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El brexit, una negociación complicada

La tercera ronda de la negociación iniciada hace seis meses entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE) para definir los detalles de su divorcio terminó sin mayores avances
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22 de septiembre de 2017 a las 05:00

Por Alberto Bensión

La tercera ronda de la negociación iniciada hace seis meses entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE) para definir los detalles de su divorcio terminó sin mayores avances, en medio de acusaciones mutuas sobre la falta de una verdadera voluntad para alcanzar acuerdos.

En esta ronda no pudo alcanzarse un “progreso suficiente” en el tratamiento de los tres asuntos que la UE consideró como condición previa para el inicio de la negociación sobre los temas comerciales y de inmigración: el monto que el Reino Unido deberá pagar a la UE por su salida, los trámites en la frontera que separa a Irlanda de Irlanda del Norte y los derechos que en el futuro tendrán los europeos que residen en la isla.

La consideración de la deuda de los británicos enfrenta una diferencia conceptual importante, porque mientras que éstos sostienen que sólo están obligados a pagar por su membresía hasta el día en que dejen la UE, los europeos consideran que el Reino Unido debe afrontar también sus obligaciones generadas en el pasado para financiar ciertos egresos que seguirán en el futuro.

La tramitación en la frontera que entre las dos Irlandas habrá de separar en el futuro a una parte del Reino Unido de otro país que seguirá siendo miembro de la UE debe ser objeto de una especial atención. Porque en una zona tan sensible, con un pasado de violencia, la documentación correspondiente habrá de involucrar no solo a lo dos interesados sino también a las autoridades comunitarias.

En cuanto a los derechos de los europeos que residan en la isla, el Reino Unido presentó una propuesta para mantener la situación actual, que está condicionada a que la UE acepte una solución igual para con los británicos que residan en el continente.

Más allá de la negociación sobre estos tres asuntos, lo cierto es que ella está relacionada con una discrepancia sustantiva sobre el fondo de la cuestión.

Los ingleses consideran que los europeos son demasiado rígidos en su intención de discutir primero los tres asuntos antes referidos para negociar recién después la relación de futuro. Según ellos, el proceso debería seguir las líneas habituales de toda negociación internacional, en que el principio básico es que nada está acordado hasta que todo esté acordado. Un buen ejemplo de ello es la discusión sobre el pago que los británicos deberán comprometer a favor de la UE, porque para el gobierno de May es muy difícil aceptar esa obligación desde el inicio de las conversaciones, sin una contrapartida simultánea.

Por su parte, los europeos sostienen que son los ingleses quienes decidieron dejar a la UE y que mal podría discutirse una nueva relación sin antes haber acordado los términos del divorcio.

Hay otra diferencia importante con una negociación convencional sobre temas comerciales, y es que mientras ésta normalmente demora años, sin una fecha predeterminada de culminación, la discusión sobre el brexit debería terminar en marzo del 2019, salvo acuerdo de partes.

Justamente, en el próximo mes de octubre los líderes de la UE deberían determinar si se ha alcanzado un “progreso suficiente” en los tres asuntos previos. Ahora, ante la falta de avances en la negociación, es posible que esa definición se postergue hasta fines de año. En este caso, quedará poco más de un año para acordar los otros temas pendientes, plazo en principio insuficiente dada la complejidad de lo que resta.

Ante esta realidad, por lo menos dos formas de reacción han tomado forma en la isla.

La primera de ellas tuvo lugar hace unos quince días y fue una manifestación en las calles a favor de la permanencia en la UE, pese a que las encuestas muestran que difícilmente una nueva votación revise la decisión de salir de la UE.

No obstante, esta movilización y las dificultades que enfrenta la negociación en curso, de a poco están impulsado la idea de abrir un período de transición después del 2019. Durante el mismo, el Reino Unido seguiría pagando su cuota de membresía, el comercio de bienes y servicios seguiría con las mismas reglas que hasta ahora y sólo quedarían por definir las reglas de la migración. Entretanto, el Reino Unido podría negociar acuerdos comerciales con terceros países para entrar en vigencia al fin de la transición.

Aunque con algunas diferencias, la idea de la transición parece ser aceptada por una parte del gobierno, por el opositor Partido Laborista y por las organizaciones empresariales. Pero en el correr de la última semana, nuevas e importantes discrepancias volvieron a aflorar en el seno del gobierno, que se espera sean disipadas por May en un discurso anunciado para el día de hoy.

De todos modos, resta por saber si de concretarse, la idea de la transición será finalmente aceptada por las autoridades de la UE.

Todas estas complicaciones eran más o menos previsibles cuando se decidió el brexit. Pero a medida que el tiempo pasa, son cada vez mayores las posibilidades de la falta de un acuerdo para marzo del 2019, el escenario más temido por el sector empresarial británico.

En contraste con los conflictos que se suceden en el Reino Unido sobre la mejor forma de salir de la UE, las autoridades comunitarias se aprestan a considerar nuevos acuerdos de libre comercio con Australia y Nueva Zelanda (el Mercosur no fue mencionado) además de Japón y Canadá. También habrá de ser aprobado un marco común para examinar la inversión extranjera que pueda afectar a la libre competencia en sectores sensibles como la energía o la tecnología relacionada con la defensa.

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