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El inevitable terror

¿Qué hacer ante la inevitabilidad del terrorismo moderno? En primero lugar, entender
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19 de julio de 2016 a las 13:34
Por Pablo Aragón. Especial para El Observador

Antes de prender velitas, o tuitear banderitas y oraciones, asumamos un hecho innegable: no hay servicio de seguridad en el mundo que pueda impedir que, un día cualquiera, un homosexual no asumido, un marido abandonado, o un comerciante arruinado, se levante por la mañana decidido a suicidarse, llevándose consigo de este mundo a un grupo más o menos grande de desconocidos, al tiempo que, con un grito de "¡Allahu Akbar!", su nombre quede inscripto en la lista de los más famosos terroristas islámicos de la era moderna.

Tal, pues, la inevitabilidad del disperso fenómeno terrorista moderno. No falta el tonto que comente que Francia tiene hoy una "manada de lobos solitarios", sin advertir que, si son estos, no hay aquella. El próximo zarpazo terrorista se está gestando, pues, hoy mismo, en la soledad de una habitación, frente a la aridez de una pantalla de ordenador, en la sordidez de un espíritu enfrentado a su insondable irrelevancia. Y no hay nada que pueda hacerse al respecto.

¿Qué, entonces? ¿No hacer nada?

De ningún modo. Lo primero, y a esta altura lo único, que nos cabe es entender.

Y nuestra primera intelección es la que hace a cómo llegamos donde hoy estamos. En 2003, una sórdida conspiración cuyos pormenores aún ignoramos en su totalidad, embarcó al mundo en una "Guerra contra el Terrorismo" cuyo fundamento era, en EEUU y Europa, el de que "estamos peleando contra ellos allí, para no tener que pelear contra ellos aquí".

Trece años después, están peleando allí y aquí: en Medio Oriente, en Europa, en el Lejano Oriente, o donde sea que haya "lobos solitarios" disponibles.

Pero algo peor ha ocurrido. La "guerra" que fuera declarada en 2003 ha hecho estragos irreversibles en las sociedades cuyos gobiernos dieran ese mal paso: la "vigilancia universal" de los ciudadanos ha sido pacíficamente aceptada; las policías han sido desembozadamente militarizadas; las transacciones comerciales y financieras son hoy objeto de una "debida diligencia" que ha convertido a los ciudadanos en agentes de seguridad; centenares de personas figuran en listados de vigilancia especial, o de prohibición de vuelos aéreos. Los derechos individuales que tanto aprecia la palabra escrita son, en gran medida, palabras escritas en agua.

Quienes pusieran en marcha este cruel mecanismo de destrucción de las libertades lo hicieron guiados por el propósito de diseñar una nueva organización en Medio Oriente, por la vía de suprimir gobiernos juzgados vetustos, instalar nuevas elites más en sintonía con el mundo global, rediseñar fronteras a fin de balcanizar un polvorín. Al proceder así, no hicieron sino liberar de su jaula a la hidra del terrorismo islámico: la vieja dirigencia de Al Qaeda, embarcada en el estúpido proyecto de golpear a EEUU, fue sustituida por el demoníaco Estado Islámico, decidido a establecer una base territorial en Medio Oriente, desde el que imponer el ascendiente salafista sunita sobre el shiísmo y, sobre todo, desde el que reclutar militantes entre las muchedumbres islámicas europeas, sobre las que el viejo continente arroja el peso de una economía ahogada, ociosa, estancada.

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Entender esto es entender, por tanto, que los ataques de "lobos solitarios", o los ataques organizados, son parte de un problema mayor: el del rol del Islam en la Europa moderna. El ataque en Niza es parte de un problema mayor, y hace al Islam: de esta ciudad salieron 55 jóvenes islámicos de nacionalidad o residencia francesa a fin de sumarse a las tropas del Ejército Islámico en Siria e Irak, y no ver en las comunidades islámicas del sur de Francia el caldo de cultivo de más desequilibrados es analizar este problema con una venda en los ojos.

