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El calmo populismo oriental

Agitado fin de semana en la subregión. Millones de brasileños en las calles y muchos manifestantes declararon su envidia por Argentina
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15 de marzo de 2016 a las 16:10

Agitado fin de semana en la subregión. Millones de brasileños en las calles, una gigantesca escola de samba cívica pidiendo la renuncia de Dilma Rousseff y su procesamiento, y el de Lula da Silva por corrupción. Aun más increíble fue que muchos manifestantes declararan su envidia por Argentina, sentimiento que no solemos inspirar los argentinos en ninguno de nuestros limítrofes.

La valiente figura de Sergio Moro, el juez que dirige la más importante investigación anticorrupción que se recuerde en Sudamérica, ha pasado a ser un símbolo del hartazgo de los pueblos, esclavos de ese flagelo.

También en la margen occidental del Plata hubo conmoción. El escándalo YPF, cuyo contrato con Chevron se guardaba en secreto como si fuera el Proyecto Manhattan (hasta ayer), se agravó al conocerse detalles del extraño mecanismo –usted me entiende– usado para canalizar los fondos de Chevron para el proyecto de Vaca Muerta.

La creación de cuentas a nombre personal de los funcionarios para usarlas como puente de una inversión no es un método aceptable con ningún formato societario. La sociedad argentina, menos inocente y tolerante que la uruguaya, califica inmediatamente de corrupción este tipo de acciones, y probablemente tenga razón.

La conclusión obvia es que el ocultamiento del contrato tapa otras maniobras, no la fórmula secreta del petróleo, como han argumentado el viejo gobierno y curiosamente, también el nuevo. Ahora se develarán.

Otro escándalo de este rico fin de semana fue el destapado por la nota de La Nación que reveló el delito de la petrolera de Cristóbal López –zar del juego en la ciudad de Buenos Aires y considerado un trust ciego de Cristina Fernández de Kirchner– al no pagar 8.000 millones de pesos de retenciones sobre la nafta, algo que la ley fulmina con la cárcel.

La apresurada escisión de su grupo empresario de amplio espectro, evidente intento de eludir este problema y otros que tiene tras su improvisada incursión en el negocio de medios, muestra la grosería e impunidad con que actuó el kirchnerismo. Esa impunidad garantizada por la AFIP, en este y otros grupos, pone otra vez a tiro del juicio al exjefe de esa administración, Ricardo Echegaray, hoy desopilante jefe de la Auditoría General de la Nación, situación kafkiana-macondiana que no puedo explicarle porque no alcanzo a entender.

El gobierno de Macri aceleró la semana pasada la presentación de 100 denuncias contra empresas protegidas por el sistema K que evadieron rampantemente impuestos y recibieron trato protector por parte de la AFIP. Ayer de mañana ya había cola en los juzgados penales para presentar denuncias contra Echegaray, Cristina y Cristóbal López.

¿Qué está pasando en ambos países? Nada que no se supiera: el populismo se acaba cuando se acaba la plata para repartir y comprar apoyos, incluso el de la gente. Desde ese momento, el liderazgo del conductor desaparece, por obra de los votos, del pueblo, o de sus expartidarios. Las consecuencias y los costos económicos los sufren los nuevos gobiernos y sobre todo la sociedad, que termina pagando el despilfarro del que mamaron políticos, prebendarios y un sector de la propia población.

Uruguay parece lejano a estas temáticas; sin embargo, tiene el mismo problema, aunque adaptado a su estilo político, su manejo sereno y su concepción ideológica colectiva. Un populismo lento, calmo, sistemático y legal. Aplicado no por un presidente o líder excluyente y mesiánico, sino por la poliarquía. Con los mismos efectos y defectos, con las mismas consecuencias y traumas. Con la anuencia y hasta con la satisfacción de la sociedad, a veces. Pero populismo al fin.

Se ve en la presión sistemática y asfixiante de los impuestos sobre el sector productivo y sobre cualquier actividad privada. Y en la búsqueda desesperada de nuevas excusas para inventar nuevas gabelas. En el uso de tasas, contribuciones y tarifas como si fueran recursos fiscales. Y no me explayaré sobre la pobre calidad de los servicios que se cobran.

El aumento del gasto y del déficit, la inflación generada por la emisión y acelerada por la indexación automática de salarios y tarifas públicas y privadas son el más puro populismo. El incremento del empleo estatal, en detrimento del privado, por sistema. No con la velocidad de colapso inminente brasileña o argentina, pero con certero resultado.

El deterioro de la seguridad y la tolerancia y garantismo judicial son la peor clase de populismo. Cierto que no con los excesos salvajes y explosivos de los otros dos países, pero con un efecto acumulativo que dará los mismos resultados.

El deterioro de la educación, en manos de las gremiales, un suicidio con final anunciado, es populismo del mejor. Como lo es el manejo del tipo de cambio, que al ser contenido para que no alcance su nivel de equilibrio lastima la exportación y al sector privado, únicos generadores de recursos.

La pérdida de la oportunidad de la última década, y el cerrado proteccionismo que pone a Uruguay fuera del mundo es simultáneamente efecto y causa de acciones populistas, disfrazadas siempre de defensa del trabajo, en la que inevitablemente se fracasa, como se nota en las cifras.

Con estilo propio, pero populismo igual. Con idéntica desagradable resolución. Que por supuesto, tendrá también un estilo propio, menos explosivo que los otros dos vecinos, menos corrupto. Pero cuando se haga la suma final, la pérdida será la misma y las víctimas serán las mismas.

Así como la riqueza se va confiscando día a día con el efecto “feta de salame” que ya he descripto, el ajuste y los costos se pagarán del mismo modo. Cada día menos empleo privado, cada día un poquito más de inflación, cada día algún impuesto cuya base sube o algún truco similar, cada día menos crecimiento, más inseguridad, menos oportunidades. Una crisis en cámara lenta.

El más puro populismo. Aunque se prefiera llamarlo socialismo. Tendrá el final anunciado ahora que se acabó lo que se repartía. l

Periodista, economista. Fue director del diario El Cronista de Buenos Aires y del Multimedios América

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