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Dos siglos de malos entendidos

Columna de opinión publicada en El Observador Agropecuario
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19 de mayo de 2017 a las 05:00

Observado desde la ciudad, el agro históricamente ha sido una corporación de gente quejosa y llorona. Desde el campo por su parte se apela con cierto encono a la concientización del citadino sobre la importancia del sector. Ambos argumentos tienen su cuota de razón por lo que deberíamos plantear el desencuentro en términos de comunicación.

Por Pablo Carrasco, especial para El Observador

En el reclamo rural se mezclan argumentos con sentimientos que solo complican la comprensión del problema. La "conciencia agropecuaria" del habitante de la ciudad tal como lo conocimos en el espejo neozelandés, no suma ni resta al desempeño de la actividad agraria. El negocio agropecuario funciona igualmente bien o mal con independencia de la admiración o el desprecio del citadino.

En la otra vereda, la opinión de la gente de la ciudad está contaminada por la confusión entre patrimonio y rentabilidad. Se mira al negocio agropecuario como de pingües ganancias por el solo hecho de estar montado sobre millones de dólares en tierra. Para constatar el error, basta mencionar que, en las condiciones actuales, el dinero que le queda al bolsillo al productor mediano es muy similar al que le queda a su capataz.

Si buscamos entender el conflicto lo mejor es limpiar de sensiblería el problema y entender el corazón del negocio y las consecuencias para toda la sociedad. Veamos algunas comparaciones fáciles de entender.

Los empleados con relación de dependencia están indignados con el gobierno porque el ajuste fiscal les sacó un tercio de lo que generan con tanto sacrificio. ¿Cuál es la realidad del productor?

La remuneración del productor no está garantizada por el clima y el mercado y, en este reparto, es el único que toma riesgo. La remuneración del productor no está garantizada por el clima y el mercado y, en este reparto, es el único que toma riesgo.

Cuando el ganadero vende un camión de novillos solo uno de cada cuatro animales retribuye su esfuerzo. Los otros tres también son fruto del esfuerzo, pero van al resto de la cadena, impuestos incluidos. Cuando un agricultor ve alejarse un camión repleto de soja solo tendrá la recompensa de 1.000 kilos a los precios actuales. Las restantes 29 toneladas se usarán para pagar desde el sueldo del camionero hasta los empleados que el gobierno mantiene en AFE. Es mas, cuando los agricultores "la hacían a paladas" con la soja a 500 dólares, menos de un tercio de su cosecha les remuneraba el esfuerzo; los dos tercios restantes iban de manera directa al resto de la sociedad.

No es esta la única diferencia. La remuneración del productor no está garantizada por el clima y el mercado y, en este reparto, es el único que toma riesgo. Los demás estarán remunerados de manera estricta mientras mantengan su trabajo, aunque para ello sea necesario endeudar a nuestros nietos.

Insisto en que la admiración del hombre de ciudad no es un insumo del éxito agropecuario; ahora, si el gobierno compra esa visión estereotipada latifundista entonces sí, el país tiene un problema. Insisto en que la admiración del hombre de ciudad no es un insumo del éxito agropecuario; ahora, si el gobierno compra esa visión estereotipada latifundista entonces sí, el país tiene un problema.

¿Es esto una apelación a la lástima o al no pago de impuestos? En absoluto. Esto intenta explicar el lugar que ocupa el sector como proveedor de recursos y, entendiéndolo, darse cuenta que el agro aporta mucho más por su crecimiento que por el pago de impuestos.

Insisto en que la admiración del hombre de ciudad no es un insumo del éxito agropecuario; ahora, si el gobierno compra esa visión estereotipada latifundista entonces sí, el país tiene un problema.

Basta para explicarlo un ejemplo muy sencillo: si el gasoil valiese 0,75 dólares por litro, como vale en otros países, sería posible sembrar soja en todo el territorio debido a la baja incidencia del flete al puerto de Nueva Palmira. Cuando el Estado le pone otros 0,75 dólares de impuestos la agricultura es solo viable a la izquierda de la ruta 5. Para la mitad al este del país este negocio se vuelve inviable. La consecuencia grave no son los 1.000 kilos que deja de recibir el productor sino los 29 mil restantes que habría cargado el camión, y que no estarán para el sustento de la sociedad y sus impuestos.

La incompetencia del gobierno para entender el nombre del juego está expulsando a los productores medianos de sus lugares a una velocidad inaudita y transformando la ganadería y la agricultura en un juego de unos pocos y grandes jugadores, que dejarán de plantar o de invertir generando un grave daño al Uruguay. La incompetencia no los exime de culpa.

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