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El hombre que hacía reír a todos en Dolores

La familia de Carlos Mateu, fallecido durante el tornado del pasado 15 de abril, aún se pregunta por qué pasó lo que pasó
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07 de mayo de 2016 a las 05:00
Susana lo sigue esperando. Le dijo que cerrara la puerta del galpón porque se venía un viento fuerte y se fue para adentro de la casa. El galpón era el taller de Carlos Mateu Ruíz, donde le había enseñado todo lo que sabía sobre chapa y pintura a su hijo Ángel, de 24 años, quien desde los 15 disfrutaba ser el compañero de trabajo de su padre.

Como en tantas otras tardes, los dos estaban trabajando a la par cuando el techo se empezó a levantar. Miraron para arriba y decidieron meterse debajo de la camioneta en la que estaban trabajando. Hubo algunos segundos de desasosiego. Hubo un sonido desconocido que aturdía los oídos, seguido por un ruido ensordecedor de vidrios y algo así como una explosión. Fue de un momento a otro y así como llegó en pocos segundos se acabó. Ángel, todavía en el suelo, comenzó a llamar a su papá para saber cómo estaba.

Carlos era de Palmitas, una pequeña localidad cercana a Dolores. Allí fue donde lo conoció Susana. Los dos venían de experiencias de matrimonios previos difíciles. Los presentaron. Se enamoraron. Carlos ya tenía una hija, Viviana, que hoy tiene 34 y que para Susana es una hija más. Carlos fue camionero, trabajó en el campo y estudió carpintería hasta que le ofrecieron un trabajo en Dolores. Primero llegó él a la ciudad y después lo siguió Susana, con Carla, su segunda hija, que hoy tiene 28.
En la mesa que hasta hace tres semanas Carlos hacía reír a todos, hoy Susana y sus tres hijos lo recuerdan. Lo lloran. Y se abrazan.

Carlos era un apasionado del campo. Lo que más disfrutaba era escaparse junto a su familia a la chacra de media hectárea que tienen a unos kilómetros de Dolores. Carla saca el teléfono y muestra un video de su padre jugando en la lluvia junto a su nieta de 5 años. Hay sonrisas en medio de las lágrimas. "Él era el alma de la fiesta", dice Ángel.

A Carlos le encantaba contar siempre los mismos cuentos. Y lo hacía tan bien que sus hijos y su esposa, a pesar de haberlos escuchado cientos de veces, siempre terminaban riendo de nuevo. Su mayor deseo era irse a vivir, en su retiro, a esa chacra rodeado de verde. "Para mí ya no va a ser lo mismo ir", dice Susana.

Carlos no sabía decirle que no a nadie y vivía comprando rifas a todo el mundo. Sus hijos lo definen como humilde y trabajador. Además del campo su pasión eran las máquinas. Así fue como un día se compró un tractor a través de Mercado Libre para trabajar en su chacra. "Cuando quería algo se lo proponía y lo hacía", dice Susana.

En un instante

Susana todavía mantiene tan fresco el recuerdo de su pareja que por momentos cree que Carlos sigue trabajando en el taller y que sólo será cuestión de que baje el sol para que pase por esa puerta. Susana guarda en su retina la imagen nítida de verlos entrar al galpón. Y se pregunta cómo es posible que de un instante a otro todo cambie de tal manera.

El galpón hoy ya no existe. En el jardín de la humilde vivienda de los Mateu hay escombros. Pero Ángel trabaja día a día en los cimientos de un nuevo taller, donde habrá de honrar la mejor herencia de su padre: "Todo lo que sé, lo sé gracias a él", dice. Pero Ángel no está sólo. Lo acompaña Juan Carlos, un viejo amigo de su padre, que con una pala y el mate le habla durante estas frías tardes de mayo.

En una ciudad pequeña como Dolores, la familia de Carlos revive la historia a cada rato. En los días posteriores al tornado, cuando las comunicaciones recién comenzaban a normalizarse, los Mateu recibían los saludos de sus conocidos. Todavía, de vez en cuando, alguien toca la puerta para saludar. Saben de la crisis generalizada de la localidad pero no pueden dejar de preguntarse por qué les tocó a ellos.

"Si algún día me muero no me velen de noche y no lloren por mí", había pedido Carlos a sus seres amados. "Despídanme con un aplauso y nada más". Susana, Viviana, Carla y Ángel se abrigan y se suben a un auto. Van camino al cementerio. Pasan algunos minutos de las cuatro de la tarde.

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