Luis Almagro, secretario general de la OEA.<br>

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El dolor de cabeza de Almagro

La relación con Caracas es el dilema del uno de la OEA
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03 de agosto de 2015 a las 16:01
El excanciller uruguayo Luis Almagro llegó en mayo pasado a la Secretaría General de la OEA en ancas del nuevo equilibrio de poderes en la región. El pronunciado y vertiginoso declive que ha sufrido la hegemonía de Estados Unidos en los últimos 10 años y el ascenso de Brasil –apoyado protagónicamente y en forma decisiva por la Venezuela de Hugo Chávez y en menor medida por la Argentina kirchnerista– ha puesto al mapa continental de cabeza en apenas una década. En este tiempo, Washington ha sido un mero espectador en los destinos de la región.

Si hay un punto de inflexión, un hecho que pueda señalarse como mojón en ese giro de las influencias regionales, 2005 parece el año clave, cuando Chávez, Lula y Néstor Kirchner se unieron para enterrar el ALCA en la cumbre de Mar del Plata. Pero más significativa aun fue la derrota que le infligieron el mismo año al candidato de Estados Unidos a la Secretaría General de la OEA. Un hecho inédito en la historia del organismo con sede en Washington, del cual el principal operador fue Chávez y lo que se ha dado en llamar su "petrodiplomacia".

Así lograron imponer al frente de la OEA al chileno José Miguel Insulza, por encima del salvadoreño Francisco Flores (la primera carta de Washington) y del mexicano Luis Ernesto Derbez, la segunda opción de Estados Unidos luego de que Flores quedara por el camino en la votación.

Washington había perdido, y los gobiernos de izquierda sudamericanos celebraban su victoria en el corazón de la primera potencia, con Insulza como caballo de Troya en ese nuevo tablero de poderes regional.

Sin embargo, duró poco. Insulza, mal o bien, debía representar los intereses de todos los gobiernos del continente; había estatutos del organismo que debía respetar y, sobre todo, una Carta Democrática por la que debía velar. Sus declaraciones ante los desmanes autoritarios de Chávez y sus esfuerzos por mantener la independencia de las misiones de observadores de la OEA en las elecciones de Venezuela fueron minando la relación. Hasta que en los últimos años se había envenenado por completo. Chávez ya no invitaba al organismo a observar los comicios venezolanos y a menudo tenía duras palabras para el chileno, a quien llegó a llamar "cachorro del imperio".

Almagro llegó a la OEA en mayo con el propósito expreso de mejorar las relaciones con Caracas. Pero su luna de miel ha sido hasta más corta que la de Insulza. El presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha dicho "no" públicamente a su propuesta de enviar observadores a las elecciones legislativas del 6 de diciembre; y esta semana se ha encargado de que sus voceros salgan a atacar al Secretario General de la OEA, a quien han tratado de "traidor" y "antivenezolano", por recibir en Washington al líder opositor Henrique Capriles.

De ahí a "cachorro del imperio" y otras lindezas que se suelen lanzar desde Caracas, calculo que ha de faltar poco. Y de aquí al 6 de diciembre, queda un buen tramo. Al excanciller uruguayo le esperan días difíciles en Washington. Sin embargo, la paciencia de los gobiernos de la región con Caracas parece irse agotando. Maduro no es Chávez, y la situación interna de Venezuela está cada día más volátil.

Para colmo, el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba (en una movida de Washington que, en buena medida, apunta a recuperar algo de su hegemonía perdida y salir del aislamiento regional) ha dejado a Maduro sin la principal bandera que agitaba contra el "imperio".

Nuevos vientos parecen empezar a soplar en la región, que tal vez equilibren un poco la balanza de poderes. Y eso tal vez pueda favorecer, o facilitar, el desempeño de Almagro al frente de la OEA.

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