La muerte de Fidel Castro tendrá un efecto ambivalente en el futuro de Cuba. Por un lado le da a su hermano Raúl algo más de libertad para tratar de vitalizar una economía frágil. Pero, por otro, lo priva de un respaldo que le facilitaba al actual presidente resistir presiones hacia algo de apertura en la dictadura comunista impuesta en la isla hace más de medio siglo. Debilitado por una enfermedad grave pero nunca identificada públicamente, Fidel le transfirió el gobierno a su hermano menor en 2006. Pero nunca dejó del todo el poder. Durante la década transcurrida hasta su muerte el sábado y pese a su notorio deterioro físico, siguió siendo una figura influyente en la apertura de algunas áreas de la economía resuelta a cuentagotas por Raúl, así como en el acercamiento con Estados Unidos.
El presidente cubano tendrá ahora más campo para ampliar concesiones a la actividad privada, restringida por la sombra poderosa de Fidel, y para promover mayores inversiones externas. Pero con Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos, enfrentará escollos para extender los esperanzados alcances del restablecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con su enemigo histórico. El deshielo concretado con Barack Obama volverá probablemente a temperatura de congelamiento bajo Trump, que ha prometido una política más dura hacia Cuba. Si Trump cumple sus anuncios de campaña, mantendrá el embargo económico y cancelará algunas de las facilidades comerciales concedidas por Obama desde hace un año, que ya aportaban una pizca de alivio a las privaciones de todo tipo que sufren los cubanos.
Sin Fidel proyectándose sobre la vida cubana pese a su aislamiento, por otra parte, se intensificarán las presiones sobre Raúl para abrir resquicios en el absolutismo político del gobierno. Las ejercen abiertamente los líderes de la disidencia cubana, que se expresan últimamente en forma más sonora aunque sin mayores esperanzas de forzar cambios. Pero existen también, aunque sigilosas, dentro de la propia estructura gobernante, en la que jerarcas más jóvenes ven escaso futuro en mantener indefinidamente la rigidez de la dictadura más longeva del mundo moderno. Aunque algo de democratización no está en el futuro inmediato, el almanaque puede ayudar con renovación dirigente. Además de Fidel, ha muerto la mayoría de las figuras principales de la revolución que derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista en 1959. Y el propio Raúl, pese a estar en aparente buena salud, ya es octogenario.
Presumiblemente centrará el tiempo que le quede al frente del gobierno en encarar la incierta tarea de mejorar la economía, pero sin concesiones hacia una apertura política. Aunque actúa con mayor realismo en el campo económico, nunca dejó de compartir con Fidel la concepción absolutista del gobierno. Junto al Che Guevara y el líder comunista Carlos Rafael Rodríguez, Raúl Castro lideró la facción dentro de la revolución cubana que indujo a Fidel a asociarse con la Unión Soviética en 1960, triunfando sobre el grupo que encabezaba Camilo Cienfuegos y que propiciaba un entendimiento con Estados Unidos. La convicción comunista de Raúl no parece haber cambiado, aunque haya modernizado sus ideas sobre organización económica. En este campo puede haber ahora algunos avances en apertura interna. Pero sería ilusorio esperar que la desaparición de Fidel abra prontas fisuras en el muro dictatorial.
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