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El difícil momento que vive la Iglesia Católica en Argentina

La institución religiosa está entre el ajuste macrista y la corrupción K
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28 de junio de 2016 a las 05:00
Veinte siglos de historia le han enseñado a la Iglesia Católica cómo preservarse de las vicisitudes del poder político, de tal forma que, aunque los gobiernos pasen, el poder de la institución religiosa siempre quede.

Es por eso que no deja de sorprender cómo la Iglesia argentina quedó envuelta en esta situación. No solamente fue escenario del hecho anecdótico de la detención de José López en la célebre madrugada de los bolsos con billetes, sino que cada vez va quedando más en el centro de este nuevo escándalo de corrupción que conmueve a la sociedad argentina.

Lo de los funcionarios K, a fin de cuentas, no asombra tanto a la opinión pública: se esperaba que, una vez fuera del poder, empezaría a develarse una trama de corrupción que era conocida desde hacía años.

En cambio, lo de la Iglesia sí sorprende: a fin de cuentas, los años de duro discurso crítico hacia el kirchnerismo por parte del entonces arzobispo Bergoglio hacían pensar que la Iglesia quedaría parada del lado de los acusadores y no de los acusados.

Pero está ocurriendo lo contrario. Quién hubiera dicho que jerarcas eclesiásticos como el arzobispo de Mercedes-Luján, monseñor Agustín Radrizzani, tendría que dar explicaciones sobre los vínculos del monasterio de General Rodríguez con la política, y sobre el sentido de la bóveda camuflada en el templo.

Impensado pero cierto: en la pantalla de TN, en diálogo con Nelson Castro y con Sergio Rubin, un comunicador cercano al Papa –tanto que muchos le atribuyen una función extraoficial de vocero de Francisco- lo interpelaron sobre el origen de los fondos para las refacciones, el sentido de las cámaras infrarrojas de última tecnología y la función de la ya célebre bóveda.

Incómodo, impreciso, poco convincente, monseñor Radrizzani intentó una defensa que no alcanzó a despejar las dudas respecto de cuál era el objetivo de la millonaria refacción en la residencia de las monjitas nonagenarias que no saben manejar el circuito de TV.

Ni tampoco resultó persuasivo respecto del presunto uso como cámara fúnebre para la bóveda ubicada en el altar. El prelado no explicó por qué esa obra no estaba en los planos, ni por qué estaba camuflada, ni por qué los perros entrenados para olfatear dólares habían señalado el lugar.

Y permaneció con un sugestivo silencio cuando Castro le dijo que su antecesor, el fallecido obispo Rubén Di Monte, era un exponente de lo que San Agustín llamaba "iglesia prostituta y pecadora".

Pero, tal vez, la actitud más desconcertante es que, después de haberse apresurado, el mismo día de la detención de López, a aclarar que el monasterio de Nuestra Señora de Fátima no era oficialmente parte de la Iglesia sino que se trataba de una institución independiente, ahora la Iglesia asume la responsabilidad de dar explicaciones.

En este marco, la sensación que se percibe es que, así como en el kirchnerismo hay un intento por "encapsular" las acusaciones de corrupción en López y preservar al movimiento político, también en la Iglesia puede trazarse una actitud paralela.

Hay cierta aceptación de posibles "pecados" de Di Monte, al que Radrizzani no dudó en calificar como "amigo del poder, de los militares, de Carlos Menem y del matrimonio Kirchner". El prelado contrastó ese estilo con el que predica el Papa Francisco, que pide "obispos con olor a oveja".

Pero, tal como le ocurre al kirchnerismo -que no logra ser persuasivo respecto de que López actuó en solitario, sin que nadie en el gobierno de Cristina Kirchner hubiese detectado durante 12 años sus actos corruptos-, también la Iglesia tiene dificultades en explicar ciertas posturas como si fueran únicamente la consecuencia de un accionar individual.

