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El Brasil de todos los días

La sociedad una vida pública envuelta en el sinsentido, la ironía y la auto-contemplación de algunos
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03 de agosto de 2017 a las 05:00

Por Carlos A. Gadea

La velocidad y grado de innovación con que los acontecimientos políticos se suceden en Brasil sugiere al espectador ir evaluando en cada momento sus imprevisibles consecuencias. Así nos tiene acostumbrado este gigante sudamericano desde el año 2013. En junio de aquel año, multitudinarias manifestaciones por todo el país alarmaron al propio Palacio da Alvorada, residencia oficial de la expresidenta Dilma Rousseff.

La pauta era diversa: desde la crítica al aumento del precio del transporte público y la violencia policial, pasando por el rechazo al enorme gasto público para organizar grandes eventos como la Copa del Mundo y las Olimpíadas, hasta llegar al combate a la corrupción y a los privilegios de la clase política.

La lectura política de aquellas movilizaciones no era nada sencilla, y mucho menos para el gobierno, el Partido de los Trabajadores (PT) y la izquierda en general. Aquella multitud en la calle como expresión de un descontento político tal cual las viejas herramientas de binarismos ideológicos, de la derecha o de la izquierda política parecía inentendible.

Muchos se preguntaban cómo era posible que emergiera tremenda "presión social" en medio de un ciclo político supuestamente exitoso, como el que representaban Lula da Silva y luego Dilma Rousseff. En pleno auge del "proyecto popular del PT", los jóvenes tomaron inicialmente las calles, lanzado demandas mientras nuevas discusiones se iban intercalando en torno al racismo institucional, la degradación del medio ambiente o el desplazamiento de personas de sus lugares de residencia debido a las obras para los grandes eventos. Las redes sociales como Facebook y Twitter tuvieron un rol fundamental en que las manifestaciones crecieran día a día y la policía no se quedó de brazos cruzados.

En medio de un Brasil "lleno de gracia", la ciudadanía pasó a confrontar las contradicciones que habían permanecido ocultas y que en parte explican el elevado desempleo actual (de un 14%) y el estancamiento económico desde el año 2015. Todo parecía indicar que para los brasileños las cosas no iban tan bien a pesar de la narrativa del gobierno. Mientras el 0,7% del presupuesto estatal era destinado a los más carenciados, a través de la "Bolsa Familia", se comenzaba a destapar la existencia de un Brasil de "capitalismo de lazos", que vinculaba al gobierno con grandes empresas de construcción como Odebrecht y OAS, bancos, los "barones del agro-negocio" y empresas procesadoras de carne, como JBS, recientemente envuelta en un escándalo de corrupción con el actual presidente, Michel Temer.

El Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) por ejemplo tenía una línea de crédito para grandes empresas, a intereses muy por debajo de la inflación. En 2014 las grandes empresas recibieron 117 billones de reales, de un total de 187 billones distribuidos por el banco. Ese mismo año, según la Confederación Nacional de Comercio, el 61.9% de las familias brasileñas se encontraban endeudadas.

Para muchos analistas, 2013 se convertiría en el "grado cero" de una nueva configuración política del país: sería el comienzo del fin de un ciclo político iniciado en 2003 con la primera presidencia de Lula da Silva, y la hegemonía política y cultural del PT, y demás partidos de izquierda que orbitaban en torno a su influencia. Así, sin una narrativa de "trascendencia política", ni un proyecto a futuro, la sociedad brasileña iniciaría un proceso político, caracterizado por una polarización insospechada.

El 2014 y 2015 fueron acompañados de más movilizaciones. La campaña electoral del 2014 dividió el país en dos: quienes apoyaban la reelección de Dilma y los contrarios. La tensión política siguió aumentando, la idea del "impeachment" se instauró, y en agosto de 2016 la presidenta fue finalmente separada del cargo, que asumió el vice-presidente Michel Temer. De inmediato, movilizaciones de adeptos al gobierno comenzaron un nuevo ciclo de protestas, ahora en torno al "Fuera Temer", pero lentamente las movilizaciones fueron perdiendo fuerza.

La crisis política tuvo un nuevo pico y alcanzó dimensiones surreales cuando el pasado mes de junio la Procuraduría General de la República denunció al presidente, Michel Temer, por corrupción pasiva. Desde la salida de Dilma los ejecutivos de la Odebrecht y de la JBS implicaron a gran parte de la elite política en casos de corrupción. No obstante, las calles no recuperaron el protagonismo perdido.

Pero el silencio de las calles se hizo más notorio a partir de la condena del juez Sergio Moro a Lula, a 9 años de prisión. En diferentes ciudades se habían organizado actos político en su apoyo y se preveían grandes manifestaciones, pero la escasa asistencia, reducida a la militancia más leal, produjo un nuevo desconcierto. Lula da Silva no le habló ese día al país, solo a sus seguidores más fieles.

Los hechos recientes demuestra que los brasileros, ni de un lado, ni del otro del espectro político se están manifestando en las calles como en años pasados. La población intuye que la acción política no está resolviendo sus problemas cotidianos.

Y tomar posición por el "Fuera Temer" y la apertura a la posibilidad de nuevas elecciones puede, para muchos, ser un paso arriesgado en una coyuntura económica incierta y de desconfianza hacia el sistema político en general. Por eso, más que cansancio o indiferencia, la sociedad brasileña recuerda la sensación de vivir en una realidad dual semejante a la vivida en la decadencia de la Unión Soviética: una vida pública envuelta en el sinsentido, la ironía y la auto-contemplación de algunos, y una vida privada cínicamente honesta, mezcla de alienación, rebeldía y creatividad. Este es el Brasil de todos los días.

Carlos A. Gadea, es uruguayo, reside en Brasil y es Doctor en Sociología Política, con Posdoctorado en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami. Recientemente profesor visitante en la Universidad de Leipzig, Alemania. Actualmente es profesor e investigador del Programa de Posgrado en Ciencias Sociales de la Unisinos, Brasil.

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