Nacional > PERFIL: JUAN JOSÉ SAAVEDRA

El general que conoció la atrocidad de la guerra y hoy asesora a Vázquez

El jefe del Estado Mayor de la Defensa reivindica el rol e importancia de las FFAA
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15 de octubre de 2017 a las 05:00
El avión en el que viajaban perdió uno de sus dos motores y los pilotos no tuvieron otro remedio que aterrizar en la montaña para salvar sus vidas y la de los dos militares uruguayos que iban abordo.
Una vez en tierra los vinieron a buscar y entonces los uruguayos pudieron llegar a su destino provisorio: un lugar con una pista de pasto y una construcción primitiva que solía llamarse Bakhtaran.

El entonces capitán del Ejército, Juan José Saavedra, se despidió de su compañero uruguayo quien subió a un helicóptero y partió hacia el destino que le habían designado. Entonces ahí quedó él; solo y en silencio en un lugar remoto del este iraní. Era setiembre de 1988 y aunque los árabes iraquíes y los persas iraníes habían logrado matarse lo suficiente como para hacer de esa guerra la más violenta desde 1945, los sonidos de la muerte aún se escuchaban a lo largo de la frontera.

Saavedra, que había aterrizado tres días antes en Teherán junto a otros once observadores militares uruguayos, había escuchado de boca de otro militar que estaba al servicio de Naciones Unidas que había un lugar donde la situación era terrible: Saleh Abad, en la frontera este con Irak. Y la suerte hizo que marchara hacia ese destino.

Dos horas después de su arribo a Bakhtaran apareció un vehículo de Naciones Unidas que lo venía a buscar. El mayor turco que se bajó del auto le dijo que lo llevaría al comando del sector y apretó el acelerador a fondo. Saavedra todavía recuerda esas tres horas en auto a través de las montañas con algo de pánico. El mate y la vista de las montañas iraníes fue su distracción momentánea. Ese paisaje exótico sería lo último digno de ser recordado que el entonces capitán uruguayo vio antes de pasar tres meses en Saleh Abad, que lucía tan terrible como le habían advertido.

Durante su misión como observador de Naciones Unidas en la frontera iraní-iraquí, Saavedra conoció la atrocidad de la guerra. Participó del "triste y duro" intercambio de cuerpos que se daba por primera vez en ocho años de un enfrentamiento que había llevado la frontera hacia un lado y hacia otro.

"Había que encontrar y contar los cuerpos. Determinar donde habían estado y clasificarlos. Era una situación complicada por la enorme desconfianza que árabes y persas se tenían", recordó Saavedra treinta años después en conversación con El Observador en su despacho del Estado Mayor de la Defensa (Esmade).

La búsqueda de cuerpos se realizó en campos minados que hacían de cada paso una decisión de vida o muerte. Y las imágenes que aparecían interpelaban la fortaleza espiritual de cualquiera: "llegar a un transporte blindado, abrir y ver restos de diez o doce humanos que estaban ahí hace mucho tiempo es muy difícil", contó el general. Entonces debían juntar, embolsar los huesos y llevarlo. "Fue lo que me tocó", dice con una extraña mezcla de aceptación y resignación.

Después de tres meses, Saavedra se desplazó hacia el norte donde estaba instalada la comunidad kurda en Irán. Allí enfrentó un riesgo "muy concreto" porque estaba a pocos metros del enfrentamiento de ese momento entre kurdos e iraníes.

La misión en Irán terminaría a los pocos meses y construiría un eslabón más del amplio reconocimiento que Uruguay recibe por su aporte a las fuerzas de paz.

La experiencia iraní marcó como pocas cosas la carrera de quien hoy es el principal asesor militar del presidente Tabaré Vázquez. Pero la historia había empezado varios años antes, un día de 1962 o 1963, cuando con siete u ocho años Saavedra se subió a un tanque por primera vez con la complicidad de los estudiantes de su padre en el batallón de infantería número 13, donde era docente de la Escuela Militar de Aeronáutica.

