Opinión > Analisis / Nelson Fernández

El ñeri, "el coso", "pimba, pumba", "pim pum pam y rrr"

La sociedad muestra una cara de dolor, que desnuda situaciones críticas que no se arreglan con un poco más de crecimiento
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11 de diciembre de 2016 a las 05:00
El jueves de tarde, los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI) estaban con sus valijas en el lobby del hotel Sheraton, prontos para salir al aeropuerto y viajar a Washington, donde prepararán el informe sobre Uruguay que elevarán al directorio de ese organismo, que hará la revisión anual de la economía de este país.

Se iban con optimismo sobre el futuro de Uruguay y con la advertencia de que "a mediano plazo", el gobierno debe encarar "reformas estructurales para estimular un crecimiento diversificado e inclusivo" si pretende consolidar "los logros socioeconómicos de la última década".

Afuera, una gran obra en marcha para expandir ese centro comercial.
Y dentro del shopping algunos adolescentes mirando zapatillas deportivas y otros productos, con el objetivo de estar prontos para un fin de semana de rebajas. Y otros hablando con lamento sobre la violencia en el fútbol.

Todo eso, junto y revuelto, desnuda problemas del país y también plantea desafíos.
Uruguay termina otro año y zafa de caer en recesión, como sí lo han hechos sus dos vecinos, los países grandes del Mercosur.

Al dejar Montevideo, los técnicos del FMI dijeron que "el crecimiento proyectado de Uruguay" para este año se estima en 0,7% y que el incremento del PIB "repuntará ligeramente a alrededor de 1,1% en 2017, a medida que mejoren el entorno externo y el consumo privado".

Pero también advirtieron que "la orientación contractiva que se tiene previsto darle a la política fiscal podría imponer un lastre sobre la demanda interna global".
Con el dato de 2015, que fue de aumento del PIB de algo menos de 1%, la tendencia general de producción y de ingreso nacional per cápita es de tres años de leve aumento, o casi estancamiento.

Esto es mucho mejor del resultado del resto de la región, pero obviamente no es bueno.
Y el verano, que se espera con una temporada turística muy fuerte, traerá el impacto del ajuste impositivo en el bolsillo de muchas familias de clase media, de las que mueven el consumo interno.

En el fin de año el presidente Tabaré Vázquez hace una movida política para mostrar que se reforzará la seguridad (respecto al fútbol, pero eso puede verse como seguridad general también), y para demostrar que el gobierno no está dispuesto a dejar escapar una inversión supermillonaria como otra planta de celulosa, con el shock de infraestructura que eso genera.

Este fin de semana se verá un movimiento turístico fuerte, y los centros comerciales con mucha gente comprando, llevando regalos, dándose gustos, lo que puede hacer creer que todo sigue bien, que la bonanza ha logrado surfear una ola de malas noticias económicas regionales.
Disfrutar el momento no significa caer en la tentación de ignorar los problemas.
La economía precisa reformas en serio, no parches.

Requiere obras de infraestructura urgente, no solo por UPM, y que se hagan sin que entre uno y otro ministerio se pasen "la papa caliente", sin explicación real de la demora de los planes.
Requiere recrear un clima de negocios con respeto a la inversión (que no pasa solo por no cobrar impuestos), y que sea con cumplimiento de contratos (también de los trabajadores cuando se firma un convenio y cláusula de paz ante posibles conflictos encadenados).
Requiere mejorar la capacitación laboral de la mano de obra y el nivel de educación de la población.

La economía indica tres años de estancamiento y la política de "redistribuir el ingreso" no puede dar un resultado positivo cuando el ingreso per cápita no crece.
La sociedad muestra una cara de dolor, que desnuda situaciones críticas que no se arreglan con un poco más de crecimiento. Y creer que el drama de la violencia que se ha visto en el fútbol en las últimas semanas es "un problema de Peñarol", es no ver el tema de fondo.

Los fiscales y jueces se han convertido en traductores públicos, en decodificadores de un lenguaje subterráneo social: "Fulano, mengano y zutano. Ta. Vamo hasta la casita ahí, dirección, pim, pum, pam y sin decirle nada. ¿Sacás? Pasás y rrrrr".

El juez Néstor Valetti aclaró a los medios que "ahí (se) está diciendo que individualicen los domicilios de todos los integrantes de la comisión de seguridad" de Peñarol y que "el ruido final es claramente el sonido onomatopéyico de un disparo con una ametralladora". Y sigue.
¡Qué trabajo para el juez!

Siempre ha existido una jerga del hampa, siempre hubo uno que otro lunfardo, pero ahora, tanto jueces como educadores, han venido alertando de que hay miles de adolescentes que no saben expresarse, que no pueden hilvanar frases y construir un diálogo.

El "pim, pum, pam" no equivale a algo concreto: es el sustitutivo de palabras que no salen en forma fluida para elaborar una oración.
Surgen expresiones que no sustituyen a otras, sino que sirven como un comodín para colocar en los huecos mentales que se generan a la hora de hablar, y ni qué hablar de escribir.

Es como tener el tatú en un abanico de cartas, que tanto puede ponerse en lugar de un siete de copas como de una sota de bastos.
El país debe sentir satisfacción por no haber caído en recesión como Argentina y Brasil, y sentir estímulo alentador porque empresas de gran porte elijan a Uruguay para destino de sus inversiones, pero eso no puede descuidar dramas que eran subterráneos y salen a luz en la crónica policial.

La economía, el objetivo de bienestar, los instrumentos de previsión social, la atención a objetivos de crecimiento inclusivo, todo eso, precisa de una población y de una fuerza laboral que sea mucho mejor a lo que se ve alrededor de un estadio y a lo que se escucha en las grabaciones judiciales. Y además, esos adolescentes precisan un puente para salir de una mediocridad que traga gente y pasar a un escenario con oportunidad de movilidad social.
Descuidar todo eso puede ser una condena grande para el futuro.

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