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El frenteamplismo en un laberinto

Columna de opinión publicada en El Observador
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28 de noviembre de 2016 a las 05:00

Ningún político se lo va a decir en estos términos, pero ya tendría que quedarle bien en claro que ANCAP es uno de los problemas más graves que tienen Ud., sus amigos y su familia, a menos que padezca de una enfermedad. El nefasto organismo se lo viene demostrando todos los días. Ahora lo ha dejado en evidencia a través del conflicto con los propietarios de las estaciones de servicio.

Ud. ya debe haber leído todo sobre el tema, por lo que apenas le recordaré algunos puntos.

Por qué paga Ud. el precio que paga por cada litro de combustible es un misterio, celosamente guardado por la cofradía que se hiciera, hace ya mucho, de ANCAP.

A ojo de buen cubero, sin embargo, y aún olvidando el subsidio al boleto del transporte público, cada peso que Ud. paga en la estación de servicio tiene por destino el pago de impuestos (40%/45%); pagarle a los que se quedaran con ANCAP, a quienes esos impuestos no les alcanzan, y por ello exigen algo así como 38%; los llamados "sellos" que distribuyen el combustible (el más grande de los cuales, claro, es Ducsa, otro feudo de ANCAP) y llevan un 3%; los transportistas, que llevan otro tanto. Y, naturalmente, los expendedores, a quienes se les asegura el 10% u 11% del negocio.

A este rígido reparto administrado, sigiloso como un personaje de Mario Puzo, se le llama "La Paramétrica": o sea, la sórdida trenza regulatoria por la cual Ud. paga el combustible más caro de América Latina.

Los dueños de ANCAP han empleado la parte del león que le da este negocio de US$ 3.000 millones anuales a fin de arrojar fortunas a la hoguera en negocios tan absurdos como Alur SA o Carboclor SA... para no mencionar todos los otros. El organismo que por primera vez contratara un gerente general profesional en 2016 y al que no se le conoce un solo éxito desde 1931, como no sea el de expandir su plantilla de funcionarios y remuneraciones, hoy está, comprensiblemente, en problemas: la economía del país no crece como hace unos años, y la baja marea deja en evidencia los multimillonarios boquetes de su casco.

¿Qué hacer? ¿Aumentar el precio del combustible? ¿Justo ahora, que más de uno se está dando cuenta de la engañifa de la que estaba hecho el discurso frenteamplista? No, imposible.

La solución, por lo tanto, pasará por depredar los bolsillos de los hasta ahora socios del negocio administrado: los "sellos" distribuidores, si fuera posible; los transportistas, si ofrecieran flancos; o las estaciones de servicio, que allí están, arraigadas en las esquinas, y aguardando, como patos de kermesse. De ahí que, unilateralmente, ANCAP haya ahora resuelto cambiar las reglas de juego a partir de 1º de enero próximo.

Ya en 2011, la demagógica voluntad de la administración Mujica había resuelto dar alegría a los empleados de las estaciones de servicio: ajustando la bonificación de combustible en un 38%, habilitó un generoso ajuste salarial que supuso el ingreso de esos trabajadores en el sector de comercio, con sus laudos mínimos y fijación de horas extras. Solo que, como corresponde, esos ajustes cobraron vida propia, tornándose en lo que son en todos los ramos de actividad nacional: plúmbeos desestímulos a la contratación y recortes a la rentabilidad.

Después llegó la factura del mayor fracaso frenteamplista: su incapacidad para controlar el orden y la seguridad públicos. Este nuevo costo supuso ir al pago por tarjetas de los consumos de combustibles y, por ende, asociar de hecho a los bancos al negocio del expendio: se llevan el 1,25% de la facturación, basados en el mismo fundamento que, por ejemplo, podría usarse para requerir a los funcionarios de cada banco el que llenen sus tanques en alguna de las estaciones de servicio, con exclusión de las demás... y no estoy dando ideas.

El desenlace de esta historia era, por tanto, previsible.