El comandante

En el despacho de Saavedra prevalece el orden. En esas cuatro paredes se discuten los temas más trascendentes del país en materia de estrategia y planificación militar. Y en esas paredes cuelgan, a su vez, la distinción más importante que el general dice que recibió: el amor de su familia.

Su hija Cecilia, una abogada de 32 años, contó a El Observador que más allá de que su padre siempre estuvo en unidades demandantes y de tener un trabajo de tiempo completo, nunca dejó de esta en los momentos importantes de sus tres hijos.

Entre las múltiples fotos que evocan momentos inolvidables hay una en la que se ve a tres hombres vestidos con uniforme. Allí está Saavedra el día que se recibió de oficial, junto a su padre y hermano. "Mi padre ya estaba retirado pero ese día se volvió a poner el uniforme", rememoró Saavedra.

Manuel Saavedra era el telegrafista que reportaba el avance de la construcción del ferrocarril entre Treinta y Tres y Río Branco cuando, en 1938, lo reclutaron para el Ejército ante la inminencia de una nueva guerra mundial. Así fue como el telegrafista se convirtió en militar. "Era un hombre de la vieja escuela. Firme, de carácter fuerte y muy recto", recuerda Saavedra sobre su padre con quien tuvo una relación de cercanía durante 20 años.

Manuel Saavedra tuvo dos hijos varones y un par de mellizos: Juan José y Margarita. En el año 71, Juan José ingresó en el liceo militar y en febrero de 1973 decidió ingresar en la escuela militar, un año después de que su padre se retirara de la carrera.

En esos días del turbulento 1973, Saavedra conoció a Raúl Muñoz, otro aspirante con quien forjaría una amistad de hermanos que dura hasta hoy. "Juan José era uno de los mejores estudiantes. Siempre estaba en los primeros puestos a la derecha. Era muy estudioso y memorioso", recordó Muñoz en diálogo con El Observador.

A pesar de ser de los "mejores", Saavedra tenía un problema no menor: "se dormía en clase", cuenta Muñoz quien recuerda como lo despertaban antes que los superiores cayeran en la cuenta.

En la escuela militar aprendió las bases de la carrera que incluye la experiencia igualitaria de pasar una noche de invierno en un puesto de guardia. "Todos pasamos por eso. La vida de un cadete es la de un soldado. Está bajo régimen militar y cumple órdenes permanentemente. Es muy diferente a la del resto de la sociedad", señaló Saavedra quien reconoce la "dureza" de esa situación aunque cree que el sistema de la disciplina sigue siendo "una herramienta magnífica" para que "las personas formen su carácter y maduren".

Ese sistema de disciplina y la "mancomunión" que se logra a partir del entrenamiento son los elementos distintivos que Saavedra pondera de la instrucción militar. "Los jóvenes de hoy tienen características diferentes. Un tema que hay que lograr es que ante un obstáculo no lo vean como algo insalvable sino que vayan para adelante y no se frustren rápidamente", dijo Saavedra quien en otro momento de su carrera fue director del liceo militar.

Durante sus días de aprendizaje en la escuela militar Saavedra leyó El arte de mandar de André Gavet, un libro que le ayudó a entender la diferencia entre un comandante –un líder–, y un "porta galones". "La diferencia está en lograr en esos momentos que son complicados –que son muchos– que los hombres que están a su cargo lo sigan".

¿Están esos comandantes hoy en las Fuerzas Armadas?
Sí, sin duda. Hay en todos los niveles y me animo a decir en todas las Fuerzas Armadas.

Muñoz considera a su amigo Saavedra como un "soldado de verdad" por su compromiso irrenunciable y su liderazgo positivo. "Una cosa es ordenar y otra es mandar. El mejor reconocimiento que podemos tener no es del superior sino del subalterno. Cuando un soldado lo va a saludar con afecto es porque hizo las cosas bien y eso no es necesariamente por ser simpático", dijo.

Muñoz destaca su ecuanimidad, precisión y sentido común a la hora de aplicar los reglamentos y su don de gente para ejercer el mando. Recuerda que hubo casos en los que su amigo viajó al interior para tocar la puerta de padres que habían perdido a su hijo en un entrenamiento.

