El rechazo popular a que Evo Morales se eternice en el poder en Bolivia mediante una nueva reelección deja dos lecciones saludables. Una es recordarles a los líderes políticos que ningún gobernante es insustituible o puede justificar tratar de entronizarse en un país durante décadas, aun en el caso infrecuente de que sea eficiente. La otra es terminar de enterrar ese fantasma de ideología anciana que Hugo Chávez llamó eufemísticamente “socialismo del siglo XXI”. El referéndum boliviano derrotó el intento de Morales de una reforma constitucional que le habilitara una tercera reelección, llevando a por lo menos 20 años su ejercicio de la presidencia, que ahora tendrá que abandonar en 2019.
El resultado no significa necesariamente una censura personal a Morales, quien, pese a arrestos autoritarios contra muchos sectores, ha asegurado un crecimiento económico superior a la media de la región, ha atenuado desigualdades sociales y ha mantenido una estabilidad institucional sin precedentes en un país marcado por constantes revoluciones y golpes de Estado. Pero refleja la inconveniencia de las reelecciones indefinidas, que conducen inevitablemente al desgaste gubernamental y al uso corrupto del poder, como le ha ocurrido a Morales.
Este exdirigente sindical de los campesinos productores de coca no es el primero que ha fracasado en la región, en épocas recientes, en tratar de aferrarse al poder con políticas populistas que aporten caudal electoral una y otra vez. Además de Morales, lo intentaron antes el venezolano Chávez hasta su muerte y la argentina Cristina Fernández de Kirchner, cuyos gobiernos fueron marcados por la ineficiencia y la corrupción. En Uruguay nunca se aceptó la reelección inmediata, en tanto otros países serios la permiten por una sola vez, límite razonable que no debe excederse.
El freno que el voto popular acaba de imponerle a Morales, por otra parte, le reza el responso final al socialismo de cuño soviético que Chávez quiso expandir en la región, basado en el férreo manejo autocrático de todos los resortes del poder y acompañado por desordenados programas populistas a cargo de un entorno elitista y corrupto. Además de la Nicaragua de Daniel Ortega, Bolivia, Ecuador y, en grado menor, Argentina se plegaron inicialmente al chavismo venezolano, atraídos por la personalidad de Chávez y, sobre todo, por los torrentes de petrodólares con que los ayudaba.
Los resultados de ese efímero bloque están a la vista. Venezuela se debate en el caos generado por Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, rechazado por la ciudadanía en las recientes elecciones parlamentarias. Igual suerte corrió ahora Morales en el referéndum del domingo, pese a que su gobierno ha sido más exitoso que el venezolano. El kirchnerismo argentino se desvaneció bajo el peso de sus claudicaciones Y el ecuatoriano Rafael Correa, aunque duro represor de la libertad de prensa y de sus opositores políticos, hace tiempo que se apartó de la senda chavista y renunció a una segunda reelección.
Un gobierno útil debe llenar tres requisitos básicos. Tiene que ser plenamente democrático, actuar con visión y equilibrio en el manejo de la economía y cumplir o poner en marcha programas provechosos durante un período de gobierno o, como máximo, dos a través de una sola reelección. Si algún aspirante a presidente tiene dudas, le bastará con mirar a Venezuela, Bolivia, Ecuador o al kirchnerismo.
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