Por años hemos asistido desde lejos al éxito que
Natalia Oreiro cosechó en Europa del Este. Nos ha parecido insólito, hasta camp, que una actriz y cantante uruguaya sea ídola de multitudes en países que no conocen el idioma y no comparten la idiosincrasia rioplatense. Hemos visto por YouTube o en el documental
Nasha Natasha los shows que Oreiro suele dar, con cambios de vestuario, escenografías grandilocuentes y fanáticos desesperados.
El público uruguayo tuvo la oportunidad de ver el lunes a Natalia Oreiro, la cantante, en carne propia. "¿Por qué no pasó esto antes?", se podría preguntar alguien. En parte, la respuesta puede encontrarse en los comentarios que fueron apareciendo en la transmisión de Facebook Live que realizó
El Observador. En una relación de 2 a 1 fueron negativos. Algunos desestimaban su voz o la calidad musical de su propuesta, o criticaban que no podía ponerse en los zapatos de
Gilda, la popular cantante de cumbia argentina que Oreiro personificó en la película homónima estrenada este año.
El producto pop uruguayo es algo que en nunca pudo instalarse en el país, aunque se consuman otros de igual o peor calidad de origen extranjero. Eso es y será una lástima. Por lo pronto, quienes miraron el show desde sus casas a través de ese video y se apresuraron a juzgar no supieron que Natalia Oreiro ofrece un muy buen y completo show, con canciones de su repertorio que todos conocen –aunque sea solo el estribillo–, ocho temas del repertorio más conocido de Gilda y un puñado de covers.
Oreiro pisó el escenario con una banda ajustada (compuesta por su director musical y tecladista Diego Ortells, e incorporaciones más recientes como la imponente baterista Andrea Álvarez y la guitarrista Lucy Patané) y un vestuario perfecto. El Teatro de Verano vio el show al que asistieron los fans rusos apenas días atrás. Y es uno que por el cual valió la pena la espera.
A esta altura de su éxito, Oreiro es una intérprete que domina el escenario, cuyo carisma contagió desde el momento en que apareció con un vestuario y visuales que evocaron una iconografía virginal. Llevando –por supuesto– una corona de rosas rojas, interpretó un bloque dedicado a Gilda; comenzó con Corazón valiente, Fuiste y No me arrepiento de este amor, siguió por No es mi despedida, tema que la cantante argentina nunca llegó a interpretar en vivo, y Paisaje, una de sus mejores interpretaciones.
El fuerte de Oreiro no es la voz, aunque logra desempeñarse correctamente en el repertorio de Gilda y mucho mejor en el suyo propio. Supo fallar por momentos, hecho que adjudicó más tarde a los nervios. A pesar de ello es una entertainer nata, que maneja los momentos de coreografía –como por ejemplo en Tu veneno–, y el dramatismo conducido por baladas.
Oreiro conquista al público y lo conduce con el magnetismo de una estrella.
La cantante no dejó nada al azar: realizó intervalos de video con una escena de
Gilda: no me arrepiento de este amor, otro video filmado en la Fortaleza del Cerro, acompañado por una narración de "Un mar de fueguitos", de Eduardo Galeano. Invitó al coro infantil Giraluna para que interpretaran
Río de la Plata y
Cuesta arriba, cuesta abajo. En la primera canción dos banderas, la uruguaya y la argentina, aparecieron repentinamente en el borde del escenario. Lo mismo pasó en
Todos me miran, de Gloria Trevi, cuando alguien del público le ofreció la bandera LGBT. Cada instante fue perfecto y cada discurso fue prolijamente sincronizado con la
música.
Dejó Cambio dolor para el final. Pero el público, que sostenía carteles en los que se leía "Gracias por volver", pidió otra, y ofreció una interpretación a capela de Valor. "Hay que tener valor", cantó Oreiro, y lo dijo de nuevo, reafirmándolo sobre el escenario del Teatro de Verano. Ella lo tuvo y salió triunfante.