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El establishment absorbió a Trump, y festeja

Washington tiene la esperanza de que las acciones de Trump demuestren que el policía del mundo está de vuelta
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16 de abril de 2017 a las 05:00
Por Gideon Rachman, Financial Times

Usualmente no suele ser motivo de celebración cuando EEUU lanza ataques con misiles en Oriente Medio. Pero no se disimuló el alivio y el placer con que la clase dirigente de la política exterior estadounidense saludó la decisión de la administración Trump la semana pasada de desencadenar un ataque con misiles de crucero sobre Siria. Los columnistas de los periódicos liberales, los senadores de línea dura y los embajadores aliados se unieron en su aprobación.

Su reacción reflejó una repulsión generalizada por el uso de armas químicas por parte del régimen de Al Asad contra civiles y niños. Pero una razón subyacente crucial para el zumbido de satisfacción en Washington es la esperanza de que las acciones del presidente Donald Trump demuestren que el policía del mundo está de vuelta.

La clase dirigente de la política exterior de Washington –un grupo a menudo ridiculizado en la Casa Blanca de Barack Obama– sostiene que la disposición a usar el poder militar es crucial tanto para la posición global de EEUU como para la estabilidad del orden mundial.

El fracaso de Obama en utilizar la fuerza para respaldar una "línea roja" estadounidense sobre el uso de armas químicas en Siria en 2013 generó un malestar generalizado entre el grupo. Y la retórica aislacionista de la elección de Trump condujo a algo cercano a la desesperación y a los temores de una abdicación completa del poder de EEUU.

Así que la repentina conversión de la Casa Blanca de Trump a la intervención militar en Siria ha sido aclamada como un punto de inflexión. Mientras tanto, los más ardientes defensores nacionalistas de Trump están horrorizados. Ann Coulter, autora de "In Trump We Trust", tuiteó su consternación preguntando: "¿Por qué involucrarse en otra catástrofe musulmana?"

Los ataques en Siria han cristalizado una creciente sensación de que las políticas extranjeras y de seguridad perseguidas por el gobierno de Trump podrían resultar más convencionales de lo que sus críticos temían, y de lo que sus nacionalistas partidarios esperaban.

En las últimas semanas, las señales de un cambio hacia el pensamiento convencional se han acumulado. Trump ha fracasado notoriamente en el cumplimiento de algunas de sus más radicales promesas de política exterior. No ha eliminado el acuerdo nuclear de Irán.

No ha movido la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén. Ha cambiado su postura de hostilidad abierta hacia la UE a un apoyo cauteloso. No ha celebrado una cumbre "bromántica" con Vladímir Putin.

Apenas un par de días antes de los ataques Siria, se anunció que Steve Bannon, estratega principal del presidente y mayor promotor del nacionalismo "Primero EEUU" en la Casa Blanca, perdió su escaño en el Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por sus siglas en inglés).

El general Michael Flynn, quien comparte muchos de los instintos radicales del Sr. Bannon, fue despedido como jefe del NSC en febrero. Ha sido reemplazado por el Teniente General HR McMaster, un hombre que es venerado por la clase dirigente. Algunos de los nombramientos en los niveles inferiores del NSC también enviaron un mensaje interesante.

La nueva directora para Rusia y Europa en el NSC es Fiona Hill, una destacada crítica de Putin, que proviene del Brookings Insitution, un centro de estudios centrista.

Los ataques en Siria ocurrieron mientras Trump recibía a Xi Jinping, su homólogo chino. El resultado de la primera cumbre entre EEUU y China de los años Trump fue, una vez más, mucho más convencional que la retórica de campaña del Sr. Trump. Durante las elecciones, como candidato Trump acusó a China de "violar" a EEUU y amenazó con elevar los aranceles punitivos sobre los productos chinos. Prometió que no invitaría a los líderes chinos a comidas de lujo, sino que los llevaría a McDonald's.

Durante la visita, Trump ofreció a Xi pescado con salsa de champán en Mar-a-Lago y salió de la cumbre ronroneando sobre la maravillosa relación que había establecido con el líder chino. Las discusiones sobre aranceles y enfrentamientos marítimos dieron paso a los habituales y aburridos compromisos de establecer grupos de diálogo y estudio. Los chinos tenían muchas razones para estar contentos, aunque un poco perplejos.

Algunos en el establishment de Washington, no obstante, esperan que la coincidencia entre los ataques en Siria y la cumbre de Xi pueda servir a un propósito útil: enviar un mensaje a Corea del Norte, Rusia, China y otros de que EEUU tiene nuevamente un líder que se siente cómodo con el uso de la fuerza militar.

Pero los tradicionalistas de la política exterior deben tener cuidado al celebrar la aparente conversión de Trump. Los ataques en Siria podrían ser un punto de inflexión, en la dirección equivocada.

Se presentan tres riesgos particulares. En primer lugar, el cambio de postura de Trump sobre el régimen de Assad demuestra su volatilidad. Si puede cambiar un año de retórica sobre Siria en 24 horas, podría fácilmente cambiar de parecer nuevamente en respuesta al próximo evento impactante.

En segundo lugar, hay un riesgo de que el presidente, que está obsesionado con la percepción de las encuestas, se dé cuenta de que los ataques han impulsado su popularidad y desarrolle el gusto por este tipo de cosas. Pero el uso posterior de la fuerza, en Corea del Norte o en otros lugares, podrían ser mucho más riesgosos que lanzar unos misiles de crucero a una base de la fuerza aérea siria.

Por último, existe el evidente peligro de una escalada en Medio Oriente.

Hay pocas señales de que Trump haya pensado en los pasos a tomar después del ataque con misiles de crucero. Pero los riesgos y las contradicciones de la acción militar en Siria son evidentes, y van desde una respuesta militar rusa hasta ganancias para los yihadistas del Estado Islámico.

Por ahora los miembros de la clase dirigente de la política exterior deberían poner el champán de vuelta en la heladera y permanecer atentos.

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