Cuando terminaron la escuela militar, Saavedra y Muñoz tomaron caminos diferentes. Saavedra fue asignado a Paysandú en donde en el año 1977 escuchó al general Zubía decir que el "estado normal de Uruguay era la democracia" y que se estaban tomando "pasos concretos" para volver a ella. En la conversación con El Observador, Saavedra nombrará a la palabra "Constitución" una y otra vez para subrayar su irrenunciable compromiso democrático.

Los años de la dictadura Saavedra los vivió "muy metido" en la carrera. Tomó el segundo curso de paracaidismo militar que se ofrecía en el país y durante 15 años formó parte de la unidad de operaciones especiales que integran el batallón 14. En esos años nunca vio acción pero tuvo cientos de horas de un entrenamiento muy riguroso desde el punto de vista físico, mental y espiritual.

Saavedra aún es un paracaidista activo y con sus 60 años practica el salto libre con su hijo, que decidió seguir el camino de su padre renovando la herencia familiar, aunque el general se resiste a pensar que haya ejercido una influencia directa sobre su hijo. "La palabra clave de la carrera es compromiso. Si el hijo que está cerca ve a su padre entonces de alguna manera se abre la puerta", dijo.

El rol de las Fuerzas Armadas

Después de 44 años de carrera, Saavedra llegó a la cúspide la pirámide aunque dice que nunca se lo propuso y quienes lo conocen subrayan que fue todo por mérito propio y en función de sus antecedentes.

"A él no lo acomodaron. Nunca se metió en política", dijo Muñoz.

Su amigo y su hija Cecilia dicen que Saavedra mira los problemas a la cara, que piensa en soluciones y que difícilmente algo lo sobrepase. En la actualidad el jefe de Estado Mayor de la Defensa es el principal nexo con el gobierno, que discute varias decisiones que pueden cambiar la vida de las Fuerzas Armadas en este país.

Pero al enfrentar los temas difíciles, como lo que los militares llaman "ley de retiro" (en referencia a la reforma del Servicio de Retiros y Pensiones de las Fuerzas Armadas), el general mide sus palabras y las elige cuidadosamente al tiempo que escucha las pregunta en un estado de meditación profunda.

¿Cuál es su visión sobre la disposición del gobierno de reformar el Servicio de Retiros y Pensiones de las Fuerzas Armadas?
Las aspiraciones que tenían las Fuerzas Armadas fueron elevadas en el proyecto que se envió, eso es lo único que puedo decir.

Saavedra es un militar activo y en funciones y, como tal, respeta la jerarquía. Por eso dice que todos los requerimientos los canaliza a través del Ministro de Defensa Nacional, Jorge Menéndez.

Sin embargo, en tiempos en que algunos legisladores frenteamplistas cuestionan el rol de las Fuerzas Armadas, el general hace una reivindicación.

"Las Fuerzas Armadas están llamadas a cumplir un papel muy importante. Un país de nuestro tamaño y nuestra población al lado de dos países mucho más grandes en un contexto globalizado requieren de las FFAA para mantener la integridad del territorio, la defensa de la soberanía la ley y la Constitución. Y todo lo que el Ejecutivo entienda que podamos colaborar para lo mejor para el estado", contestó.

Saavedra habla de la responsabilidad de proteger el mar territorial uruguayo y el espacio aéreo como una misión "fundamental" e "indelegable" del estado. Pero cuando se le pregunta si las fuerzas tienen las condiciones materiales y humanas contesta con una evasiva: "siempre canalizamos a través del mando para cumplir de la mejor manera. Siempre queremos estar mejor para cumplir mejor".

Respetuoso de esa cadena de mando, sabe que no puede hablar de cuestiones que le resultan sensibles o este reportaje terminará con una sanción.

El general ya no mide sus palabras y habla ahora con pasión de una serie israelí: Fauda, y de un libro: El Lexus y el Olivo de Thomas Friedman. En su despacho hay un teléfono seguro y un monitor. En el fondo de pantalla aparece Saavedra agarrando la hélice de un avioneta.

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