Nicolás Maduro<br>

Opinión > Editorial

Desligarse del mortecino Mercosur

Desde que se intentó convertirlo en club político, la inoperancia del Mercosur se precipitó a un despeñadero hacia la extinción
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04 de agosto de 2016 a las 17:40

Desde que se intentara convertirlo en un club político, los largos años previos de inoperancia del Mercosur se precipitaron a un despeñadero hacia la extinción. La Venezuela chavista es el gatillo que ha agravado ahora el caótico desmadre del bloque, pero no es el principal responsable. La culpabilidad recae directamente sobre los presidentes que, desde la década pasada, trataron de convertir el Mercosur en una cofradía ideológica, por encima de los proclamados objetivos básicos de integración económica. No es que estas metas vinieran antes viento en popa, ya que desde la fundación en 1991 sucesivos gobiernos de Argentina y Brasil las frenaron una y otra vez al anteponer sus proteccionistas intereses internos a los planes de unión aduanera y zona de libre comercio.

Pero el golpe de gracia lo dieron Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff y José Mujica en junio de 2012. Hasta ese momento completaban con el paraguayo Fernando Lugo un comité presidencial caracterizado, con matices, por un populismo izquierdista de gasto público desmedido y manchado en Argentina y Brasil por una corrupción gigantesca. En las sombras sobrevolaba desde hacía años el socialista Hugo Chávez, cuyo empeño en ser socio pleno estaba bloqueado por la oposición que dominaba el Senado de Paraguay. Su oportunidad llegó cuando Lugo fue destituido en un juicio político. Alegando un golpe de Estado que no existió y anteponiendo lo político a lo jurídico, como ha defendido Mujica olvidándose del estado de derecho, nuestro entonces presidente se unió a Kirchner y Rousseff para suspender a Paraguay y abrirle los brazos y las puertas del Mercosur a Chávez. No parecieron percibir que estaban agravando la agonía del Mercosur al profundizar irremisiblemente las asimetrías entre sus miembros, en aras de una confraternidad política que creyeron duraría para siempre.

Todo se dio vuelta, sin embargo, cuando cambiaron los gobiernos. Pero ya era tarde. Poco antes de morir, Chávez designó sucesor al incompetente Nicolás Maduro, pobre imitador de la demagogia carismática del líder bolivariano. No solo terminó de hundir a Venezuela en la peor crisis política y económica de su historia sino que se las arregló para enemistarse con todos, dispensando insultos a diestra y siniestra cada vez que algo no le gustaba. Y a raíz de la oposición de los actuales gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay a que Venezuela asuma la presidencia semestral del Mercosur, ha coronado sus exabruptos dialécticos con la acusación a esos países de conspirar contra su régimen con un nuevo Plan Cóndor, reedición improbable del coordinado exterminio de opositores por las antiguas dictaduras del Cono Sur.

En medio de este desparramo estructural, Uruguay ha quedado mal parado por haber dejado en el limbo al Mercosur al abandonar su presidencia sin pasársela a Venezuela, como jurídicamente correspondía pero objetaban los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Uruguay debe aprovechar el actual desbande mercosureño para desligarse de un proyecto mortecino que fue siempre ficticio, recomponer las averiadas relaciones con sus vecinos y socios económicos y concentrarse en expandirse comercialmente con acuerdos directos con China, la Alianza del Pacífico y otros mercados, dejando que el Mercosur, como sucede con todos los sueños, muera cuando suena el despertador.

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