El ser humano pasa la vida entera corriendo detrás del amor, a veces literalmente. Cuando lo atrapa, cosa que generalmente sucede por poco tiempo, dado que el amor es un bicho tan escurridizo como caprichoso, apela a cualquier método para mantenerlo, generalmente sin éxito.
Afirmo esto con absoluta propiedad, ya que si hay algo que deben agradecerme más de media docena de mujeres, es que les haya ayudado a descubrir que en realidad querían estar solas. Ese estar solas suele ser por un tiempo, pero todos sabemos que cuando a un amor se le da tiempo, desaparece porque seguramente ya había desaparecido antes.
Para evitar que el amor desaparezca, los amantes buscan símbolos externos que los unan, a veces los menos apropiados. Graban su nombre en la corteza de los árboles, se regalan anillos, se presentan a sus familias, e imponen todo tipo de compromisos sociales y físicos que en cierto modo presionan para que el amor no se les pase.
Uno de los métodos de moda en los últimos tiempos es poner un candado en determinados espacios públicos, suponiendo que eso hará que la otra persona no se vaya con el primero que pase, o incluso sea incapaz de irse aunque no pase nadie.
En Montevideo los amantes cierran sus candados alrededor de una fuente instalada por un conocido bar y restaurante. En el resto del mundo se utilizan monumentos un poco más glamorosos, e incluso históricos. El puente Milvio, en Roma, fue uno de los primeros en ser invadido por amantes y candados. Luego siguieron varios en París y en el resto del mundo.
Los amantes cierran sus candados en alguna parte del puente, y luego arrojan las llaves al río que pasa debajo para que nadie las encuentre y los separe. Así cualquiera. Cualquiera es capaz de amar a alguien toda la vida si las llaves que lo impiden son inaccesibles. Lo bueno es tener las llaves al alcance de la mano y no usarlas, esa es la diferencia entre el amor y la obligación.
Lo curioso es que los puentes parisinos están a punto de caer. Miles de personas visitan cada día la capital del amor y pretenden sellar allí su relación mediante un mecanismo de cerrajería simple, y las estructuras ya no soportan tanta carga.
El propio peso del amor está haciendo temblar al símbolo del mismo. Es curioso que los candados que intentan unir a dos personas, terminen por derrumbar estructuras que fueron construidas precisamente a tal efecto. Uno de estos puentes es la Pasarela Léopold Sédar Senghor, antiguamente conocida como Pasarela Solferino. La versión actual se terminó de construir en 1999, y su estabilidad se ve comprometida por el peso de los candados, algo que sus constructores no tenían previsto.
Es lo que suele pasar cuando el amor se mezcla con la ingeniería, sólo queda lugar para el derrumbe, en tanto cualquier cálculo es incompatible con el amor, por más dedicación que se ponga en él.
Por eso es que uno jamás se enamora de quien más le conviene, y a veces ni siquiera de quien más le gusta. Agarra y se enamora de esa persona cuya respiración le ayuda a conciliar el sueño y cuya piel se confunde con la suya. Las matemáticas son otra cosa, que sólo sirve para calcular puentes sin tener en cuenta que pueden sucumbir de repente ante uno de los milagros menos conocidos y más publicitados del mundo.
Hoy 14 de febrero, miles de enamorados cerrarán candados en los puentes de París, y se mirarán a los ojos como si uno estuviera entrando en el alma del otro. Es esto último la verdadera prueba del amor, no la cerrajería.
Y hoy 14 de febrero, en todo el mundo millones de personas celebrarán estar enamorados entre sí, mientras otros sufrirán amores no correspondidos pensando en lanzarse al río. Y sí, los puentes son útiles en todos los estados del amor.
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