En las últimas horas empezaron a salir a la luz detalles de la cercanía entre la plana mayor K y el mundo eclesiástico. Por caso, que la justicia investiga pistas sobre que fue el sospechado ex ministro Julio de Vido quien financió las obras de refacción del monasterio de General Rodríguez.

El propio Radrizzani contó que De Vido había estado tres veces en el convento y periódicamente realizaba donaciones. Y muchos recordaron que el kirchnerismo, en su fase final, ya con Jorge Bergoglio transfomado en Francisco y ocupando el trono de San Pedro, solía hacer alarde de su cercanía con la Iglesia, y no sólo en el plano espiritual sino en el material.

Por ejemplo, en su último festejo del 25 de Mayo como presidenta, Cristina destacó en el tedeum celebrado en Luján el aporte monetario del Estado para las obras de refacción en el célebre centro de peregrinación –que, coincidentemente, estaba bajo la administración de Di Monte, y ahora de Radrizzani-.

La otra "herencia recibida"

El interrogante de la hora es si, a su modo, la Iglesia intentará también un discurso que apunte a la "herencia recibida" y dará inicio a un operativo de transparencia.

Algo de esto parece interpretarse en los últimos gestos del Papa, preocupado por el hecho de que las donaciones de origen dudoso puedan empañar la tarea de acción social.

Luego de ordenar la devolución de los $16.666.000 –la famosa donación del "número de la bestia"– que el gobierno de Mauricio Macri había aportado a la fundación Scholas Ocurrentes, el Vaticano pidió un informe financiero. La finalidad es auditar aportes realizados durante la gestión kirchnerista, con fondos de organismos como Anses y también de una fundación gerenciada por la esposa de De Vido.
La situación es todavía confusa, porque el ambiente político no termina de interpretar si Francisco está enojado con el macrismo –por un presunto intento de rédito político en la donación a Scholas Ocurrentes– o si su actitud responde a tratar de preservar a la Iglesia alejada de toda sospecha.

La verdad es que la fundación del Papa actúa en muchos países con problemas económicos, y en todos los casos ha recibido aportes gubernamentales sin que ello genere un conflicto político.

El gobierno parece no salir de su asombro por cómo la situación tensa con el Vaticano se prolonga sin que pueda encontrarle una solución. De hecho, es la piedra en el zapato para una administración que se ha propuesto como objetivo "reinsertar a la Argentina en el mundo" y que mejoró relaciones con Estados Unidos y Europa.

Los funcionarios macristas parecen no saber qué hacer para complacer al Vaticano. Han dado la razón al documento de la Pastoral Social en el que se advertía sobre los costos del ajuste económico. Han hecho la donación que luego fue devuelta. La canciller Susana Malcorra aprovechó un foro de las Naciones Unidas en Roma para visitar al Papa y declarar que "no hay ninguna animosidad del Santo Padre hacia el presidente Macri".

Pero nada parece cambiar el clima que se ha instalado: no hay simpatía por parte de Francisco hacia la gestión macrista.

Y hoy aquella consigna de "cuiden a Cristina", que se hizo célebre en los dos últimos años del kirchnerismo, empieza a ser reinterpretada. Muy lejos de "cuidar a Macri", cada gesto del Papa parece una reivindicación del gobierno anterior: el rosario de regalo a Milagro Sala –la activista social jujeña detenida por corrupción-, la entrevista con Hebe de Bonafini, la frialdad manifiesta hacia Macri, todo está siendo sometido a una relectura política con los últimos acontecimientos.

Y las críticas, antes apenas insinuadas o murmuradas, ahora son expresadas en voz alta por parte de figuras de alto perfil en el ámbito eclesiástico, como la vicepresidenta Gabriela Michetti o la diputada Elisa Carrió.

La duda ahora es cómo el Vaticano intenta resolver una equidistancia difícil: que la evidente antipatía que las políticas macristas generan en el Papa no sean confundidas con un aval de la Iglesia a la corrupción kirchnerista

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