Llegó el momento de exprimir a las estaciones de servicio, y el mecanismo será bien sencillo: ANCAP se parará en su boca de expendio, esgrimiendo su célebre Paramétrica y, a partir de allí, "sellos" distribuidores, transportistas y estaciones deberán pelear por sus márgenes ... atrapados, sin embargo, por el precio final y administrado del combustible. ¡Y a este mamarracho, el sub-secretario de Industria y Energía lo ha bautizado el "retiro" de ANCAP como "regulador de la cadena"!

Pues bien. El "regulador" y la regulación, lejos de retirarse, anudarán la cadena al cuello de las estaciones, y lo harán de estas tortuosas formas. Los "sellos" podrán disponer de un 10% de las estaciones de servicio: el "regulador retirado", bajo el mote de Ducsa, que hoy controla el 50% de la distribución, podrá llevar sus dos estaciones de hoy a veinte. Los márgenes a disputar entre "sellos" y estaciones lo serán, pero teniendo siempre por referencia La Paramétrica de Ducsa: casualmente ANCAP, actuando bajo su alias.

La sutileza colectivista es digna de un paquidermo. El regulador ahora regulará más, y procurará tener mayor presencia comercial, tal vez ansioso por fracasar de nuevas formas. Eso sí: proclama la "libertad de mercado" que acaba de degollar.

No contento con ello, pagará la bonificación a las estaciones por franjas, saludando así a su mantra: "el-que-tiene-más-que-pague-más", mantra que, en este como en los otros casos, es apenas un recurso para alentar la envidia como forma de distracción: el margen será mayor para quienes expendan menos de 30.000 litros/mes, y menor (-38%) para quienes expendan más de 150.000. Así, el regulador que se "retira" adiciona un nuevo nudo regulatorio a la trenza del combustible, metiendo su mano en el margen del negocio, desestimulando las economías de escala.

Las estaciones de servicio ilustran, así, el precio que las sociedades pagan por resignar su libertad. Ser partícipe, como lo son ellas, de un negocio administrado y beneficiario de márgenes asegurados por úkase de la autoridad es equivalente al pago que las comunidades bálticas del Medioevo rendían ante los depredadores daneses, o "dane-geld". Un poema de Kipling recordaba cual era el desenlace de esa gabela: "El fin de ese juego es la opresión y la vergüenza / y la nación que lo paga está perdida".

Fue así que perdimos la libertad de importar combustible refinado, pagando por él un precio similar al de la región, o el de paridad de importación en la puerta de la refinería.

Fue así que, tras aceptar el monopolio de importación y refinación, nos hemos visto encadenados al monopolio ilegal y de hecho que rige hoy todo el negocio de expendio de combustible, cerrado bajo siete sellos de reglamentaciones cada día más rocambolescas y tortuosas.

Y es así como ahora cerramos el círculo de la ineficiencia y la depredación arrancando de la caja de las estaciones de servicio los márgenes que se les habían asegurado, después que resignaran el control sobre sus costos laborales y aceptaran a los bancos como socios silenciosos, mientras el brazo sindical del régimen les cierra la posibilidad de ensayar el autoservicio del expendio, como forma de mitigar costos laborales, mientras gruñe la palabra "expropiación".

Y de todo lo que les he contado nos falta lo mejor.

ANCAP, el matón que así apuñala a sus socios en esta aventura, el que se muestra ahora como el ángel custodio de las 60 estaciones de servicio más pequeñas del país, en cuyo beneficio, asegura, ha orquestado la bonificación por franjas, no nos ha dicho lo que está gritando el sentido común: que todo ello se ha amañado en beneficio exclusivo y excluyente del deleznable organismo, empleando dinero que saliera y saldrá del bolsillo del consumidor, su esclavo fiscal, a quien no le toca vela alguna en su propio entierro.

Y que no es, claro, apenas el que emplea combustible para visitar Punta del Este, sino el que lo necesita para programar una inversión, emprender, crear un puesto de trabajo, transportar una mercadería o un pasajero: ser, en definitiva, productivo, en un país en el que el enemigo de su productividad es ANCAP, y el régimen político-sindical que de ANCAP se vale para premeditadamente encerrar al país en un irreversible laberinto, hecho de empleos de baja calidad y empleados asediados por el analfabetismo.

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