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El amigo del Papa vive en Pocitos

Un exseminarista que estudió en Chile con Jorge Bergoglio, relata su visita al Vaticano
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18 de enero de 2014 a las 19:28

Emocionado hasta la médula y tratando de disimularlo, se inclinó como lo indica el protocolo para saludar. Le tomó la mano e iba a arrodillarse cuando sintió que lo frenaban. Con el máximo respeto y la devoción que se le notaba, le dijo “su santidad” para empezar a armar una frase. Pero antes de seguir, la respuesta lo paró en seco. “No no Alberto.... soy Jorge”. Ese fue el comienzo de una conversación entre el uruguayo Alberto Brusa y el Papa Francisco quien lo recibió en audiencia privada en el Vaticano. Ambos se conocían de jóvenes cuando comenzaban sus estudios religiosos.


Pero las emociones para Brusa empezaron bastante antes.
A los 17 años, el joven Alberto pensó que su destino era el sacerdocio y así partió a Chile junto a otros uruguayos. Entre ellos estaban dos que se ordenaron: Román Lezama y Luis Pérez Aguirre “Perico”. Con el tiempo, y motivado por otras tentaciones de adolescente, Brusa decidió no seguir sus estudios que para la formación jesuita implica 14 años de biblitoteca.
En el Colegio Padre Hurtado, a 24 kilómetros de Santiago, al mismo tiempo que los uruguayos llegaron otros jóvenes provenientes de Ecuador, Bolivia y Argentina. Uno de los argentinos se llamaba Jorge Bergoglio. En ese entonces era uno más, pero ya se destacaba.
El origen italiano de ambos –Bergoglio tiene sus raíces en Piamonte y Brusa en Lombardía– fue el puntapie para hablar y empezar una amistad que dura hasta hoy.


Compartieron un año de clases y almuerzos donde se sentaban juntos en un salón con una mesa larga; hablaron en recreos de media hora; pasaron por lecciones de arte y tuvieron caminatas por los jardines del colegio Padre Hurtado, donde estaba la obra El Hogar de Cristo que recibía a niños chilenos de la calle para tratar de enderezarlos. En ese entonces Bergoglio tenía 22 años y bastante más experiencia que el resto. Llegó siendo ingeniero químico. En las caminatas, Bergoglio le contó a Brusa que era hincha de San Lorenzo y que había tenido novia.
La carta
El Observador visitó a Brusa en su apartamento de Pocitos, frente a la rambla, donde hoy vive con su esposa. Uno de sus hijos está en Montevideo y otros en Europa, así que los nietos también están desparramados.
El dejar los estudios le llevó a este hombre que hoy tiene 72 años a trabajar un tiempo largo con su padre que tenía una empresa de balanzas. Luego pudo abrir su negocio y empezó a fabricar electrodomésticos hasta 1985 cuando la importación se acentuó y terminó con su empresa y los 200 puestos de trabajo que ofrecía.


Al cumplirse 50 años de haber dejado el colegio, varios compañeros que hoy rondan los 70 de edad, empezaron a reunirse por el sólo hecho de celebrar la amistad. Por la edad, algunos de la generación del 57 del Seminario ya fallecieron. En esas tertulias, surgió la idea de reunirse con el Papa. A lo primero sonó a locura.


Brusa se había mantenido en contacto con Bergoglio –él le dice Jorge– e incluso lo fue a visitar a Buenos Aires cuando era arzobispo. Alentado por sus amigos, se entusiasmó con la idea y empezó a averiguar el trámite para que su amigo, el Papa, los recibiera.
En abril de 2013 empezó la gestión con un español que también estuvo en Chile con ellos.
La primera alegría llegó en el invierno de Montevideo cuando el cartero dejó una carta en su edificio. El sobre tenía el sello del Vaticano. Brusa subió a su casa, se sentó y lo miró de derecho y al revés. Lo abrió con cuidado y apareció una carta escrita de puño y letra y firmada por el Papa Francisco. La nota empezaba diciendo “Querido Alberto” y escuchó los latidos de su corazón. La carta la tiene guardada como un tesoro y se excusó por no mostrarla. La leyó tanto que la recuerda de memoria. “En este mi nuevo trabajo que me encomendaron, te podrás imaginar que el tiempo no alcanza. Estamos todo el día bailando”, le escribió Bergoglio. Lo cierto es que con ese as bajo la manga arremetió en el trámite. En agosto llegó la confirmacón de la reunión para la generación del 57. La fecha fijada: 26 de octubre de 2013 al mediodía.


35 minutos
Una delegación de 44 uruguayos mayores y siete niños viajaron al Vaticano. Les hicieron pasar a lo que se conoce como los apartamentos papales. Un gran salón alfrombrado con una silla dorada casi como único mobiliario era el ambiente donde verían al Papa. Seguían sin poder creerlo. Esperaron unos minutos y alguien avisó que se aprontaran. Bergoglio entró, caminó y se quedó parado. Brusa se acercó y lo saludó. “Alberto...soy Jorge” escuchó decir al Papa.


Francisco, sin quererlo, parecía dar lecciones de humildad. Les agradeció que hayan venido de tan lejos y les agradeció los recuerdos de la juventud. Uno a uno pasó a saludarlo.
Bergoglio los escuchó, en particular al arquitecto Julio Bazzano, integrante de la delegación celeste, que le pidió por la situación de los curas viejos de Uruguay. El Papa registró eso. La generación del 57 del Colegio Seminario le entregó varios regalos. Un libro de historia de arte cristiano, una estola de la Virgen de los Treinta y Tres, un pergamino con una dedicatoria que fue muy discutida por el grupo, y cartas de niños de varias parroquias de Uruguay. Una de las niñas le entregó en mano una piedrita del patio de su escuela. Francisco le dijo que era el regalo más lindo que había recibido.
Agradecidos se despidieron y Francisco les dijo que los volvería a ver en 2016 cuando venga a Montevideo.
Los uruguayos salieron y se confundieron en la plaza de San Pedro con los miles de fieles que esperaban ansiosos un saludo del Papa desde su balcón.

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