La solución permanente a las protestas de residentes contra ruidosos centros nocturnos en Montevideo hay que buscarla en el Japón del siglo XVI. El shogun Tokugawa Ieyasu concentró en un barrio de Tokio todas las casas de geishas y de las 10 categorías de cortesanas que existían en esa época. Ieyasu, astuto gobernador militar en nombre del emperador, no lo hizo para evitarle ruidos molestos a los pobladores sino para facilitar el cobro de impuestos en la lucrativa industria de la prostitución organizada y del entretenimiento en las casas de geishas con cantos y bailes, viejo equivalente de las boites y discotecas actuales. Pero la idea es válida para el problema capitalino, aunque su implementación lleve tiempo.
De poco sirve, en cambio, el proyecto de la Intendencia de Montevideo de adelantar las horas de funcionamiento de los centros nocturnos, abriendo más temprano y cerrando a las 2 de la mañana, tres o cuatro horas antes que el régimen actual. El proyecto, anunciado en mayo, se iba a implementar con un plan piloto este mes. Pero el prosecretario de la intendencia, Christian Di Candia, anunció que se postergará mientras, en la mejor tradición cansina de la burocracia uruguaya, se consulta a cuantas personas e instituciones puedan tener algo que ver. La lista anunciada por Di Candia incluye a los propietarios de los boliches, a los artistas que trabajan en ellos, al Instituto Nacional de la Juventud, al INAU, al Ministerio del Interior y al de Salud Pública, a la Junta Nacional de Drogas y hasta a representantes de los jóvenes que constituyen la clientela de esos lugares.
Este interminable proceso de debate, marcado por posiciones tan divergentes como irreconciliables, asegura que la postergación prevista hasta julio o agosto se estirará por mucho tiempo más, si es que alguna vez termina. Pero aunque la intendencia tome una decisión final en un incierto futuro indefinido, el proyecto no cumplirá su función de darle paz y descanso a los vecinos. El previsto cierre de los locales a las 2 de la madrugada ocurrirá cuando la casi totalidad de la gente está tratando de dormir. O sea que su descanso se verá tan perturbado como con el cierre actual más tardío. Está además el agregado de que los jóvenes más revoltosos y bajo efectos del alcohol y las drogas no se irán mansamente a sus casas sino que continuarán sus sonoros excesos en la vía pública, bajo las ventanas de los residentes. Lo único rescatable del proyecto es la incierta posibilidad de que los jóvenes se habitúen a divertirse en horas más razonables, cambiando la nociva práctica actual de entonarse en las “previas” hasta medianoche o más tarde, para recién entonces iniciar la sesión bolichera.
La forma de terminar el problema, o al menos atenuarlo, es concentrar los centros nocturnos en zonas menos residenciales. Así lo han hecho muchas ciudades, como Hamburgo o Londres en el West End. Es un camino largo y difícil. Solo en la zona del Parque Rodó, un barrio claramente residencial, funcionan 25 boliches que mantienen despiertos y en ascuas a sus habitantes. Pero un comienzo es fijar un sector de la ciudad donde autorizar la apertura de nuevos centros nocturnos y presionar a los existentes a abandonar las zonas residenciales y mudarse al barrio noctámbulo. De lo contrario, el problema persistirá irresuelto, diluido en la fútil asamblea deliberativa que anuncia la intendencia.
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