El violinista Gidon Kremer (Riga, Latvia, 1947) tiene un talento infrecuente. Es, sí, un virtuoso que sumó su nombre a la historia de un instrumento de virtuosos. Su sólida técnica, sin embargo, no es el principal motivo por el que se llenan las salas donde toca. Algo ocurre cuando él se funde con el instrumento, cuando cuerpo y prótesis se ensamblan en el misterio de lo musical: la comunicación expresiva y estética adquiere una estatura gigante, y las palabras, pese a las esforzadas metáforas de los críticos, no pueden más que asumir sus limitaciones para traducir un fenómeno inefable. Su virtud mayor es hacer que la
música provoque cosas, sentidos y significados que hacen de la fugacidad del hecho musical algo trascendente. Quienes lo escucharon en su última actuación en
Montevideo, en abril del año 2007, junto a uno de su proyecto más preciados, la Kremerata Báltica, saben de qué se trata ese fenómeno.
Este jueves, en el marco de una nueva gira por América del Sur, Kremer y su Kremerata, que está integrada por jóvenes músicos de Latvia, Lituania y Estonia, recalarán otra vez en Montevideo. El concierto, que será a las 19.30, en la sala principal del Teatro Solís, integra la atractiva programación de la temporada 2016 del Centro Cultural de Música.
El programa previsto para esta actuación tiene muchos de los signos que desde sus inicios se transformaron en marcas distintivas del proyecto musical de la Kremerata Báltica. Entre ellos, la heterogeneidad de los lenguajes en los que cobra vida la fértil tensión entre la innovación y la tradición y la densidad conceptual que atraviesa el armado del repertorio. Se escucharán el jueves, además, los interesantes planteos interpretativos tanto en lo musical como en lo escénico.
Abrirán con el Cuarteto de cuerdas 'Serioso' Op. 95 de Ludwig van Beethoven, pero en una versión orquesta firmada por Gustav Mahler. Le seguirán el bello Concierto para violín, orquesta de cuerdas y timpani Op. 129 de Robert Schumann, una revisión del original compuesto para chelo que realizó el compositor francés René Koering; la adaptación (o intervención, mejor dicho) que hizo el compositor ruso Leonid Desyatnikov, conocido por sus músicas para cine, de una de las piezas para piano del repertorio de Piotr Tchaikovsky y que se titula Serenade melancolique Op. 26 para violín solo y orquesta de cuerdas; y otra revisión, esta vez de un clásico de masiva popularidad: Cuadros de una exposición de Modest Mussorgsky, pero con un arreglo-intervención para orquesta de cuerdas y percusión de Jacques Cohen y el vibrafonista Andrei Pushcarev. Como cierre de concierto, la Serenade para violín solo sobre Mussorgsky del compositor y pianista ucraniano Valentyn Silvestrov.
En síntesis: un programa que se construye con múltiples capas de lecturas, de escuchas e intervenciones que refuerza el carácter vital de la música, algo que trasciende el museo imaginario que suele replicarse en los conciertos de música culta.
Un proyecto original
Las relaciones de méritos de los solistas, conjuntos de cámara y orquestas sinfónicas suelen ser pomposas y extensas listas de nombres, salas de conciertos, sellos discográficos, premios. Pero estas biografías burocráticas poco dicen de lo musical. Y, el lector lo sabe, la experiencia de la escucha es insustituible. Por tanto, en lugar de anotar (o repetir) esas enumeraciones tediosas, van aquí unas recomendaciones sencillas.
Desde que Kremer hizo su primer concierto con la Kremerata Báltica, hacia 1997, en el prestigioso Festival de
Música de Cámara de Lockenhaus, este proyecto no ha parado de trabajar en múltiples direcciones capitalizando el empuje y la formación de sus jóvenes integrantes y dejando sendos registros visuales y sonoros de sus realizaciones. Desde Vivaldi a Piazzolla, desde Beethoven a Shostakovich o Philip Glass: una ingente cantidad de interpretaciones que han merecido el elogio de la crítica, del público, de los jurados de festivales y concursos, y que, como generoso aperitivo al concierto de este jueves, pueden verse y escucharse en Internet.
El espectáculo comenzará a la hora 19.30entradas: desde $ 650 a $ 3200 en
Tickantel y en el Solís.