que es Dominique Strauss-Kahn lo devuelve, con honores, a la palestra dramática
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10 de abril de 2015 a las 20:36

Hace 25 años un joven y prometodor actor francés, rubio y esbelto, ponía los pies en Nueva York para filmar una comedia romántica junto a la bella Andy MacDowell. El filme se llamó Matrimonio por conveniencia y lo dirigió el australiano Peter Weir.

Depardieu interpretaba a un muchacho que estaba ilegal en Estados Unidos y que llegaba a un arreglo con MacDowell para casarse y así obtener la residencia. Al principio, hay mucha distancia y deben practicar que son marido y mujer para engañar a los agentes de migraciones. A medida que la película avanza, se enamoran de verdad, pero fallan frente a las autoridades, que deportan al enamorado francés.

La película fue su gran carta de presentación para el público estadounidense. Pero luego, por diferentes circunstancias, Depardieu enfocó de nuevo su carrera básicamente entre Francia y el resto de Europa.

Su enorme cualidad histriónica le permitió ponerse en la piel de grandes personajes de la historia y en especial de su país. Así, sus dotes camaleónicos le permitieron ser Cyrano de Bergerac, Cristóbal Colón, el mosquetero Porthos, el gordo galo Obelix, el maligno Jean Valjean, el detective Vidocq, el maestro de fiestas de Luis XIV Francois Vatel, el escritor Alejandro Dumas y hasta fue Jules Rimet en un filme financiado por la FIFA.

Un cuarto de siglo después el sinuoso camino del cine puso de nuevo a Depardieu en Manhattan, pero ahora bajo las órdenes del director Abel Ferrera.

La película se llama Welcome to New York y se encuentra en cartel por estos días en Uruguay. Su guión, de autoría del propio Ferrara y Christ Zois, está basado en el incidente judicial que envolvió al exdirector del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, acusado de acosar sexualmente a una mucama de raza negra en el hotel cinco estrellas donde se alojaba en la Gran Manzana.

Qué lejos está aquel muchacho bonachón y romántico de este capo economista gordo, excesivo, desagradable e inmoral.

La moraleja simplona y escondida en el tiempo transcurrido parece decir que todo termina corrompiéndose. Pero, por suerte para el cine, el tiempo juega de su lado.

Ferrara es un director visceral y manda a Depardieu, transformado en Strauss-Kahn a través de un personaje que se llama Devereaux, directo a la jaula de las fieras, donde además él reina como un auténtico león.

El sexo explícito se desvela desde la primeras escenas y Depardieu se muestra en su estado actual, en desnudos completos: una panza descomunal, la celulitis que rodea su espalda y su enorme cabeza que culmina en una nariz inflada por el alcohol y el descontrol. Para un actor hombre de 66 años esto es una rareza absoluta en el cine estadounidense. La combinación Depardieu/Ferrara continúa con el ritmo frenético de fiesta corrida.

En ningún momento el filme plantea una posible hipótesis de “caso preparado” contra la figura del alto ejecutivo. Deveraux es un sexópata irremediable y no pretende ocultarlo ni remediarlo. En ese sentido, el personaje lleva la carga sin culpas ni desea el perdón de nadie. Esa es su naturaleza avasalladora hacia las mujeres que lo rodean, sean de cualquier edad, raza y condición social. Solo en ese sentido Devereaux es un demócrata.

La escalada de sexo y desbordes se detiene cuando la mucama lo denuncia a la policía. A partir de allí, la desnudez aparece de nuevo pero esta vez frente a dos policías negros en la comisaría donde Devereaux queda detenido hasta que llegue su esposa.

Este contrapeso femenino lo tiene la inglesa Jacqueline Bisset, en el papel de la esposa millonaria de Deveraux, quien corre desde París hasta Nueva York a sacar de la cárcel a su marido, posible candidato socialista a las elecciones francesas y enfrentar un juicio dañino. En otras palabras, algo demasiado similar al caso que hace cuatro años estuvo en las portadas de todos los diarios del mundo y que acabó con la carrera profesional y política de Strauss-Kahn.

Depardieu también está visceral, gordo y con problemas para respirar ante la extenuante actividad física. Su cuerpo late con la historia y su cara, perdida y ajena a lo que acaba de protagonizar, resume la historia de un hombre que no pudo contener sus demonios internos.

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