Ello nos lleva a la segunda intelección. El drama terrorista islámico tiene un epicentro, y ese epicentro es Francia. Y lo es por varios motivos. Lo es porque ese país cuenta con la comunidad islámica más grande de Europa. Lo es porque Francia es el país que más militantes ha aportado a las mesnadas del Ejército Islámico. Lo es porque la reacción del socialismo francés ante este problema ha sido la opuesta a la del sentido común, asordinando la condición islámica del problema, intentando ganar la simpatía de los repugnantes regímenes árabes sunitas a los que vende cuantiosos armamentos, contribuyendo, con armas e inteligencia, a la desestabilización de dictaduras regionales que, más allá de su despotismo, eran vallas de contención a la barbarie terrorista.

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Éste es, por tanto, un problema tan islámico como francés: los detritus sociales de la estancada economía francesa, los del inaceptable desempleo, los del insostenible estado de bienestar que perpetúa generacionalmente la marginación, están allí: jóvenes que vagan en las estaciones de trenes, en la puerta de los ciber-cafés, en la de las mezquitas. Tres generaciones en Francia no logran, en este clima, borrar el estigma de la inadecuación y la desesperanza, y no será bombardeando Siria que un hombre tan menor como el actual presidente de Francia logre resolver un problema que, a esta altura, es tan francés como la baguette.

Nuestra tercera intelección es la de que la guerra que así se ha desatado ha mudado todos los escenarios, y deja en evidencia el enorme peligro que, para el mundo, representan las elites político-burocráticas que nos han metido en este embrollo. Hoy el EI ha desmontado el mapa de Medio Oriente: sin línea Sykes-Picot, Irak y Siria han dejado de ser realidades separadas. El califato homicida ha visto reducirse su territorio en más de 10% desde que, para bien de todos nosotros, Rusia comenzara la campaña aérea contra él: ese alivio sobre Palmira, sobre el gobierno de Bashar el Assad, sobre el gobierno iraquí, es, sin embargo, una maldición disfrazada. Porque cada metro cuadrado que el EI pierde en Medio Oriente es un nuevo militante que devuelve a Europa, un nuevo estímulo que brinda por las redes a los "lobos solitarios".

Por ello es que el libre movimiento que Europa tanto atesora en el llamado "espacio Schengen" es, cada día, un concepto que se desdibuja y empobrece: en noviembre pasado, fue la libre movilidad dentro de la Unión Europea la que permitió a los asesinos del Bataclan llegar a Bélgica. Librar esta guerra con libre movimiento en la frontera es algo que Francia pronto entenderá que no es posible, a menos que quiera seguir padeciendo un ataque terrorista cada dos meses, o sus vecinos arriesgarse a hacerlo.

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Foto del presunto tercer sospechoso del ataque al aeropuerto de Bruselas, en Bélgica
Foto del tercer sospechoso del ataque al aeropuerto de Bruselas, en Bélgica
El veneno terrorista islámico, digámoslo de una vez, ha sido creado por la dirigencia política y burocrática de EEUU y Europa. Es empecinamiento ciego el pretender que no haya sido así, y que se siga insistiendo en ignorar la necesidad de coordinar la conducción de esta guerra con Rusia, en Medio Oriente y el Cáucaso.

En el horizonte se cierne el ascenso de una nueva administración estadounidense, encabezada por Hillary Clinton, cuyos posibles dirigentes son activos propagandistas y promotores de un conflicto con Moscú tanto en Europa del Este como en Medio Oriente: se insiste en señalar al ex comandante en Jefe de la OTAN, almirante James Stavridis, como posible compañero de fórmula de Clinton. Este soldado no hace sino hablar de posibles guerras, y de Rusia como el enemigo, y lo hace sin citar a Tucídides, Clausewitz o Moltke, sino a su serie de televisión favorita, "Game of Thrones". Pertenece, pues, a la vulgar especie que nos ha regalado la muerte y destrucción del terrorismo islámico en su moderna conformación. Tenerlo identificado a él y a sus compinches es parte, pues, de la única tarea que nos es dada en este tiempo: la de comprender cómo la estupidez humana la arrastra al matadero. l

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